LA LLEGADA DE LO INESPERADO

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Una camioneta bastante lujosa estaba estacionada frente a la academia de inglés esa tarde. Según las pesquisas obtenidas, la niña era llevada al lugar por la enfermera, y pasaba dos horas y media en clases. Treinta minutos antes regresaba aquella mujer y cuando la cría salía, se iban a casa.

El plan era sencillo. Marielos que era la viva imagen de la elegancia se acercaría a la conductora mientras esperaba a la pasajera. La enfermera la vería como otra madre de familia que aguardaba por sus hijos, y con alguna excusa tonta la distraerían, para ese momento Sebastián se acercaría, y con un golpe certero anularía a la mujer.

Una vez completado aquel paso, el maleante se llevaría el automóvil y lo estacionaría a un par de cuadras del lugar. Y la conductora sería eliminada. Para cuando la encontraran sería demasiado tarde.

Al salir la chiquilla de clases, Fabiola con su más engañosa presentación se encargaría de llevar a la niña a la camioneta indicándoles que la otra chofer tenía un percance y ellos eran los sustitutos para realizar aquella tarea.

Se llevarían a la niña a la fábrica y desde ahí telefonearían a Violeta para que saliera de su casa sin avisar a sus padres. Los maleantes la recogerían, y se encargarían de transportarla a la bodega. Previamente la amenazarían de no usar ningún truco mental, porque de lo contrario, lastimarían a Alba.

Sonaba perfecto, pero pasados quince minutos de las dos de la tarde, la ansiedad empezó a invadir a los cuatro pasajeros de la camioneta.

Sebastián y Cesar, el chófer, veían sus relojes con un talante inquieto. Marielos sudaba a pesar del aire acondicionado, porque sabía qué le pasaría si el plan fallaba. Y Fabiola tenía una mirada severa que conforme pasaba el tiempo se estaba tornando aterradora.

La tensión se relajó un poco cuando un sonido vibrante se escuchó en el celular de la mujer que vestía de color claro. Esta alzó el aparato, vio el mensaje, contestó y luego dijo:

— ¡Maldita mujer! ¡Estoy harto de ella!

Marielos hizo una cara de incomprensión por lo que el líder aclaró:

— ¡Esa arquitecta! Toda la mañana se la ha pasado recordándome acerca de una reunión que tendremos en la fábrica más tarde.

— ¿Qué reunión? — inquirió la acólita.

— Algo acerca de la reconstrucción....Es obvio que le dije que sí, para quitármela de encima...

— ¿Y ya pensaste que le vas a decir...si aparecemos por ahí con dos niñas secuestradas?

El heraldo se le quedó viendo con molestia porque en verdad no había reparado en ese detalle. Solo pensaba en abrir el portal, ejecutar el ritual y complacer a su amo. Se quedó viendo a la gente pasar en la calle entonces se le iluminó la mirada.

Empuñando su celular procedió a llamar a un número de su lista:

¿Hotel Fontane? ¿En qué puedo servirle? — respondió una voz amable.

— ¡Hola! Mi nombre es Fabiola Guevara, necesito comunicarme con la habitación trescientos treinta y tres.

Un momento... ¡por favor!

Luego de una espera que a la mujer le pareció interminable, alguien respondió:

¿Qué sucede?

— Alejandro necesito que te lleves a todos a la bodega ahora mismo.

¡OK! ¿Ha pasado algo? ¿Por qué el cambio de planes?

— Tenemos a una testigo potencial en camino...Se llama Natalia Barquero...Estará en la fábrica a las cuatro de la tarde.

¿Quieres que la elimine?

— ¡No! Solo preséntate como Nazario Peñaloza, y dile que he reprogramado la cita para otro día...Y asegúrate que abandone la zona....Si se pone difícil tú sabrás que hacer.

Así lo haré.

— Una pregunta... ¿Todos están listos?

Sí, llegamos en la mañana. Solo los reúno a todos y partiremos

— ¡Perfecto! – respondió el líder cortando la comunicación.

El gerente del hotel Fontane era un ex militar que había servido en la misma unidad de las fuerzas especiales que Alejandro Arenívar. Y debido a ello, fue el cómplice perfecto para aquel engaño. Esa mañana cuatro habitaciones habían sido reservadas por personas que supuestamente venían de Silveria, y que guardaban una semejanza física con los heraldos menores. Todos tenían identificaciones falsas. Y si cualquier persona hubiera preguntado a la recepción, aquel cuarteto se hospedaba en el sitio.

Pero en realidad ninguno de ellos estaba en el país. Y la tardanza en contestarle a Fabiola se debió al trabajo del recepcionista que desvió la llamada al celular de Alejandro que estaba de lo más pendiente a cientos de kilómetros. Todo lo anterior por orden del gerente del hotel.

El plan de los heraldos era la simpleza misma. Habían abandonado a su líder. Ellos estaban conscientes que él no podría abrir el portal sólo con Marielos. Y una vez fallaran en enviar a la presa con su amo, sabían que el heraldo sería removido de su cargo, y esperaban que de una forma cruenta y dolorosa. Entonces ellos a través de Aline, la hija de Carmela, se posicionarían como la nueva dirigencia dándole a su amo un cuerpo nuevo en el cuál habitar.

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Pasados los minutos Fabiola con una voz que denotaba ira, dijo:

— Siempre hay que tener una salida. ¡Mierda! ¡Esa niña no vendrá!

— Pero vino todo los días esta semana... ¡la vigilamos! — replicó Sebastián preocupado porque las cosas inesperadas lo ponían nervioso. Nada mejor para arruinar un buen plan que la improvisación.

— ¿Adónde están los otros? — inquirió el líder.

— ¿Cómo? — contestó Marielos con una voz temerosa, pero volvió en sí cuando el manco le pasó la carpeta con la información de los objetivos.

— El padre y la chica, están en su casa – comentó la acólita una vez hojeó aquellos papeles

— ¿Y la madre? – preguntó la mujer con interés.

— Ella todos los viernes está en este lugar — dijo el ex pandillero señalando una foto y un lugar en el mapa.

— ¡Vamos entonces!... — exclamó la mujer con enojo y agregó: — ¡Ya no hay espacio para ningún error! Si fallamos nuestras vidas le serán ofrecidas a "Él" al final del día.

Los demás cruzaron miradas aterradas ante aquella frase ominosa.

Los demás cruzaron miradas aterradas ante aquella frase ominosa

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