CAPITULO 7 - Parte 1: EL CUBIL

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Cuando los médicos llegaron, el jaleo despertó a Mina, que se encontraba durmiendo plácidamente en otra de las pequeñas habitaciones. Se estiraba perezosa en la cama, pero cuando recordó lo de hacía un rato, se levantó de un salto, se puso una camiseta de mangas cortas de color amarillo, unos shorts vaqueros y unas deportivas blancas, y salió al pasillo.

Vió un montón de médicos yendo y viniendo, atendiendo a las personas que presentaban heridas más graves. Mina se impresionó cuando vio como un médico le cosía puntos a un hombre en la cara. La herida iba desde la sien hasta la mandíbula. Entonces vio a una azafata llevando una torre de toallas limpias y repartiéndolas a los médicos, y se dirigió hacia ella.

—Perdona, ¿sabe dónde están mis compañeros?

—Oh, tú eres del grupo de magos que nos salvaron la vida. Muchísimas gracias, de verdad —dijo la azafata inclinando la cabeza.

—Oh no, yo no hice nada en absoluto. Ellos lo hicieron todo —confesó ella, sintiéndose aún peor al decirlo en voz alta.

—Igualmente, gracias. Y no se preocupe, sus compañeros están todos bien. Solo exhaustos por haber usado mucho la magia. Les hemos dado una habitación a cada uno de ustedes. Al fin y al cabo, sois nuestros héroes —dijo la mujer sonriente—. Puedes ir a verlos, las habitaciones están abiertas por si necesitaban atención médica, aunque no ha sido el caso.

—Gracias —respondió ella y se apartó para dejar que continuara repartiendo las toallas.

Mina avanzó entre la multitud. Mientras unos se quejaban por las heridas mientras le curaban los médicos, otros le cogían de las manos y le agradecían el haberles salvado la vida. Ella se había cansado de decir que no había hecho nada y simplemente se limitó a sonreír. Finalmente llegó a otra de las habitaciones y cuando se disponía a abrir la puerta, una mano le detuvo.

—Eh, déjala descansar. Está exhausta —dijo Hawk, que tenía un par de heridas en la cara, pero no parecía nada grave.

—¿Tharja? —preguntó ella, obteniendo una afirmación con un movimiento leve de cabeza—. ¿Y los demás? ¿Están bien?

—Perfectamente —contestó Shiro, que se acercaba por detrás. Llevaba una venda en la frente.

—Oh vaya, no eres tan indestructible después de todo —dijo ella con sarna.

—Ja-ja-ja —bufoneó—. Ahora me gustaría ser como Rinka, así no tendría que llevar esta mierda —confesó señalando la venda—. Por cierto, ¿dónde está?

La puerta de Tharja se abrió, pero no fue ella quién salió, sino un hombre de unos cuarenta años vestido con una bata de médico y sujetando un botiquín. Al salir, cerró la puerta tras de sí y se dirigió a los chicos que había allí parados.

—Supongo que sois amigos de... —echó un ojo a una ficha que llevaba junto al botiquín— Tharja Larson. Y supongo que también sois los magos que habéis salvado este tren.

—Sí, somos nosotros —se precipitó Shiro, adelantándose y ofreciéndole la mano al doctor— Soy Shiro Monroe. Y estos son... amigos míos.

—No somos héroes. Tan solo hicimos lo que teníamos que hacer —intervino Mina, lanzando una mirada desagradable a Shiro.

—No sea modesta señorita. Las Pesadillas son unas aberraciones muy peligrosas. Aunque por lo que veo, usted debe saberlo mejor que nadie, señorita invocadora.

—¿Cómo sabe usted eso? —preguntó con desconfianza, dando un paso hacia atrás y colocando el brazo sobre su pecho.

—Sus pupilas en forma de espiral no solo me han revelado que es una superviviente del Clan Invocador, sino que al estar dilatadas, quiere decir que ha sufrido la maldición de las Pesadillas —explicó el doctor con total serenidad, dejando a los chicos boquiabiertos—. Perdonad mi poca educación, soy el doctor Alessio, pero podéis llamarme Marco. Por cierto, ¿alguno de vosotros activó el piloto automático?

El Sello de CainWhere stories live. Discover now