Capítulo 30 "Mamá, mi novia"

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En un segundo, ambos quedamos tendidos sobre el sofá principal del living, yo sobre ella sosteniéndome con un codo al lado de su cabeza mientras que mi mano libre no perdía contacto con la cadera de ____.

Sentí que sus labios se curvaban entre los míos en una sonrisa que no supe interpretar. Quizás estaba yendo demasiado lejos....

—¿Qué? Perdóname si me pasé de la raya —dije volviendo a sentarme.

—No es precisamente por eso. Sólo que no veo que tengas ningún inconveniente en encontrar nada —explicó y rió bajito. Obviamente me le uní al cabo de un instante.

—Es verdad —acepté y fue ella quien empezó el juego de besos —. Por cierto…— susurré entre besos que delineaban su rostro—. Te quiero.

Ella volvió a medio reír e invadió mi boca en un ósculo que hizo que se me pusieran los pelos de punta.

Me preguntaba cómo hacía para ponerme en un estado tan lamentable con un solo beso. Ni siquiera podía determinar qué era lo que producía adicción en mí. Ni tampoco me importaba mucho.

De alguna manera y en algún momento, ambos terminamos sentados en el suelo. Yo sentado con la espalda apoyada en el sofá más cercano y ella acunada entre mis brazos de forma que yo le acariciaba el pelo y el rostro cuando ella permanecía en silencio con la cabeza en mi hombro.

No necesitaba decir nada, ni ella ni yo, así como no quería soltarla, en el fondo aún temía que estuviera soñando y no estaba seguro de poder soportarlo si fuera así.

________, mi ________ estaba entre mis brazos, engarzada a mi torso como si se fuera a caer en algún minuto, la misma _________ del aroma a jazmín, la dueña de aquella voz dulce que tenía el privilegio de escuchar a primera hora de la mañana y que aún extrañaba, la misma productora de arritmias a mi pobre corazón que para entonces ya no me pertenecía del todo a mí.

De repente, recordé algo, un acontecimiento anterior que había quedado opacado ante las circunstancias. Increíblemente.

—Vendrás conmigo, ¿cierto? —le pregunté susurrando refiriéndome a la cita con el doctor Mayer al día siguiente. ____ levantó el rostro y me dio un beso en el mentón.

—Sí, obviamente —dijo, como si la hubiera ofendido con la pregunta.

—Ni siquiera te he dicho dónde voy —le regañé a medias.

—No importa, voy donde vayas, siempre y cuando quieras llevarme —dijo presionando su mejilla en mi pecho por un instante—. Si te refieres a la cita con el doctor, sí, te acompaño —y me dio otro beso en la comisura de los labios.

Sonreí, todo sería más fácil de mantenerme tomado de su mano en un consultorio médico donde podía cambiar el destino de mi vida, con mucha, muchísima suerte.

Me incliné a besarla cortamente.

—Pero nos encontraremos allá —puntualizó ella—, tengo turno mañana temprano, y el doctor te quiere en su oficina a las ocho. Me escaparé de Drew y me tendrás a tu lado en un segundo —me explicó entre besos que iban desde mi cuello hasta la unión de mi oreja y la mandíbula, encendiendo terminales nerviosas. Casi olvido de qué estábamos hablando.

—No te meterás en problemas por mí.

—Claro que no. Andrew no es mi jefe y yo tampoco soy la suya, así que si yo no le digo nada de sus paseos, él tampoco tiene porqué sancionarme por acompañar a mi novio.

Se me hinchó el pecho de sólo escuchar a ____ llamándome novio. Era oficial.

La tarde se nos pasó entre besos, caricias, abrazos, estaba descubriendo una sensación aún más fuerte que el amor, una mil veces más intensa que me robaba el aliento y que estaba seguro nunca había sentido. Bastaba una respiración sobre mi piel para que me estremeciera, un susurro y mi corazón latía como si hubiera corrido una maratón. Quizás todo era resultado de aquella sensibilidad que había desarrollado a partir de mi ceguera que, como la lente de un microscopio, lo aumentaba e intensificaba todo.

Luz de medianoche. {Niall y tu} TERMINADATahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon