Capítulo 3 | Chaqueta roja

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Una rápida pero necesaria visita al spa, obviamente no puedo negarme

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Una rápida pero necesaria visita al spa, obviamente no puedo negarme. Y menos, si se trata de un spa ubicado en el sitio más icónico de esta ciudad: el centro comercial Terra Loto.

Leí en internet sobre este lugar. Más allá de su diseño futurista, se puede encontrar un mirador en la parte más alta.

Pero iré al mirador luego; por ahora, vivo este momento en el que un jacuzzi y lociones con deliciosos aromas, me devuelven la frescura que perdí en un vuelo de doce horas.

Tengo mucha prisa, todavía debo arreglarme, y quizá hasta compre algo lindo para lucir bien en Darcy’s.

Sí, todavía tengo una absurda pero grata idea; quiero ver nuevamente a ese chico de gafas rojas.

Por cierto, le conté a Ernest lo sucedido en la Librería Corazonada. Él se mostró tolerante en todo momento; además, dijo que me llevará a esa cafetería en las afueras de la ciudad.

Mi chofer ha sido tan amable, ya le he recompensado con una membresía de seis meses en este spa. Yo también adquirí una, y pienso aprovecharla cada vez que sea posible.

Y sí que lo hago, este pequeño recinto que me han asignado, no sólo tiene un jacuzzi, también incluye artículos de cuidado personal, y hasta ponen música Zen.

Salgo del jacuzzi, enseguida tomo una toalla para secarme.

Ya frente al espejo, esbozo una sonrisa.

—Pero qué encanto sin suerte —me señalo y guiño un ojo.

Eufórico comienzo a bailar, aunque esta música no sea tan movida para hacerlo.

Accidentalmente se cae la toalla que rodeaba mi cintura.

«Menos mal que aquí nadie me ve»

Pongo la toalla en su lugar, no sin antes mirar al mejor amigo que puedo tener… Mi pene.

—¡Ryder! —me llama Ernest, tras la puerta.

—¿Qué sucede? —le hablo, mientras me aplico cera en el cabello.

—Tienes exactamente una hora para llegar a Darcy's.

—¿Cómo dices? —mi corazón se acelera—. Oh rayos, aguarda, saldré en un momento —farfullo.

—El tiempo corre.

—Lo sé, lo sé —dejo mi cabello a medio peinar, aunque a decir verdad, no suelo peinarlo mucho.

Con rapidez, abro una de las maletas que traje desde Gardeniet.

Lo que veo dentro, es deliciosamente inoportuno.

—¡No puede ser!

—¿Todo en orden? —pregunta Ernest al escucharme gritar.

—¡No! —continúo gritando—. Los chocolates blancos que me obsequió mamá, se  derritieron sobre mi ropa.

Amor de QuarterbackWhere stories live. Discover now