Cuando me dirigí a la cocina me encontré con mi madre, Jennifer y Matthew sentados frente al desayunador bebiendo café y comiendo tarta de limón. Mi estómago no soportaría ni un bocado a estas horas de la mañana.

—Buenos días —dije mientras me dirigía hacia la alacena para sacar una taza.

—Buenos días —dijeron Jennifer y Matthew.

Mi madre solo me miró. Notaba como me examinaba de pies a cabeza. Estaba más que segura que le disgustaba mi vestimenta por los gestos que hacía con su rostro.

No iba a pelear con ella otra vez por lo mismo. Dejé la taza que había acabado de sacar de la alacena de nuevo en su lugar y sin decir una palabra salí de la cocina para luego dirigirme a mi auto.

Al subirme en él, encendí la radio y subí al máximo el volumen para no pensar otra vez en el desprecio que mi madre tenía por mí.

Halley el día anterior me había avisado que tenía su auto de vuelta, por lo que no pasaría por ella como lo había hecho las últimas dos semanas. En parte me alegraba, ya no sería como su transporte escolar ni robaría mi auto para no subirse a un taxi, pero por otro lado ella me hacía olvidar de todo lo que sucedía en mi hogar.

Al llegar al colegio aparqué y bajé del auto con la mochila colgada a mi hombro. Me dirigí directamente al salón donde tendría la primera clase. No estaba de ánimos para hablar con absolutamente nadie.

La profesora Edwards entró al salón justo cuando la campana sonó. Se enfadó demasiado al enterarse que solo cinco en la clase habíamos hecho nuestros deberes, y como castigo añadió otra obra a los deberes que debían hacer los que no los habían entregado ese día. Me sentí feliz por tener dos semanas libres de deberes sobre Literatura.

La hora se pasó demasiado lenta mientras la profesora no dejaba de quejarse, pero no le presté atención y salí como un rayo cuando la campana sonó. Halley me había mandado un mensaje de texto diciendo que no iría a clases porque no se sentía bien. Ella era la única esperanza que tenía para reanimarme, pero, al parecer, ese no era mi día.

Estaba hambrienta, ya eran las nueve de la mañana y lo último que había ingerido había sido en la cena del día anterior, hacían ya doce horas.

Entré a la cafetería y compré un café y un sándwich de mantequilla de maní. Eso me quitaría el hambre hasta que regresara a casa. Me senté en una de las pocas mesas vacías al fondo de la cafetería y comencé a beber mi café. Tenía ganas de comer el sándwich, pero al mirarlo me dieron náuseas.

—Hola, Anna —me sobresalté al escucharlo.

—Daxton —fingí una sonrisa.

—¿Puedo? —dijo señalando con la mirada el asiento que estaba a mi lado.

—Por supuesto —dije, y él depositó la bandeja que llevaba en sus manos en la mesa y luego se sentó a mi lado.

No dije nada por un momento. Sentía que mi mente y mi estómago luchaban a causa del sándwich. Mi mente decía que debía comerlo y mi estómago se rehusaba amenazando con devolverlo si llegaba a comer un bocado. Decidí que era mejor dejarlo en la bandeja y no hacer papelones frente a todo el colegio.

—Will me ha comentado que has estado en la fiesta del sábado en la playa, pero no te he visto —comenzó a hablar.

—Así es —reí—. ¿Has logrado ligar con la chica rubia?

Daxton frunció el ceño, pero luego de un segundo me dedicó una sonrisa.

—No ha sido nada difícil —se encogió de hombros.

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