Desperté al día siguiente y lo hice en la biblioteca. Reconocía que, a pesar de todo, el dolor comenzaba a florecer. Debía de pensar en alguna estrategia para no caer tan fácilmente en ese dolor. Uno que ya comenzaba a crecer. Lo notaba como si fuese ayer.
Cogí mi teléfono móvil y pensé en la única estrategia que conocía. Era vivir mi vida como si fuera el último día.
Llamé a Ignacio. Tenía que proponerle un plan para esa noche. No me importaba el trabajo por un día. Solo quería disfrutar y hacerle entender a todos los que me rodeaba que ya no sería la misma mujer seria que hace meses.
― Ciao Ragazza. ¿Qué sucede?
― Quería proponerte un plan de salida esta noche.
― ¿Por qué tan de pronto?
― Por qué me he dado por disfrutar la vida.
― ¡En serio! Que ha sucedido para que cambiases de opinión.
― Luego te contaré en el despacho.
― ¿Quién más se apunta a este plan?
― Francesca. Solo quiero que estemos los tres.
― ¡Sabes que estás embarazada!
― Lo sé. Pero intentaré no beber nada de alcohol.
― Va bene.
― Te veo en la oficina.
― Ciao ragazza.
Después colgué el teléfono móvil y después llamé a Francesca. Fue cuando comencé a pensar seriamente en el divorcio y no pensar más en el porvenir de nadie. Si no, en el mio propio.
― Ciao Inés.
― Ciao Francesca. ¿Tienes planes para esta noche?
― No. Salvo acostarme para ir mañana a trabajar. ¿Qué planes tienes?
― Quería salir a divertirme. Ignacio ya ha aceptado. Solo quedas tú.
― Vale. Yo también acepto. Quedamos a eso de las nueve en la empresa de tu marito.
― Perfecto.
― Ciao Inés.
― Ciao Francesca
Después colgué el teléfono móvil, pensando que era el momento de vestirse para ir a trabajar.
Sentí que la puerta de biblioteca se abría y vi como mi marido entraba.
― ¿Qué haces tan temprano aquí? ―me preguntó.
― Me quedé dormida aquí. ¿Y tú qué haces aquí?
― Venía a hacer una llamada para cancelar una cita que tenía prevista.
― Va bene.
Caminé para marcharme de la biblioteca e ir a dudarme cuanto antes. Pero mi marido me frenó, cuando me cogió por el brazo.
― ¿Qué quieres Darío?
Él me soltó del brazo y después me respondió:
― A ti. Pero en todos los sentidos. Debajo de mí y físicamente presente en mi vida.
― Creo que llegas un poco tarde para decirme esas palabras.
Pero continuaba amándole a pesar de lo que nos estaba ocurriendo.
― ¡Per l'amore di dio Inés! Eres tan tonta que no te das cuenta que te amo. Que daría mi vida para salvar la tuya, maldita sea.
― No te creo.
― Entonces porque si no, te hubiera ayudado con respecto a tu salud hace años. O porque te trague aquí conmigo.
― Fue por egoísmo.
― Cierto. Pero era para salvarte de un hombre que no te amaba.
― Estefan no es mala persona. Solo que comenzó a follarse a mi hermana por qué no tendría consuelo en su mujer.
― Tú misma. Cada uno cree lo que quiere.
Entonces me marché de la biblioteca para ir a darme aquella ducha y marcharme a trabajar. Dejando de pensar en aquellas breves discusiones que tenía recientemente con mí marido.
Cuando llegué a la oficina una hora más tarde, observé a alguien que esperaba en recepción.
Cuando le pregunté a Ignacio que, si venía a verme, este me respondió que no.
Él entró cinco minutos más tarde. Como era su costumbre, venía a darme la agenda del día. Y cuando me la dio, me dio a entender que tenía una reunión con el nuevo autor y con mi marido.
Se sentó en breve en una de las sillas y comprendí porque lo hacía.
― Cuéntame ragazza lo que ha passato.
― Como siempre, hemos discutido. Pero, en fin. No me importa lo que me ocurra a partir de ahora. Solo quiero disfrutar de la vida, como tenía que haberlo hecho desde que llegue a Florencia.
― Pero eso sería poner la vida de tu bebe también en juego.
― Bueno, solo será una noche. No creo que pierda a mi bebe por divertirme una noche y salir a bailar.
― Pues si quieres bailar y divertirte, esta noche te daré un escarmiento.
― Ignacio, hablas con la persona menos adecuada para retarle.
― ¡Tú bailabas antes de casarte!
― No. Comencé a hacerlo aquí cuando llegué y encontré la solución para bloquear mis problemas.
― Va bene.
Vi en el rostro de Ignacio un poco de tristeza. Entonces le pregunté:
― ¿Qué te ocurre a ti?
― No nos han querido dar la paternidad. Me siento como si no fuese nadie.
― ¿Qué tiene el estado de Florencia en contra de los homosexuales?
― No lo sé. Pero parece que nos odian. Hicimos una pausa:
― Le diré a Francesca que haga algo con respecto al tema.
― Grazie mile.
― No hay de qué.
― Debo de continuar con mi trabajo, Inés. Espero que no te importe.
― Adelante. Cuando venga el autor y mi marido me avisas.
― Va bene. Pero se me olvido de decirte que tu marido no se va a presentar a la reunión. Tienes que estar sola con respecto al tema del autor.
― ¡Que!
― Lo sé. Es un poco cabrón.
― Pues en ese caso, quiero que estés presente durante esa reunión. Si quieres.
― Sera un honor. Hicimos una pausa:
― Debo de continuar con la tarea. Te avisaré cuando el autor este aquí.
― Grazie.
Ignacio se marchó y comencé a estar a solas con mis pensamientos. Pero a veces me daba ganas de tirarle un tiro a mi marido para que no hiciese las cosas mal.
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