Capítulo 2. Zanahorias

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Me había dejado dormir en su cama, junto a él, separados por centímetros que para mi parecían ser metros de distancia entre nosotros. Lo vi dormir en ropa interior junto a mi y me enamoré de él mientras lo miraba perdido entre sueños de los que yo quería ser parte. Lo tenía tan cerca y no podía tocarlo. Aquel hombre quién a sus escasos cuarenta años ya tenía un precioso cabello casi completamente blanco, le dio refugio y alimento a mi cuerpo cansado y a mi corazón abandonado.

—Me llamo Lorenzo —me dijo en la mañana sin que yo le preguntara.

—Patrick, mucho gusto —dije entonces yo ofreciéndole un apretón de manos que él respondió en seguida. Su mano se sentía caliente y fuerte, y yo me sentí protegido desde ese primer contacto con su piel, que insignificante o no, para mi significó el mundo entero.

Lorenzo también curó mis heridas. No tenía ni gasas, ni alcohol, pero conocía de plantas medicinales que él mismo traía de la selva y las aplicaba sobre mis tobillos, brazos, cara y piernas luego de que con sus grandes manos me lavaba con agua y jabón. Me vistió con su ropa que guardaba en una maleta de cuero que tenía bajo la cama y también me alimentó.

Me mostró también como vivía. Sembraba zanahorias, rábanos, papas y otras hortalizas que cultivaba para su consumo propio, también criaba algunas aves de las que obtenía huevos y carne también para su consumo, y una vez al mes iba al pueblo más cercano que estaba a cinco horas a pie a través de la selva para comprar algunas cosas como pan, cerveza y jabones. Me contó que no vivía totalmente solo, pero para él había sido mejor alejarse de sus seres queridos a los que no veía casi nunca. Traté de indagarlo más, pero no logré que siguiera hablando.

—¿Tienes mujer? —me preguntó en la tarde mientras contra una piedra afilaba un cuchillo sentado en una banqueta afuera de la cabaña.

—Katerina —respondí—. Bueno, no es mi mujer —expliqué—. Nuestros padres nos comprometieron para casarnos desde que éramos niños, y se supone que cuando regrese de mi servicio militar será el momento de casarnos. Pero ahora, siendo un desertor de guerra... quizás me haya librado de ese paquete.

Él se echó a reír y yo me reí con él.

Pasaron lo días y mientras mi cuerpo sanaba comencé a ir al pequeño huerto de vegetales que tenía tras la cabaña para ayudarlo con las tareas del campo. Araba la tierra con él, cultivaba las zanahorias con él y preparaba la comida con él. También comenzamos a bañarnos juntos. Caminábamos hasta un río que teníamos muy cerca, él se quitaba la ropa y yo lo seguía, nos tirábamos al río y con jabón nos bañábamos. Lo veía que intentaba bañarse mirando al lado opuesto de donde estuviera yo para no mirarme, aquella situación de bañarnos juntos parecía inquietarlo aunque no se oponía. En cambio yo, aunque trataba de disimular, no podía dejar de mirarlo mientras el agua y el jabón se deslizaban por su pecho de la forma en que quería hacerlo yo. Luego de bañarnos lavábamos la ropa, la colgábamos en un árbol y regresábamos caminando desnudos hasta la cabaña donde volvíamos a vestirnos. Ambos, por las razones que fueran, tratábamos de cubrirnos el pene para que el otro no lo viera.

Su olor natural, sin embargo, era fuerte no importaba cuanto se bañara y cuánto jabón usara. Olía casi como un animal salvaje. Pero esa característica suya en vez de molestarme, me volvía más loco por él. De hecho, en las noches cuando se quedaba dormido yo trataba de acercarme un poco más para sentir su olor de hombre salvaje aún con más intensidad.

—Yo iré al pueblo en quince días, podrías venir conmigo y desde allí buscas la forma de regresar con tu familia —me propuso una tarde.

Yo no quería irme de su lado sin haberlo siquiera tocado, pero debía hacerlo.

—Supongo que tendré que mentir y decir que me perdí buscando mi batallón cuando en realidad huí de ellos, llegar vistiendo mi uniforme en harapos y obviar el detalle de que estuve alguna vez aquí —comenté. Él no dijo nada.

En la última noche del cuarto creciente llenó la casa de alimentos. Una canasta llena de zanahorias y papas, y un tanque enorme lleno de agua que había traído del río poco a poco. Luego me dijo que se iría. Entre lineas confusas me explicó que tenía que ausentarse por unos días, pero en realidad nunca entendí el porque, ni adonde iba. Como ya era costumbre intenté indagarlo, pero no obtuve más información de la que él quiso darme.

Aquella noche nos fuimos a la cama mas temprano que de costumbre, lo notaba inquieto. Las noches anteriores habíamos tenido largas charlas sobre la paz y la guerra; las fases de la luna, las estaciones del sol y y el tamaño de las galaxias antes de que él se quedara dormido. Esta vez él cerró los ojos desde que se acostó y yo sentí que había perdido todo el terreno que había ganado. Lo miré acostado junto a mi en su posición favorita, con los brazos extendidos tras su cabeza dejando su pecho y sus axilas peludas totalmente expuestos y estirados, y a mi, totalmente erecto. No estaba cubierto con ninguna cobija, miré el bulto de su pene en su pequeño y viejo calzoncillo negro y suspiré.

¿Que pasaba si Lorenzo se iba para siempre?¿Que pasaba si algún soldado me encontraba allí en la cabaña sin intenciones aparentes de regresar al ejército y me apresaba o me mataba en el instante?¿Nunca sentiría su cuerpo? Decidí no huir más, no huiría ni de mis deseos, ni de mi lujuria, ni de mi cualidad salvaje, ni de la suya, ni de mi destino pecador, ni de la oportunidad que tenía junto a mí en aquella cama en medio de la soledad de una selva inhóspita. Me acerqué a él lo más que pude y con mi pecho desnudo toqué el lado derecho del suyo. Esperé su reacción, pero no hubo ninguna. No se movió. Suspiré. Me llené de valor y puse mi brazo derecho sobre su pecho. En ese instante sentí que mi pene erecto, que ahora estaba apoyado a su cuerpo, estaba a punto de estallar. Acaricié su pecho como siempre había querido, me llené de un placer eufórico al sentir cada cana y cada cicatriz en su torso de macho. No recibí respuesta tampoco. Bajé mi mano y fui directamente a su su pene. Y allí, mi mayor curiosidad, la pregunta que más temía preguntarle, se respondió al instante. Él era tan homosexual como yo, porque ni en la soledad más inmensa e impenetrable un hombre heterosexual se excita así al toque de otro hombre.

Lorenzo estaba completa y salvajemente erecto. Comencé a masturbarlo.

Me acerqué a su cara y besé su mejilla. Los vellos de su barba tosca provocaban corto circuitos eléctricos dentro de mi cuerpo. Me acerqué a sus labios, lo besé y él finalmente respondió. Se giró hacia mi, tomó mi pierna derecha, presionó su erección contra la mía y comenzó a comer de mi boca con locura. Yo me sentía al límite extremo de mi excitación, estaba a punto de estallar, iba a suceder, tendría sexo con Lorenzo. Excepto, que no fue así.

En un momento se detuvo, como si hubiera despertado de una fantasía a la que temía. Me apartó, se levantó de la cama y salió de la cabaña. Yo decidí no seguirlo. No respetaba totalmente el que hubiera huido, pero lo entendía, y si él necesitaba tiempo yo iba a dárselo. No importaba nada ahora, porque él ahora era mío, yo lo había sentido, y sabía que ahora era inevitable que volviera a mi.

En seguida me masturbé en su cama, pensando en él y oliendo las sabanas donde él dormía, y luego de eyacular me quedé dormido. Cuando desperté al amanecer él ya estaba listo para marcharse. Actuaba de forma incómoda, lo cuál a mi me llenaba de ternura y de más amor por él. Antes de partir me hizo algunas sugerencias, aunque con el tono profundo de su voz sonaban más a órdenes, lo cuál a mi me deleitaba.

—Durante estos días en que yo estaré ausente, luego de que caiga la noche enciérrate —me dijo con seriedad—. No le abras la puerta a nada, ni a nadie, sin importar las circunstancias —me dijo y así, sin mirarme, se marchó.

Yo sonreí porque sabía que volvería a mis brazos y a mi cuerpo. Volví a quedarme dormido entre sus sabanas y cuando volví a despertar un par de horas después me vino a la cabeza la rara idea de que cuando se marchó, lo hizo desnudo. La última imagen que tuve de él antes de irse era el espectáculo de sus firmes nalgas. Durante días nunca supe si aquella escena había sido real o si yo la había soñado.

MACHO BETA: SOLO EN EL PLENILUNIO [COMPLETA]Where stories live. Discover now