Capítulo 42 || Inauguración

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Abro los ojos sobresaltado por una jodida pesadilla. Definitivamente la idea de Lizz fue muy mala, imaginar un futuro familia en lo único que ha servido es para que un imbécil se cuele en mi mente y se acerque a mi mujer, y no cualquier imbécil, el jodido grano en el culo de Alexander Taylor.

Sonido de arcadas en el baño de mi princesa me sobresalta. Me pongo de pie rápidamente, entro al baño encontrando su pequeño cuerpo prácticamente sobre el váter.

En completo silencio me acerco retirando el cabello de su rostro. Está suelto, cayendo en cascadas que tapan su rostro. Seguramente no le ha dado tiempo de recogerlo y es lo de menos cuando su cuerpo le exige otra tarea.

Acaricio su espalda suavemente, sintiendo como su cuerpo ejerce presión en cada evacuación. El silencio es lo propio en este momento, no quiero incomodarla, presionarla. Se ve realmente mal y me duele que sea por mi culpa.

Intenta ponerse de pie sin fuerzas. Me apresuro a tomarla en mis brazos para recargarla en el lavabo. Limpia sus labios desesperada, luego sus lágrimas que no paran de salir. Coloco la mano en su mentón para levantar su hermoso rostro que esconde como un animalito temeroso.

El impacto de su apariencia me deja pasmado, en shock, sintiendo que un golpe certero, contundente, ha sido dado en mi abdomen retirando todo el aire de mis pulmones.

Sus ojos rojos producto de un llanto que debe haber sido toda la noche, sus labios hinchados y sus mejillas rojas de pasar las manos por ellas retirando la humedad de sus lágrimas.

¿Qué estoy haciendo?

La estoy dañando...

—Damon... —la detengo negando levemente, colocando un dedo sobre sus suaves labios sin rastro de aquel labial tan tentador que usa.

Intenta hablar, pero no se lo permito. Es mejor guardar silencio en momentos como estos.

—No digas nada, princesa. —Tomo su cepillo de dientes colocando pasta dental. Lo coloco entre sus dedos temblorosos. —¿Puedes hacerlo? Iré por agua y algo de fruta a la cocina que ayude a eliminar el mal sabor que te provoca arcadas. —Sus preciosos ojos me miran con miedo, tristeza. Me duele percibir sus emociones, como la duda surca su mirada y se reprime a hablarlo.

No quiero presionarla.

Salgo a paso rápido evitando ser escuchado. No es normal verme a las tres de la mañana vagando por los pasillos, por eso evito a la seguridad que hace rondas por la casa.

Entro a la cocina hurgando en el inmenso refrigerador un poco de uvas, manzanas y peras. Las lavo, pico y coloco en un recipiente antes de subir con una jarra de agua.

Esto es tan contradictorio y complejo. Me niego a aceptar a un bebé, pero aquí me ves atendiendo a mi mujer en sus malestares. No puedo ser un inconsciente y simplemente dejarla a su suerte. Parte de amarla implica esto, que me preocupe por su salud, que esté al pendiente de sus necesidades, pero hacerlo también implica atender a ese pequeño.

Pequeño.

Creo que voy comprendiendo esta ecuación. Es un paquete doble que obtuve y tengo como obligación atender. Ese es el problema, todo es producto de una obligación, nada nace porque lo desee y eso me hace reacio a tener una muestra significativa de aceptación por ese bebé.

Me detengo en la puerta al verla sentada en el borde de la cama llorando como si su vida dependiera de ese acto. Intenta controlar sus sollozos, acallándolos con sus manos, pero es imposible.

Damon Grey #3 (Saga Sombras, Grey)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora