—Si no lo mató Akira hasta ahora no creo que el agua pueda —reconozco encogiéndome de hombros.

—De todas maneras preferiría morir en manos del H20 que en las de mi maniática novia o el entrena...

—¡¿Qué estabas por decir, Preston?! ¡Y si Timberg te dice que algo es perjudicial para tu salud lo dejas de hacer, zopenco! ¡Más vale que cuides de ese cuerpo que tu madre te dio! —Elvis escupe el agua en cuanto el coach aparece a su lado, dejando que su sombra bloqueé al estudiante de literatura de los últimos rayos de sol—. ¡El único autorizado para hablar de tu muerte mientras estés en este campo soy yo! —informa amenazando de exterminio al tímpano del jugador—. Mi estadio, mis reglas. ¡Ahora vete a duchar que apestas a cuerpoespín a medio proceso de putrefacción! —Preston lanza las botellas al aire y corre como si lo estuviera persiguiendo Satán—. ¡Y lávate esos pies! ¡Quiero que esos dedos de salchica brillen! —sigue comenzando a correr tras él, persiguiéndolo—. ¡Qué brillen, Preston!

—¿Creen que entrará a la ducha con él solo para seguir gritándole? —Larson se detiene a mi izquierda y se pasa una mano por la frente, exhausto. 

—No lo sé, pero honestamente no quiero perdérmelo. —Dave se lanza a correr tras ellos—. Sería incluso algo tan bueno como la última película de Julia Roberts.

—¡¿Y ustedes por qué siguen ahí parados, idiotas?! ¡A las duchas ahora! —El coach comienza a correr en reversa y rodea su boca con ambas manos, creando un megáfono—. No me hagan meterles el jabón por el trasero, ¡vamos, hay una fiesta a la que asistir!

Khalid y yo compartimos una mirada y exhalamos antes de comenzar a trotar tras ellos.

—¡Nada de suspiros! Y no te creas que por ser el cumplañero te salvas, Hensley —advierte antes de hacer sonar su silbato más de cuatro veces seguidas. Es insorportable cuando se lo propone, tan fastidioso como terrorífico—. ¡Te regalaré mi pie envuelto en un moño si no te apuras, la familia nos está esperando! 

El coach, fiel a su palabra, espera a que todos entremos al baño tocando su silbato desde la puerta y amenazándonos con hacernos correr hasta algún país del que nadie ha oído nombrar.

Me lanza una mirada que podría pulverizarme con facilidad en cuanto soy el último en la fila por entrar. Sin embargo, me detiene bruscamente poniendo su mano en mi pecho y trago en silencio en cuanto se inclina y entrecierra sus ojos en mi dirección.

—¿En verdad creíste que no te daría un regalo hoy, Hensley? —indaga casi ofendido ante la posibilidad de que pensase así.

—¿No fueron las seis vueltas alrededor del estadio mi regalo de cumpleaños? —Enarco una ceja y una pequeñísima sonrisa que carga con algo de malicia curva sus labios.

—Otro comentario sarcástico y serán media docena de vueltas más —advierte antes de retroceder y meter la mano en el bolsillo de su pantalón deportivo, listo para hurgar—. Aquí tienes las llaves de mi oficina. —Las lanza al aire y las atrapo—. Sobre mi escritorio está tu regalo, espero que te guste, y si no es así ya sabes por donde puedes metértelo. Lo conseguí en una tienda de todo por un dólar. Tómalo y saca tu trasero de ahí para trasladarlo a la dirección que hay en mi block de notas —explica con rapidez, ajustándose su gorra de los Kansas City Chiefs—. Tienes veinte minutos para llegar allí. Lo cronometraré, ¿entendido?

—Sí, coach —afirmo antes de comenzar a trotar en cuanto me lanza otra de las miradas Shepard.

—Hensley, casi lo olvido... —llama una vez más y me giro a medio corredor. Su expresión, por un momento, parece suavizarse—. Feliz vigésimo cumpleaños, idiota. 

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