C13: Técnicas.

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Me escupió

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Me escupió.

Zoe acaba de escupirme.

—¡¿Qué diablos...?! —exclamo observando la forma en que su saliva se acumula en el centro de mi palma y se desliza entre mis dedos.

Ella inclina la cabeza hacia atrás y lanza un carcajada que hace eco en la calle semivacía. Sacudo la mano con asco antes de limpiarme con el costado de mis jeans mientras la observo desconcertado.
Zoe se abraza el estómago mientras ríe con fuerza, sus ojos se llenan de lágrimas y es imposible no sonreír ante eso. Poco a poco me contagia su humor, e involuntariamente dejo de pensar en Wendell o en cualquier otra cosa que no sea su extraña forma de animarme.

—No creo que los psicólogos escupan a sus pacientes —comento mientras su risa comienza a atenuarse.

La forma en que sus cristalizados ojos aguamarina brillan bajo las luces artificiales es fascinante, tanto como las lágrimas que descienden y se secan en sus mejillas.
La miro y los latidos de mi corazón se tornan más suaves, mi respiración más lenta, y siento que encuentro algo de paz en medio del caos. Zoe me hace sentir como en el ojo del huracán, donde la tranquilidad es momentánea y la esperanza alentadora, y a pesar de que soy consciente de que muchas cosas malas están girando a mi alrededor me tomo un segundo para disfrutar del momento antes de que el torbellino me alcance otra vez.

—De acuerdo, Kansas no me enseñó escupirle la secreción líquida que producen mis glándulas salivales a la gente en realidad. —Se encoge de hombros antes de inclinarse para tomar su bolso y echárselo al hombro. Imito el gesto y retomamos la caminata—. Ese es mi toque personal —me guiña un ojo.

—¿Toque personal? —Arqueo una ceja de forma inquisitiva—. Es bastante asqueroso, sin ofender.

—Pero funciona, ¿verdad? —Sonríe esperando que le dé la razón.

No puedo parar de pensar que ella es una adulta, pero que, sin embargo, sus ojos son los de una niña: tienen un brillo infantil, un toque de alegría y calidez que pocas personas logran conservar cuando crecen. La mayoría lo pierde y no son capaces de recuperarlo, y si lo hacen ya no estamos hablando del mismo brillo.

—Tal vez —me limito a responder.

—Yo sé que funcionó, no importa que no lo admitas en voz alta —asegura mientras la brisa sopla y su cabello se eleva y enreda a sus espaldas. Quiero pintar eso, definitivamente quiero hacerlo y por algún motivo mis dedos están inquietos a mis costados—. Lo que Kansas en realidad me enseñó es que a veces podemos aprovechar la intensidad de los sentimientos. Todos tienen un límite, y si alguien está muy enfadado o triste llega un momento en que todo aquel enojo o toda la tristeza se desbordan, y el poco control que tenemos sobre cómo reaccionamos se va por el retrete—explica—. ¿No te ocurrió nunca que estás tan furioso que te empiezas a reír? ¿O que estás tan triste que te empiezas a enojar? Kansas me enseñó que cuando alguien está experimentado algún sentimiento realmente fuerte podemos ser el detonante de ello, del cambio en el humor de la gente. Te escupí porque quería hacerte sonreír.

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