C36: Significar.

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—¿De verdad quieres que me vaya? Porque no me molestaría patearle el trasero a Preston un poco más —asegura Shepard

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—¿De verdad quieres que me vaya? Porque no me molestaría patearle el trasero a Preston un poco más —asegura Shepard.

—¿Y por qué harías eso? El entrenamiento terminó hace varias horas, no tienes excusa. —Me río.

—Siempre hay una excusa para incrustar tu pie entre las nalgas de los mentecatos, Zoella —corrige, encogiéndose de hombros y frunciendo el ceño, casi irritado por el simple hecho de pensar en Elvis. 

Sin embargo, a mí no me engaña.

Ambos estamos sentados en los escalones del porche. Lo hemos estado por un rato, desde el momento en que apareció con una bolsa de panecillos de una de las tantas sucursales de Blair's place.
Sé que no escogió visitarme al azar, el hecho de que el cielo esté pintado de gris y que los meteorólogos hayan pronosticado lluvia y tormenta para esta noche es la razón por la que se haya presentado con excusas de controlar que nadie haya incendiado la casa, muerto en manos de Akira, etc.

—No necesitas usar a Elvis como excusa. —Lo miro directamente a los ojos, y ese suave color almendrado se combina con algo de simpatía y abundante intranquilidad—. Sé por qué estás aquí, Billy —señalo. Me acerco y me aferro a su brazo con ambas manos, apoyando mi mejilla en su hombro y reprimiendo una sonrisa de lo más agridulce—. Tu preocupación se nota a kilómetros.

—¿Puedes culparme? —pregunta demasiado bajo.

Aspiro esa mezcla de colonia barata y jabón que lo caracteriza, y dejo caer los párpados para disfrutar de la sensación de seguridad que supone tenerlo cerca. Una leve llovizna hace que el repiqueteo de las primera gotas se repita en mis oídos junto con el sonar de nuestras tranquilas respiraciones, y por un momento me gustaría detenerlo todo, porque me siento en paz.

Es tan difícil hoy en día encontrarla, y no sólo porque estemos constantemente rodeados de ruido y personas, sino porque son pocas las veces en que dejamos de pensar, en que nos olvidamos de cada deber, preocupación y pensamiento. Nunca nos tomamos un segundo para simplemente respirar hondo y exhalar el peso de la vida entera antes de volver a inhalarlo. 

—¿A ti te gustan las tormentas? —inquiero, abriendo los ojos otra vez y observando las nubes grisáceas avanzar.  

—Dejaron de gustarme hace tiempo —se limita a responder.

—No me molestaría que dijeras que las amas a pesar de que yo las odio —le recuerdo, y una risa tan ronca como lacónica se le escapa.

—Las tormentas son como las personas, Zoe —explica, y noto cierta serenidad en sus palabras mientras habla. Normalmente, cada vez que Kansas o yo nos aferramos a él, su voz pierde todo rastro de ese enojo innato con el que usualmente se lo oye hablar—. Si alguien te molesta o intimida, si te genera miedo o de alguna forma te hace daño... voy a odiarlo con todas mis fuerzas. —Aprieto el agarre alrededor de los músculos de su brazo y sonrío a pesar de la ansiedad que me está carcomiendo por dentro—. Y, si pudiera, le patearía el trasero a las tormentas. Aún estoy averiguando cómo hacerlo sin ser alcanzado por un rayo primero.

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