C37: Marcapáginas.

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—Maldita sea, Blake —escupo, sin pensar

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—Maldita sea, Blake —escupo, sin pensar.

El corazón me late de forma rápida y vigorosa, como si quisiera escapar de mi pecho, lugar en el cual no parece haber más espacio con todos los órganos y ahora estos abrumadores sentimientos que están creciendo a paso agigantado en mi interior. 

Mi respiración se acelera mientras pego la espalda a la cabecera de la cama, queriendo alejarme de él y contemplándolo furiosa, abatida y aterrorizada. Los rayos de sol penetran a través de las nubes grisáceas que sé que siguen en el cielo, y por lo tanto hay suficiente luz para ver la sorpresa en su rostro, pero no la necesaria para notar cada detalle. La lluvia se oye incesante, y en cuanto vuelvo a hablar temo que mis palabras se ahoguen en el sonido.

—Sabes lo que significan las tormentas para mí —le recuerdo, y el peso del mundo entero parece caer sobre sus hombros mientras baja de la escalera y sus botas tocan el suelo. Su asombro se ve reemplazado por un remordimiento sin límite, y mis labios tiemblan mientras me mira desde donde está, con su pincel a punto de deslizarse entre sus dedos.

—Déjame explicarme, Zoe... —pide suavemente, dando un paso al frente.

Niego con la cabeza más de una vez, y cierro los párpados con fuerza para no tener que mirarlo. Las lágrimas me queman la garganta, y me abrazo a mí misma en el intento de reconfortarme.  

—Sabes lo que significan para mí —repito, mi voz comienza a quebrarse con la facilidad en la que se quiebra una rama, y siento que todo en mí comienza a agitarse como un puñado de hojas al llegar una ráfaga de viento. Vuelvo a experimentar todo aquello que me invadió anoche, y revivirlo me obliga a llevar las rodillas a mi pecho.

Quiero hacerme más pequeña, quiero ser invisible para lo que hay dentro y fuera de esta habitación, incluso para él.

—Sé lo que significan para ti, y lo siento —acuerda con cautela, se oye el pincel caer al piso y el colchón se hunde frente a mí por el peso de su cuerpo—. Pero no sabes la impotencia que me da no poder hacer nada al respecto, así que lo lamento, pero el arte es la única forma que encontré de ayudar. —Sé que acaba de inclinarse: puedo aspirar su aroma y percibir su calor, y es una verdadera contradicción el hecho de que quiera lanzarme a sus brazos y salir corriendo lejos de esta habitación al mismo tiempo—. Abre tus ojos, Zoella —pide, y me estremezco en cuando las yemas de sus dedos rozan mi mejilla—. La pintura no es real —asegura, y la forma en que su pulgar traza un camino de mi pómulo hasta los labios, cuyo temblor no puedo controlar, sólo logra alimentar mis ganas de dejar ir todas estas lágrimas que estoy acumulando desde hace tantos años.

—Bórralo, deshazte de eso —susurro, y aún con las párpados cerrados me pregunto si seré capaz de llegar hasta la puerta a ciegas—. Por favor, Blake —pido tan bajo que dudo que pueda oírme.

Lo oigo inhalar con fuerza, y sé que las palabras se han incrustado tanto en su conciencia como corazón. Alguien como él no puede ignorar un favor, mucho menos una súplica. Las personas que son demasiado empáticas y altruistas tienen ese problema; en verdad les duele ver al otro ser víctima de las más grandes desgracias y también de las más pequeñas, de las más temibles pesadillas y aquellas que no lo son tanto.

Extra pointDonde viven las historias. Descúbrelo ahora