·cinco·

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-          ¿Has disfrutado?

Rodé los ojos y seguí mi camino, seguida de ese par.

-          Bueno… aún os faltan muchos años para igualar a Green Day…

-          Pero… - me cortó.

-          ¿Pero qué? – arrugué el entrecejo.

-          No lo sé, has dejado la frase a medias – dijo riendo.

Negué con la cabeza.

-          No ha sonado tan mal – terminé.

-          ¿Lo ves?

Se paró y yo imité su gesto.

-          Tengo a mi grupo allí y debo irme – me informó y asentí – Soy Michael.

-          No te diré mi nombre, nunca más nos volveremos a ver.

Y decidí dejarlo atrás, algo muy frío por mi parte. Pero era verdad, nunca volvería a ver ese famosillo, así que, ¿qué importa? Además, después de eso seguramente se tomaría la suficiente confianza de pedir mi número y luego de hablar y hablar, me acostaría con él y yo me hubiese enamorado de él, como siempre me ha ocurrido. Y me dejaría plantada para cumplir sus sueños. Puede que no pasara todo eso, tan sólo me pidió el nombre, pero más vale prevenir que curar, pues ya había salido muchas veces dañada por hombres como él.

Dejé a Fletch en su casa sobre las 3 de la madrugada y me demoré un poco hasta mi casa. Entré sigilosa y deposité mis llaves en su cuenco correspondiente y me saqué los zapatos para no hacer tanto ruido y despertar a mi madre. Y, como una maldición, ella se encontraba en el sofá del comedor mirándome con mala cara. Tenía el pijama ya colocado, seguro que me esperaba para verme sana y salva y después irse a dormir. ‘Oh, qué buena madre’.

Se acercó a mí y me miró de arriba abajo, después se apartó con una mueca de asco.

-          Has bebido alcohol.

Reí sin importancia.

-          ¿Qué esperabas? – se formó un silencio – Te he dicho que no me esperaras despierta.

-          Quería comprobar que no vendrías drogada, pero por lo que veo, casi vienes así. – dijo con asco.

Abandoné la habitación ofendida. Hacía mucho tiempo que dejé las drogas, no me gustaba llevar esa vida tan callejera. Me quité la ropa y el maquillaje y me adentré en mi cómoda cama, olvidando todo lo malo del día, lo que se traduciría como casi todo él.

Me levanté con el número 30 en la cabeza. 30 días eran lo que faltaban para ser libre, feliz.  Un mes para mi decimoctavo cumpleaños, la mayoría de edad. Una sonrisa apareció en mi rostro y fui corriendo hasta mis ahorros y un mapa de mi futura ciudad: Sídney. Mi padre siempre me daba unos cien dólares al mes desde que tenía seis años, en ese entonces íbamos muy bien económicamente, ya que entraban dos sueldos en casa. Por eso tenía mucho dinero reunido como para alquilar un piso  en Australia, mi país favorito. Cuando tenía once años, mi familia y yo viajamos allí tres semanas y me encantó demasiado.

Me vestí perezosamente y salí de mi habitación mentalizándome que sólo tenía que aguantar a mi madre un mes más y todo se terminaría. Pero me encontré una nota en la mesa del desayuno:

“Fiona, he ido a trabajar temprano hoy para no disgustarme al verte. Tienes comida en el frigorífico.”

-          Siempre tan maja – dije en voz alta mientras me dirigía a la nevera.

Saqué un yogurt natural con una manzana y me dispuse a comer. Puse un canal de música en la televisión y empezó a sonar las canciones veraniegas actuales. No me gustaba para nada la electrónica y menos la latina, esa que mezclan el español con el inglés. Y justo cuando iba a apagar esa basura, vi al peli-verde en la televisión. Bueno, no tenía el pelo de ese color, más bien era blanco con una línea negra al medio, como si un coche hubiera pasado por encima de su cabeza. Me reí de mi pensamiento y me dispuse a ver el video sentada des del sofá. En la información y debajo del nombre del grupo ponía “She Looks So Perfect”.

-          Vaya, esta es la canción que no quiso cantar.

Y, definitivamente, era pop. No el clásico comercial, pero lo era. Esa canción no me gustó, además sonaban mejor en directo. Me olvidé de ellos y decidí ir a casa de Fletcher.

***

-          ¿Podrías prestarme un poco más de atención? – le pedí.

Mi mejor amigo estaba estirado en su cama con el móvil y siempre una sonrisa se asomaba en sus labios desde las últimas tres semanas. Yo hablaba y no me hacía ni el más mínimo caso.

-          Lo siento, es que estoy hablando con Tay.

Dejé un largo suspiro. Esa excusa me la había dado ya cien veces. Me levanté frustrada de la silla y me fui de allí sin decir nada, sólo me despedí de Janet, al parecer es la única que sabe que existo.

Sólo faltaba una semana para mi aniversario y Fletch no sabía nada de mi partida, me llamaría loca o vete a saber tú qué más. Tenía claro que este plan sería sólo de mi incumbencia y, cuando todos se dieran cuenta, ya sería demasiado tarde. Claro que echaría de menos a mi mejor amigo y a Janet, pero tenía que hacer sacrificios si quería perseguir mi sueño de ser feliz. Allí empezaría de cero, sin nada ni nadie. 

|Forgiven| Michael Clifford.Where stories live. Discover now