Capítulo 48: Tormenta

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Después de ese beso, nada fue igual. Erik y yo fuimos actores perfectos los cuatro días que Lucien pasó con nosotros.

Cuando Erik no estaba, Luc y yo hablábamos largo y tendido sobre los dramas de la familia. Me contó toda la historia de los D'Azur y yo le hablé, a grandes rasgos, de mi infancia con Alice. De una manera u otra, siempre terminabamos hablando de Alice.

Lucien volvió a Toulouse creyendo que Erik y yo éramos los mejores amigos, las personas más simpáticas de París.

Pero, cuando Erik se quedaba a solas conmigo, ni siquiera me miraba. No me hablaba. Y yo no podía dejar de recordar el sabor dulce de sus labios, la calidez de su respiración en mi rostro, su mirada de lujuria y su agitación luego del beso. Y la manera en que me besó por segunda vez...

¿No significó nada para él? Yo sentía la sangre correr con vigor por mis venas cada vez que recordaba cada abrazo, cada caricia, cada palabra...

La mañana en que Lucien partió, le pedí que no mencionara a Erik frente a mi hermana. Él sólo sonrió.

Luego subió a la berlina y se fue. Me quedé mirando la calle vacía con un sabor amargo en la boca porque sabía que debía enfrentarme a Erik y su indiferencia.

Yo no me sentía capaz de soportar ese trato. No después de ese beso... Muy dentro mío, algo me decía que no podría volver a besar a otro hombre.

Una mujer, que debía tener mi edad, pasó caminando por la vereda de en frente. Llevaba un pequeño de unos cuatro años de la mano y cargaba a un bebé de meses. Sus ropas estaban muy limpias pero ligeramente rotosas. Sin embargo, la mujer sonreía con satisfacción y su hermoso cabello dorado flotaba detrás suyo.

La mujer era muy parecida a mí físicamente y tenía todo lo que yo secretamente deseaba: hijos, su verdadera identidad y una gran sonrisa sincera en el rostro.

A la vida le encanta burlarse de uno en su propia cara.

Yo, que en ese momento tenía todo lo que cualquier hombre podría desear, deseaba ser una mujer sin nombre viviendo en una aldea cualquiera con un marido común y corriente y varios hijos.

Mi nombre, mi posición, mi dinero, mi carisma, mi profesión no me servían de nada...

Entré en la casa con un rostro terrible y Erik estaba en la sala, mirándome con ironía.

- Le dejaste ir, ¿eh? Llevas esa expresión porque te arrepientes, ¿verdad? Pero no es tarde para ir detrás suyo. - dijo con una estúpida sonrisa en el rostro.

Le miré meneando la cabeza y subí las escaleras.

Me puse un camisón y volví a acostarme. Esperaba dormir cien años y despertar siendo una persona con una vida menos complicada.

Recordé a ese soldado que me regaló el anillo, el mejor de mis clientes. Ese hombre juraba amarme y me prometía cosas que jamás pudo cumplir. Él me cantaba una canción en voz muy baja cuando me tenía recostada sobre su pecho y lograba hacerme dormir. Su voz ocultaba las voces de mi cabeza.

Cerré los ojos y me canté la canción en un susurro, mientras las lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas.

Desperté ya de noche. La luna iluminaba débilmente el cuarto. Erik estaba sentado en un rincón, con su mano acariciaba su mentón en actitud pensativa. Al verle, me giré y le di la espalda.

- Siempre buscas la manera de llamar mi atención y hacerme sentir miserable. Eres una manipuladora. - habló con voz firme y clara pero serena.

Yo no respondí ni me moví. Él nunca sería capaz de entender mis sentimientos de mujer ni mis ganas de ser madre...

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