Capítulo 6: No cubras tu rostro

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Como no tenía nada que perder y, por alguna razón, confiaba en Erik, fuimos a su casa.

Era una pequeña y modesta casita con un jardín muy bien cuidado, lleno de flores de aroma encantador. Quedaba un poco lejos de la ciudad y las casas más cercanas estaban a una distancia considerable. Supuse que Erik amaba la paz y el sonido del río, que corría lentamente por el patio.

Los muebles eran muy bonitos, de buena calidad, pero no gritaban "soy rico" como lo hacía su ropa. Me llevó hasta mi habitación que, para mi sorpresa, estaba lejos de la cocina y las zonas de servicio.

- Bien, esta es tu habitación, la mía está detrás tuyo y ese es el baño.

Asentí y entré en mi nuevo cuarto cuando Erik me tomó de la muñeca y me miró serio. Yo me asusté un poco pero, fiel a mis principios, le miré de igual forma. Él sonrió enseñando sus colmillos en un gesto macabro.

- No subas las escaleras a menos que yo te lo pida ni traigas a nadie a esta casa...

Entonces me soltó y se fue a la cocina, dejándome con mucha, muchísima curiosidad... ¿Que había en el piso de arriba que era tan especial? Lo descubriría en otro momento.

Me desplomé en la cama y me dormí al instante. El dolor de cabeza, producto de Eugenne y el llanto durante el día, me hizo tener malos sueños.

Yo era una niña pequeña y aún vivía con mi padre y mis hermanos menores. Entonces entraba corriendo en nuestra casa y veía a mi familia. Todos llevaban la cara de Erik. Todos excepto mi padre. Todos tenían ojos con ese brillo furioso, esos labios casi inexistentes... Todos sin nariz. Sin embargo, me sentaba en la mesa y actuaba normal, no me asustaba.

Después aparecía Rosie ahogandose en el río y, cuando nadaba hacia ella, en vez de levantar su cuerpito, rescataba a Erik. En mis brazos, le llevaba hasta la orilla y le acostaba. Pero él no despertaba por más que lo llamaba y lo sacudia.

Caminaba por la feria y tomaba una manzana, la escondía en el bolsillo pero Eugenne aparecía y comenzábamos a correr. Él venía detrás mío y mis fuerzas empezaban a decaer. Sentía su respiración en mi nuca y su mano estaba a punto de agarrar mi cabello...

- ¡Madeleine!

Un golpecito en la puerta me despertó. Tardé unos segundos para recordar que estaba en casa de Erik.

- El desayuno está servido.

- ¡Ya voy! - le grité nerviosa por el sueño.

Comencé a vestirme y a peinarme. Busqué un espejo pero no había ninguno. Sentía la cara hinchada y sabía que debía lucir muy mal.

Comencé a preguntarme porqué Erik no me llevaba a la habitación de servicio si me quería como su ayudante. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Quizá tenía otros planes para mí. Me preocupé un poco y de mi bolso saqué una pequeña navaja que guardé entre los vuelos de mi vestido.

Entré en el comedor y encontré a Erik sentado en un extremo de la mesa leyendo el diario. En el otro extremo, había una taza humeante. Una canastilla con panes, un frasco de mermelada anaranjada y un trozo de queso adornaban el centro de la mesa.

- Buen día, Erik - le saludé tratando de poner mi mejor sonrisa.

- Buen día - asintió sin mirarme.

- No sabía que tenías una doncella - comenté mientras me sentaba.

- No tengo, vivo solo - al ver mi cara de confusión, añadió - Yo hice el desayuno.

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