Capítulo 16: Las piezas encajan

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Con el dinero que había hecho trabajando en la construcción, compré una casa en una de las mejores ubicaciones de París, instalé mi pequeño estudio de arquitectura y volví a la Ópera sólo para ver las funciones, todas las noches. Pero dejé de alquilar el palco número cinco.

El tiempo fue pasando, mis ingresos aumentaron y tuve que contratar ayudantes para mi estudio.

Dejé de interesarme por  la Ópera y comencé a olvidarme de Erik. También dejé de pensar en Alice. A veces sentía que yo había nacido siendo Marius Fontaine y que Madeleine Goddard sólo había sido un mal sueño, una pesadilla. Pero era consciente de que mi situación no me permitiría formar una familia ni enamorarme otra vez y a veces me apenaba.

Comencé a dar largos paseos por la orilla del río y volvía a casa ya entrada la noche. Solía cruzarme al Daroga y hablábamos sobre mi trabajo, el clima, política, deportes. Él siempre encaminaba la conversación hacia Erik pero yo sabía cambiar el tema. Repetimos esto varias veces hasta que dejamos de tener cosas de las que hablar y sólo nos saludabamos de manera respetuosa.

A las personas les encantaban mis planos y solían pedirme que refaccione sus casas. Nuestros precios eran elevados y poco accesibles para muchas personas pero venían a mí porque querían decirles a sus conocidos que Marius Fontaine, el arquitecto de la ópera, había trabajado en sus casas. Yo despreciaba a esas personas, despreciaba a los vanidosos. Por esta razón cobraba tan caro.

Con las manos en los bolsillos, caminaba con la vista perdida en las aguas cristalinas.

- ¡Señor! Oiga, ¡Deténgase!

- ¿Eh? - miré a mi alrededor y vi a un hombre regordete que corría a mi encuentro.

- ¡Señor! Que bueno que lo encuentro señor - dijo aquél hombre mientras jadeaba sin aire.

Le di un momento para que se recupere, antes de preguntarle:

- ¿Quién es usted? ¿Qué necesita?

- Yo soy Antoine D'Azur y quisiera hablar con usted por una casita que quiero construir - explicó con falsa humildad, estrechando mi mano.

Frunciendo el ceño, estaba por comentarle el precio al que ascienden nuestros planos cuando sentí una voz femenina que me resultó muy familiar.

- Antoine, querido, sería mejor hablar mañana con el arquitecto.

La mujer que se acercaba a paso rápido, llevaba un amplio vestido color rosado y su cabello rojizo prolijamente peinado. Sonreía con vergüenza y reconocí en ella a mi hermana, mi querida Alice.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y ella me miró confundida, casi con miedo.

Me tapé el rostro con las manos, fingiendo exasperación. Esperé un segundo, para recomponerme, y levanté los brazos con enojo.

- ¡No estoy trabajando, Monsieur D'Azur! - exclamé y saqué mi tarjeta del bolsillo - Vaya mañana a mi despacho.

Me alejé rápidamente ante la mirada de desconcierto de ese hombre. Llegué a mi casa feliz. ¡La había encontrado! Mi querida hermana, mi Alice.

Esa noche fue una de las más felices de mi vida y no pude dormir, planeando la visita que le haría al día siguiente.

Mis ayudantes me encontraron bastante alegre y se sorprendieron cuando una mujer de cabello rojizo, que se presentó como Madame D'Azur, pidió verme. Por lo general, sólo me buscaban hombres.

Noté sus miradas y supe que sospechaban algo, entonces me reuní con Alice en mi despacho privado, que estaba bastante alejado de la sala donde ellos trabajaban.

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