Capítulo 34: La pequeña persa

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El ambiente en casa era tan tenso que podía cortarse con un cuchillo.. Nadie hablaba durante las comidas y los esposos D'Azur parecían estar molestos todo el tiempo entre ellos y con los niños. Claro que los pequeños no se merecían esa frialdad de sus padres y se notaba que no sabían cómo lidiar con ellos.

Yo tampoco sabía qué hacer. Por un lado, había un gran lío en la familia y sabía que no era mi entera responsabilidad porque Antoine parecía disgustado muy profundamente con Alice y viceversa. Y, por otro lado, estaba Erik con sus vagas amenazas hacia París. Algo dentro mío me gritaba que les dijera a mi familia que escape de París pero con eso lograría más preguntas.

Me encontraba en mi refugio, mi despacho. Tenía muchos trabajos que finalizar y tantos otros para corregir y supervisar. Como de costumbre, Jacques estaba a mi lado, ayudándome. Le miré un segundo y me imaginé que, si París era devastada por algo, él y su bonita esposa morirían. Los demás empleados también morirían, mi sastre, las señoras de las ferias, mis clientes, las personas de la ópera, el amable señor que fue mi capataz el día anterior... Todos muertos y yo, yo que sabía de la amenaza, me quedaba ahí sentada, haciendo mi trabajo tranquilamente. Vaya sangre la mía...

- Confío en ti y en que harás esto bien, yo debo hacer algo urgente... Quizás no regrese así que estás a cargo de todo - le dije de repente, mientras me levantaba para irme, él sólo asintió.

Entré por la puerta de reja y me encontré junto al lago. Oía el sonido del órgano y supe por las notas deprimentes que estaba trabajando en su obra, el Don Juan Triunfante. Me senté en la orilla del lago ya que sabía que si le molestaba mientras componía eso sí que me costaría la vida.

Esa melodía triste me estaba destrozando el alma pero pronto se convirtió en una exclamación victoriosa, un grito de guerra, un canto a la vida que me hacía vibrar de emoción con cada nota.  Supuse que así debía sentirse renacer de las cenizas, me imaginé que Erik quería describir ese momento en el que nace una esperanza en un corazón que está hecho polvo, destrozado, casi muerto.

Y la esperanza, en alas del amor, naciendo en ese magullado corazón. Algo tan puro, tan necesario, tan vital... Una tenue llama en medio de la inmensa oscuridad. Eso debía sentir él, Christine Daeé debía ser su pequeña llama de esperanza y él era todo oscuridad, todo sombras.

Y la melodía cesó. Debía apresurarme a llamar su atención antes de subirme al bote o la sirena se encargaría de mí.

- ¡Erik! ¡Ven, Erik! - grité repetidas veces, saltando y moviendo mis brazos, como si fuese a verme en medio de esa oscuridad.

- ¿Qué haces ahí? Creí que fui bastante claro con que no volvieras a aparecerte y aquí estás. ¿Por qué no puedo confiar en ti? - Comenzó a regañarme a gritos.

- ¿Puedo cruzar hasta donde tú estás? - pregunté con timidez.

- ¡Pues sí, ya estás aquí! ¡Sería descortés no recibirte! - respondió con sarcasmo.

- No vas a tirarme a la sirena, ¿o sí? - pregunté con una risita tonta mientras me trepaba al bote y comenzaba a remar.

- Cállate y date prisa. - habló con voz de trueno y sentí que no había llegado en buen momento.

Pasé saliva con cuidado y traté de mentalizarme para no hacerle enojar mucho porque sabía que eso sólo perjudicaría a todo París. De un salto, pisé tierra firme y entré en la casa. Olía a verduras asadas y sonreí.

- Erik cocinando... Vaya manera de recibirme - me senté en una de las sillas junto a la mesa. Erik estaba en su cuarto y apareció con unos papeles en la mano que dejó en una pequeña mesita.

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