Le di la espalda al mundo apocalíptico y me centré en él. Nuestras miradas colisionaron brutalmente a pesar de la distancia que nos separaba. La leve llovizna seguía revoloteando a nuestro alrededor, mojándonos lentamente.

– No he cambiado de opinión, Shiloh, ni voy a hacerlo. – Concluí pacientemente, esperando poder zanjar de una vez aquel tema del que ya me había olvidado.

Seguía sintiendo sus pupilas estrellándose contra las mías como si fueran camiones.

– Tienes que entrar en razón. ¡Te van a matar! – Se movió unos pasos hacia mí y yo continué con los pies clavados en mi posición.

– No voy a esconderme como una rata, correré los mismos riesgos que los demás.

– No, tú apenas sabes defenderte por tu cuenta, ¿ya se te ha olvidado lo que pasó la última vez que te enfrentaste a Xena? Además, puedes ayudarnos aún sin ser blandiendo una espada.

– No soy tan mala como intentas hacerme creer. – Para mi trabajo ya había necesitado saber apañármelas antes las posibles alimañas que pudieran atacarme durante las exploraciones, y ahora que había pasado semanas estrenándome con él podía decir que estaba en mejor forma física que nunca.

– Pero tampoco eres lo suficientemente buena.

– Si no quieres seguir entrenándome le pediré ayuda a Rona. – Él resopló, exhausto, y yo me limité a observalo impasible mientras se revolvía incómodo entre sus ropas de invierno.

– No hay tiempo Lizzé, todo esto puede estallar mañana o dentro de una semana, pero no dentro de unos meses. – Se calló un momento y yo me mordí la lengua para no responder. – Por favor, hazlo por mí, por las noches que pasé tirado en el pasillo de tu habitación para que nadie te hiciera daño. – Entonces, al pronunciar aquellas palabras que me apuñalaron directamente la conciencia, rehuí la mirada, y él aprovechó para avanzar otro paso más y dejarnos a un palmo de distancia. – ¿De verdad quieres matar con tus propias manos? ¿Vas a poder dormir por las noches?

– Ya di ese paso hace tiempo. – Las palabras me salieron amargas y luché por volver a enfocarme en él. Las manos de Shiloh llegaron a mis hombros.

– ¿Y vas a poder darlo más veces? ¿Acaso no lo recuerdas?

Un flash de la piedra que salió volando de entre mis manos, los sesos desparramados vistos desde lo alto de una colina y la tierra tornada negra por la sangre de aquel hombre.

– ¡Claro que lo recuerdo! ¿Crees que puedo olvidarlo? – La voz empezó a salirme más alta de lo que yo tenía previsto. – Pero esto va más allá de lo que quiero o no quiero hacer, se trata de un deber personal. ¿Sabes lo que a mí me gustaría? Me gustaría borrar todos los problemas del mundo, volver a mi hogar y poder abrazar a mis seres queridos otra vez. Pero en la vida las cosas no son siempre como uno quiere.

– Digas lo que digas, aún puedes decidir sobre esto. – Noté que su cuerpo se acercaba más al mío, sus dedos sobre mí se hacían más presentes y que sus ojos me atravesaban incluso con más intensidad que antes.

– Y ya he decidido, lo que pasa es que tú no lo respetas. – Shiloh apretó la mandíbula y sus labios se sellaron formando una línea. – Hazme el favor de no volver a mencionar el tema, ¿vale?, tenemos mucho que hacer. – Antes de que él pudiera protestar y retenerme, me escabullí de entre sus manos y me sumergí en el bosque cercano.

Luego de aquella conversación transcurrieron horas en las que apenas nos dirigimos la palabra, no sabría decir exactamente si por la tensión que vibraba entre nosotros o por la necesidad de avanzar con sigilo entre las calles derrumbadas.

Mainland.Where stories live. Discover now