3- La Soledad

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Levanté el teléfono. Reconocí de inmediato la voz del padre de Martín. Me informó que habían encontrado a su hijo y que estaba muy grave.Le pregunté donde se encontraba y me dio santo y seña de un hospital; entonces, como Autómata, sin escuchar más deje el teléfono en la mesa para encaminarme a la calle.

Ignoraba que al salirme de la casa estaba a punto de entrar a un terrible páramo de desesperación y terror.

--¿Adónde vas?
No conteste.

Años después me doy cuenta de que es, ni más ni menos, la soledad los que nos atrae al fango como una melodía diabólica, y eso no significa estar físicamente solo, sino tener carencia de efecto...Uno puede estar aislado y sentirse feliz mientras trabaja, si tiene la seguridad de saberse amado por alguien, aunque ese alguien no este allí... En cambio, otra persona puede estar rodeada de mucha gente y sentirse desdichada al saberse ignorada.La soledad lleva al alcoholismo, a la droga, al adulterio, al suicidio... Es la orilla del pantano en el que inicia la perdición de cualquier ser humano... Una vez cayendo en ella, el lodazal comienza a jalarnos hacia cienos de mayor espesura...

--¿Adónde vas? -insistió papá.

A mi alrededor todo era bruma, como si muebles y familiares estuviesen envueltos en una gasa que me impidiera distinguirlos.

--¿ Qué te importa? -contesté.

--Son las once de la noche.No puedo permitir que salgas sola a esta hora.

--Dices que te deshonré y no quieres saber más de mí.

--Te prohíbo que salgas.

--¿Me prohíbes? -comencé a carcajearme como una loca -, ¿y con qué derecho? Te lavaste las manos de tu responsabilidad, así que también renunciaste a tu autoridad sobre mí.

Papá se quedó clavado en su sitio.
Salí a la calle y camine con rapidez, como si en mi desesperada huida pudiera dejar atrás al maligno fantasma que me había declarado suya.
Di vuelta en una esquina y vi, frente a mi, un largo y solitario tramo de calle.Los automóviles pasaban de intervalos de cinco a diez minutos.Uno de ellos se detuvo y el conductor esperó a que llegara a su lado; los jóvenes tripulantes me dijeron que no habían visto mujer más bella esa noche y me preguntaron si quería ir a algún lugar.Les contesté que no, y seguí caminando; adelantaron el vehículo para insistir.Los ignoré; después de un rato, arrancaron haciendo rechinar las llantas y dedicándome algunas señas obscenas detrás de los cristales.
Comencé a regañarme en voz alta:

--¿Qué le viste a Martín, pedazo de idiota? ¿Por qué te dejaste seducir por él? Cuando le dijiste que estabas embarazada, Te prometió que se casaría contigo, ¡pero ahora resulta que es drogadicto y tal vez bisexual! ¿Vas a unirte para siempre a un tipo así? ¡Piensa! ¿Qué prefieres? ¿Casarte y acabar divorciada, con un hijo, o aceptar de una vez ser madre soltera? ¡Es mejor estar sola que mal acompañada!, claro que es mucho mejor estar bien acompañada que sola; si Martín se rehabilita y hace su mejor esfuerzo por mejorar, quizá debas casarte con él. ¿Quién eres tú para juzgarlo? Si luchas por una familia te sentirás mejor que al dejas a todos el mundo condolerse de ti y seguirte tratando como una niña boba que se equivocó.
La congoja volvió a invadirme y me limpie las lágrimas con furia.

Al ver que no me controlaba, trote un poco hasta que se terminaron mis fuerzas.Entonces me detuve, me puse en cuclillas y solté a llorar.
De pronto sentí la presencia de otro automóvil a mi costado.El ronroneo del motor a escasos metros de distancia me hizo darme cuenta de que alguien me observaba.El coche tenia las luces apagadas.No moví. ¿Qué más podía ocurrirme? Me hallaba postrada, indispuesta para defenderme. Permanecí en el suelo unos minutos más, esperando, sin voltear.Escuché que la portezuela se abría. El instinto de conservación me hizo ponerme de pie y echar a caminar con la cabeza agachada, pero mi cuerpo chocó con el de un hombre que se había parado frente a mí. Me Asusté. Levante la vista.
Era mi papá.
Nos miramos por unos segundos.
Ya no había reclamo en sus ojos; había pena, preocupación. Ya no había enojo en los mios.Solamente una gran tristeza. Entonces lo abracé y me abrazó. Entre lágrimas le dije:

--Perdóname, por favor...Te fallé. Les fallé a todos.No sabes como lo siento.Perdóname...

No artículo palabra.Durante un rato permanecimos enlazados y mientras estábamos así comprendí lo terrible que debe ser para un padre ver a su hija desmoronarse, desviar su camino, renunciar a sus sueños, todo por una decisión sexual equivocada.

--Te amo,Lisbeth -dijo con voz vacilante --Nunca imaginé que podía ocurrirte algo así a ti.No quise lastimarte.
¡Oí su te amo tan distinto al de unas horas antes!
Las lágrimas no me permitieron contestarle, ni a él le dejaron decir nada más. Padre e hija, abrazados en la oscuridad de una calle solitaria, intentábamos reconfortarnos mutuamente por un hecho que nos lastimaba en lo más profundo y transformaba para siempre nuestras vidas.

Volar sobre el pantanoWhere stories live. Discover now