Cap. 2 - Escena 4

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Locks forcejeaba entre los brazos de sus captores sin resultado alguno. El metal de los guanteletes de los guardias le mordía la carne con fuerza, y mientras más se retorcía, más se hacía daño, pero no podía evitarlo. Le dolían los hombros porque la sostenían en volandas, sus pies colgando encima del suelo patéticamente. Al principio había tratado de exigirles que la llevaran frente al König, había tratado de convencerlos que era de suma importancia y perderían sus trabajos si no lo hacían, pero los guardias no habían parecido muy intimidados por sus amenazas. A medida que avanzaban, las exigencias de la niña se habían convertido en un lloriqueo, y cuando la llevaron por una escalera de piedra mal iluminada, se dio cuenta que había cometido un error garrafal. No sabía cuál era, pero estaba segura que había hecho algo mal.

Al final de la escalera, había un hombre sentado en un escritorio frente a una pesada puerta de hierro. A pesar de la escasa luz de su vela, estaba concentrado leyendo unos papeles, con una pluma en la mano. Los guardias arrojaron a Locks frente al escritorio y ella se raspó las rodillas y las palmas de la mano contra la piedra del piso al caer. Ahogó un gemido de dolor y se quedó mirando hacia abajo, tratando de contener las lágrimas.

—Capitán —dijo uno de los guardias—, hemos pillado a esta niña tratando de escabullirse en el palacio para hacerle daño a nuestro König.

—No fue así —protestó Locks, en un hilillo de voz.

—Viene de parte de la criminal Riding Hood —agregó el otro guardia—. Ella misma lo confesó.

—Bueno, ¿y a qué están esperando? —dijo el hombre tras el escritorio. La silla raspó contra el suelo al moverse hacia atrás. Las pesadas botas del capitán se plantaron frente a la cara de Locks—. Regístrenla y prepárenla para el interrogatorio.

Locks se estremeció. De pronto, el cuchillo de su padre que llevaba escondido bajo el vestido le quemó contra la cadera. Si lo encontraban, no creerían jamás que ella no había ido allí con malas intenciones.

—¡Esperen, por favor! —rogó—. Si tan sólo pudiera hablar con el König, él entendería...

Una mano cruel se aferró a su cabello y tiró de su cabeza hacia atrás, con tanta fuerza que Locks no pudo ahogar un chillido.

—Al König no le interesa hablar con espías como tú —le espetó el guardia, alzando el brazo.

Locks adivinó lo que se venía y cerró los ojos, esperando sentir el duro impacto del guantelete contra el rostro...

—No recuerdo haberles dado permiso para que hablaran por mí.

La voz era suave y melodiosa, pero tan profunda que transmitía una inmediata autoridad. Los dedos que tenían atrapada a Locks se aflojaron, y tanto los guardias como el capitán se arrodillaron con ligereza.

—¡Su Gracia! —exclamó uno de los guardias—. No pretendíamos...

—¿Poner palabras en mi boca? —preguntó el König. Su tono era tan frío y afilado como una cuchilla—. ¿Deshonrar el uniforme de la Guardia Real maltratando niñitas inofensivas?

—¡Pero, mi König! —dijo el capitán—. Ella es una criminal...

—¿Por qué? —volvió a preguntar el König—. ¿Qué hizo? ¿Mató a alguien? ¿Se robó algo?

—N-no que nosotros sepamos —admitió el capitán—, pero si viene de parte de Hood...

—Nadie puede ser peor que Hood —replicó el König. Sus pasos parecieron silenciosos y ágiles a comparación de los del capitán—. Yo sólo veo una niña a la que esa criminal engañó para enviarme un mensaje, y tú deberías usar mejor tu juicio, capitán.

—S-sí, mi König —tartamudeó el capitán.

—Y ahora, fuera de mi vista —ordenó el König—. Informad a mis doncellas que quiero que preparen una habitación, comida y ropa limpia para esta niña.

Los guardias huyeron por la escalera con tanta rapidez que Locks hubiera jurado que solamente dejaron una brisa detrás de ellos. Solamente cuando el ruido de sus pasos se extinguió en la escalera se animó a sentarse en el lugar en que había caído. El ruedo de su vestido estaba rasgado, y los brazos le dolían con los cortes y moretones que recibió de los guardias.

Pero era difícil prestar atención a eso cuando la figura imponente del König se erguía frente a ella.

Locks sólo había escuchado de hombres nobles en los cuentos de su madre, y el König encajaba perfectamente con esa idea

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Locks sólo había escuchado de hombres nobles en los cuentos de su madre, y el König encajaba perfectamente con esa idea. Iba ataviado con lustrosas botas y una capa violeta con cuello de armiño lo cubría, rozando el suelo. Cuando se acuclilló delante de ella, Locks notó su cabello. Era rubio, pero no era en nada como el de ella: en lugar de dorado, era tan claro que parecía casi blanco a la luz de las antorchas.

Pero lo más fascinante del König eran sin duda sus ojos. Locks inmediatamente pensó en el bosque, el cielo del bosque, de un verde rozagante con monedas de sol filtrándose entre las hojas de los árboles. Los ojos del König eran exactamente así. Incluso tenían pequeñas pintitas doradas en los irises. Se quedó tan embobada que por un momento no se dio cuenta que él le había hecho una pregunta.

—N-no, su Majestad —murmuró—. Estoy bien.

—¿Sí? —preguntó el König, y Locks se encogió cuando sus dedos rozaron su antebrazo—. Tienes un moretón justo aquí.

Locks no supo qué debía contestar a esa afirmación, o si debía responder algo en absoluto, así que se quedó callada. La sonrisa del König era amplia y amable.

—No te preocupes —le dijo—. Aquí ya nadie te hará daño.

 Aquí ya nadie te hará daño

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House of Wolves (Novela ilustrada) + Bitácora de autorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora