Capítulo 12.

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«OJALÁ tuviera aquí el clarinete», pienso, mientras camino de vuelta a casa desde la delicatessen. Si lo tuviera, me iría directamente al bosque donde nadie pudiera oírme y tocaría como esta mañana en el porche. «Toca la música, no el instrumento», solía decir Marguerite. Y el señor James: «Deja que el instrumento te toque a ti». Hasta hoy nunca había entendido sus instrucciones. Siempre había imaginado la música atrapada dentro del clarinete, no atrapada dentro de mí. Pero... ¿qué pasa si la música es lo que rebosa cuando un corazón se rompe?

Giro hacia nuestra calle y me encuentro al tío Big leyendo por la carretera, tropezando con sus enormes pies, saludando a sus árboles favoritos al pasar. Nada fuera de lo normal, quitando la fruta voladora. Durante unas cuantas semanas al año, si las circunstancias lo permiten, es decir, los vientos soplan de una forma particular y las ciruelas son especialmente pesadas, los ciruelos de alrededor de nuestra casa se vuelven hostiles hacia los humanos y empiezan a usarnos para practicar el tiro al blanco.

Big agita el brazo de este a oeste en un saludo entusiasta, escapando por los pelos a una ciruela que iba derecha a su cabeza.

Yo le digo hola y cuando se acerca más, le saludo con un pellizco en el bigote, que lleva encerado y peinado al máximo, lo más elegante (es decir, extravagante) que le he visto desde hace algún tiempo.

—Tu amigo está en casa —dice, guiñándome un ojo.

Después vuelve a enterrar la nariz en su libro y continúa con su paseo. Sé que se refiere a Joe, pero pienso en Sarah y el estómago se me retuerce un poco. Hoy me mandó un texto: Enviado equipo de rescate en busca de nuestra amistad. No le he respondido. Yo tampoco sé dónde andará nuestra amistad.

Al cabo de un instante, escucho a Big que dice:

—Por cierto, Len, ha llamado Toby preguntando por ti, quiere que le llames enseguida.

También volvió a llamarme al móvil cuando estaba en el trabajo. No escuché el mensaje del buzón. Repito la promesa que llevo haciéndome todo el día de que jamás volveré a ver a Toby Shaw, después suplico a mi hermana que me envíe una señal de perdón: tampoco hace falta ponerse sutil, Bails, con un terremoto me vale.

Cuando me acerco un poco más, veo que la casa está patas arriba: en el jardín hay montones de libros, muebles, máscaras, ollas y sartenes, cajas, antigüedades, cuadros, platos, cachivaches... entonces veo a Joe y a otro igual que él pero más fuerte y todavía más alto, que salen de la casa con nuestro sofá.

—¿Dónde quieres que dejemos esto, Abu? —dice Joe, como si fuera la cosa más normal del mundo sacar el sofá a la calle.

Esta debe de ser la sorpresa de Abu. Nos mudamos al jardín. Estupendo.

—Donde sea, chicos —dice Abu, que después me ve—. Lennie. —Se acerca rápidamente—. Voy a descubrir qué es lo que nos trae tan mala suerte —dice—. Es lo que me vino en plena noche. Tenemos que sacar cualquier cosa sospechosa fuera de la casa, hacer un ritual, quemar salvia y después asegurarnos de que no volvemos a meter nada que traiga mala suerte. Joe ha sido tan amable de pedir a su hermano que venga a ayudar.

—Hmmm —digo yo, sin saber qué más decir, deseando poder haber visto la cara de Joe mientras Abu le explicaba, muy sensata, esta idea TAN INSENSATA.

Cuando logro escapar de ella, Joe se acerca casi galopando. Metiéndose donde no le importa.

—Otro día en el psiquiátrico, ¿verdad? —digo.

—Lo que resulta bastante desconcertante... —dice, tocándose la ceja con un gesto de profesor— ...es cómo distingue Abu lo que trae buena suerte de lo que la trae mala. Todavía tengo que descifrar esa clave.

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⏰ Last updated: Jul 10, 2014 ⏰

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