Capítulo 4.

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ESTO ES LO que sucede cuando Joe Fontaine se estrena con un solo de trompeta

en el ensayo de la banda: yo soy la primera en caer, mareada, encima de Rachel, que

se derrumba encima de Cassidy Rosenthal, que tropieza contra Zachary Quittner,

que se desploma sobre Sarah, que se tambalea encima de Luke Jacobus... hasta que

todos los chicos de la banda acaban en el suelo amontonados, deslumbrados. Luego

el tejado sale volando, las paredes se desmoronan, y cuando miro fuera veo que el

bosquete cercano de secuoyas rojas ha levantado sus raíces de la tierra y avanza por

el patio hacia la clase, una panda de gigantes de madera que aplauden con las ramas.

Por fin, el río de la Lluvia se desvía de su cauce y gira a izquierda y derecha hasta

que acaba en aula de música del Instituto de Clover, donde el agua nos arrastra a

todos: de tan bueno que es.

Cuando el resto de nosotros, humildes mortales musicales, nos hemos recuperado

lo suficiente como para poder terminar la pieza, la terminamos. Pero al final del

ensayo, mientras guardamos los instrumentos, la sala está tan quieta y en silencio

como una iglesia vacía.

Por fin el señor James, que lleva todo el tiempo mirando a Joe como si fuera un

avestruz, recupera la capacidad de hablar y comenta:

—Vaya, vaya. Como se dice por aquí, eso sí que ha sido una mierda.

Todo el mundo se echa a reír. Me doy la vuelta para ver lo que le ha parecido a

Sarah. Consigo ver un ojo, de refilón, debajo de un sombrero gigante de rastafari. Ella

vocaliza en silencio las palabras increíblemente alucinante. Miro a Joe. Está limpiando

su trompeta, sonrojado por nuestra reacción o colorado de tocar, no estoy segura.

Levanta la vista, que se encuentra con la mía, y alza las cejas en un gesto expectante,

casi como si la tormenta que acaba de salir de su trompeta estuviera dedicada a mí.

¿Pero por qué iba a estarlo? ¿Y por qué no hago más que pillarle mirando cómo toco?

No es interés, me refiero a esa clase de interés, lo sé. Me observa con ojo clínico,

atentamente, como lo solía hacer Marguerite durante una lección cuando intentaba

averiguar qué demonios estaba haciendo mal.

—Ni lo sueñes —dice Rachel, cuando vuelvo a darme la vuelta—. Ese trompetista

está pedido. Además, tú no tienes nada que hacer con él, Lennie. Porque dime,

¿cuándo fue la última vez que tuviste novio? Ah sí, nunca.

Pienso en prenderle fuego a su pelo.

Pienso en aparatos de tortura medieval: en el potro, en particular.

Pienso en contarle lo que de verdad sucedió el pasado otoño en las audiciones.

En lugar de eso la ignoro, como llevo haciendo todo el año, limpio mi clarinete y

pienso que ojalá pudiera preocuparme por Joe Fontaine y no por lo que pasó con

El cielo está en cualquier lugarWhere stories live. Discover now