Capítulo 6.

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JUDAS, BRUTO, BENEDICT Arnold y yo.
Y lo peor es que cada vez que cierro los ojos vuelvo a ver la cara de león de Toby,
veo sus labios a un suspiro de los míos y me estremezco de pies a cabeza, pero no de
culpabilidad como debería, sino de deseo y entonces, en cuanto me atrevo a pensar
en los dos besándonos, veo la cara de Bailey, escandalizada y traicionada, que nos
mira desde arriba: su novio, su prometido besando a la traidora de su hermana
pequeña en su propia cama. Puaj. La vergüenza me vigila como un perro.
Me he impuesto un exilio voluntario, en mi árbol favorito del bosque que hay
detrás del colegio, mecida entre dos ramas. Todos los días, a la hora de comer, vengo
aquí, me escondo hasta que suena la campana, tallando palabras en las ramas con mi
bolígrafo, dejando que mi corazón se rompa en privado. No puedo esconder nada:
toda la gente del colegio me tiene ya demasiado calada.
Estoy metiendo la mano en la bolsa de papel donde Abu me ha preparado la
comida, cuando oigo unas ramas que se quiebran por debajo de mí. Oh, no. Bajo la
vista y veo a Joe Fontaine. Me quedo helada. No quiero que me vea: Lennie Walker,
Paciente Mental, Comiendo en lo Alto de un Árbol (porque nada más apropiado que
esconderse en un árbol, para alguien que está como una regadera). Él camina en
círculos por debajo de mí, desconcertado, como si estuviera buscando a alguien. Yo
apenas respiro pero no se va, se ha quedado quieto justo a la derecha de mi árbol.
Entonces, sin querer, hago crujir la bolsa y él levanta la vista y me ve.
—Hola —digo, como si fuera el sitio más normal del mundo para comer.
—Vaya, conque ahí estás —se queda callado, intenta disimular—. Me estaba
preguntando qué había por aquí detrás. .. —mira a su alrededor—. Es un sitio
perfecto para una casita de pan de jengibre o quizá para un fumadero de opio.
—No te hagas el loco —digo, sorprendida ante mi propio descaro.
—Bueno, lo confieso. Te he seguido —me sonríe... La misma sonrisa... guau, no me
extraña que me entraran ganas...
El continúa:
—Y supongo que querrás estar sola. Seguro que no vienes hasta aquí a trepar a un
árbol porque te mueres de ganas de charlar —me mira lleno de esperanza. Me está
hechizando, a pesar de mi lamentable estado de ánimo, a pesar del lío con Toby, a
pesar de que Cruella de Vil ya se lo haya adjudicado.
—¿Quieres subir? —le ofrezco una rama y él se sube al árbol de un salto, en algo
así como tres segundos, busca un buen sitio justo a mi lado, después pestañea,
mirándome. Había olvidado lo bien dotado de pestañas que está. Guau al cuadrado.
—¿Qué hay de comer? —señala a la bolsa de papel.
—¿Lo dices en serio? Primero invades mi soledad, y ahora pretendes gorronear.
¿Pero tú dónde te has criado?
—En París —dice él—. Así que soy un gorrón raffiné.
Vaya, cuánto me alegro de j'étudie le français. Y Dios, no me extraña que todo el
colegio esté revolucionado con él, no me extraña que me entraran ganas de besarle.
Incluso le perdono a Rachel, por un momento, esa idiotez de presentarse hoy con una
baguette asomando de la mochila. El continúa:
—Pero nací en California, viví en San Francisco hasta los nueve años. Hace más o
menos un año que nos mudamos allí otra vez y ahora estamos aquí. Sigo queriendo
saber lo que hay en la bolsa.
—jamás lo adivinarías —digo—. La verdad es que yo tampoco. A mi abuela le
parece de lo más divertido meter toda clase de cosas en nuestra... en mi comida.
Nunca sé lo que me voy a encontrar dentro: e.e. cummings, pétalos de flor, un
puñado de botones. Parece haber olvidado para qué está la bolsa de la comida.
—O a lo mejor piensa que hay maneras más importantes de alimentarse.
—Eso es exactamente lo que piensa —digo, sorprendida—. Vale, ¿quieres hacer
los honores? —levanto la bolsa.
—De pronto me da miedo. ¿Alguna vez te has encontrado algo vivo dentro?
Zas. Zas. Las pestañas. Vale, puede que tarde algún tiempo en inmunizarme
contra su pestañeo.
—Nunca se sabe... —digo, procurando que no se note que me derrito.
Y voy a fingir que no se me ha pasado por la mente lo de besarle. Él mira la bolsa,
entonces mete la mano con un gesto grandilocuente y saca... una manzana.
—¿Una manzana? ¡Qué desilusión!—me la lanza—. A todo el mundo le ponen
manzanas.
Le invito a continuar. Mete la mano, saca una copia Je Cumbres Borrascosas.
—Es mi libro preferido —digo—. Es como un chupete para mí. Ya me lo he leído
veintitrés veces. Siempre me lo está poniendo.
—Cumbres Borrascosas... ¡Veintitrés veces!Es el libro más triste del mundo. ¿Cómo
puedes tenerte en pie siquiera?
—¿Acaso tengo que recordártelo? Me has encontrado subida a un árbol a la hora
de comer.
—También es verdad —vuelve a meter la mano, saca una peonía morada sin tallo.
Su profundo aroma nos envuelve inmediatamente—. Guau —dice, inhalando—. Me
hace sentir como si fuera a levitar —me la pone debajo de la nariz.
Yo cierro los ojos, imagino que la fragancia también me hace flotar. No lo consigo.
Pero se me ocurre otra cosa.
—Mi santo preferido de todos los tiempos es un Joe —le digo—. José de
Cupertino, que levitó. Cada vez que pensaba en Dios, empezaba a flotar por los aires
en un ataque de éxtasis.
El ladea la cabeza, me mira escéptico, levantando las cejas:
—No me lo creo.
Yo asiento:
—Mogollón de testigos. Le pasaba todo el rato. En plena misa.
—Vale. Me comen los celos. Supongo que no soy más que un simple aspirante a
levitador.
—Qué pena —digo yo—. Ya me gustaría verte planeando por encima de Clover,
tocando la trompeta.
—Joder, pues sí —exclama—. Podrías venir conmigo, agarrada a un pie o algo así.
Nos miramos con gesto inquisitivo, intrigados el uno por el otro, sorprendidos de
haber conectado tan bien... No es más que un instante, apenas perceptible, como
cuando una mariquita se posa en tu brazo.
Él coloca la flor sobre mi pierna y siento el roce de sus dedos a través de los
vaqueros. La bolsa de papel ya está vacía. Me la entrega y, después, nos quedamos
callados, escuchando el viento que sopla a nuestro alrededor y contemplando el sol
que se filtra entre las secuoyas rojas en forma de rayos increíblemente espesos, como
en los dibujos de los niños.
¿Quién es este tipo? He hablado con él en este árbol más que con nadie del colegio
desde que volví. Pero... ¿cómo es posible que se haya leído Cumbres Borrascosas y aun
así esté pillado por Rachel Puti-zilla? A lo mejor es porque ella ha estado en Froncia.
porque finge que le gusta una música de la que nadie más ha oído hablar, como
esos mundialmente famosos cantantes de garganta de Tuva.
—Te vi el otro día —dice, jugando con la manzana. La lanza con una mano, la
recoge con la otra—. Junto al Prado Grande. Estaba tocando la guitarra en la finca. Tú
estabas al otro lado. Me pareció que escribías una nota o algo apoyada en un coche,
pero después simplemente dejaste caer el trozo de papel...
—¿Es que me estás espiando? —pregunto, intentando que no se me note en la voz
que estoy encantada.
—Puede que un poco —deja de lanzar la manzana—. Y puede que sienta
curiosidad por una cosa.
—¿Curiosidad? —pregunto—. ¿Curiosidad por qué?
No me responde, comienza a rascar el musgo de una i .una. Me fijo en sus manos,
en sus largos dedos llenos de callos de tocar la guitarra.
—¿Por qué? —pregunto otra vez, muriéndome por saber qué fue lo que le hizo
sentir suficiente curiosidad como pura subirse a un árbol conmigo.
—Por tu forma de tocar el clarinete.
La emoción se evapora. -¿Sí?
—Bueno, de hecho es tu forma de no tocarlo.
—¿A qué te refieres? —pregunto, sabiendo exactamente a qué se refiere.
—Me refiero a que tienes mucha técnica. Tu digitación es muy ágil, tu aleteo
rápido, tu rango de tonos alucinante... pero es como que la cosa se queda ahí. No lo
entiendo —se ríe, por lo visto ajeno a la bomba que acaba de soltar—. Es como si
tocaras sonámbula o algo así.
Se me sonrojan las mejillas. ¡Tocar sonámbula!Me siento atrapada, como un
pescado en la red. Ojalá hubiera dejado la banda y ya está, como me habría gustado
hacer. Aparto la mirada hacia las secuoyas rojas, cada una elevándose hacia el cielo
rodeada únicamente por su soledad. El se queda mirándome, esperando una
respuesta, lo noto, pero no le ofrezco ninguna: se trata de un coto vedado.
—Mira —dice cauteloso, cuando por fin comprende que sus encantos no le van a
servir de nada—. Te seguí hasta aquí para ver si podíamos tocar juntos.
—¿Por qué?
Mi tono de voz es más fuerte y más irritado de lo que quisiera dejar ver. Un lento
pánico que me resulta familiar se va apoderando de mi cuerpo.
—Me gustaría oír a John Lennon tocar de verdad. Y a quién no, ¿verdad?
Su broma se estrella y empieza a incendiarse entre los dos.
—No me apetece nada —digo, mientras suena el timbre.
—Mira... —empieza él, pero no le dejo terminar.
—No quiero tocar contigo, ¿vale?
—Vale —lanza la manzana al aire. Antes de toque el suelo y antes de saltar del
árbol, añade—: De todas formas, la idea no ha sido mía.

Buenos chicas, esto es todo por hoy, mañana si puedo subiré otros dos o así asi qeu esta vez no vais a tener qeu esperar mucha jaja.. Bueno espero que comenteis que tal os está pareciendo esta historia que me hace mucha ilusión leer vuestros comentarios.. Una pregunta: que chico os está gustando más??? Besooos y muchas graciaaaaaaaaas

El cielo está en cualquier lugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora