Capítulo 7

567 8 2
                                    

DESPIERTO AL OÍR A Ennui, el Jeep de Sarah, que pita al bajar la calle: se trata de
una emboscada. Me doy la vuelta, miro por la ventana, veo que se baja de un salto
con su vestido vintage negro favorito y botas militares de plataforma, el pelo rubiootra-vez
retorcido en un moño, un cigarrillo colgando de los labios rojo sangre en
medio de una torta de un blanco fantasmagórico. Miro el reloj: 7:05 a.m. Ella levanta
la vista y me ve en la ventana, agita los brazos como un molino de viento en un
huracán.
Me tapo la cabeza con las sábanas, esperando lo inevitable.
—He venido a chuparte la sangre —oigo al cabo de un instante.
Me asomo por debajo de las sábanas.
—La verdad es que como vampiro estás espectacular.
—Ya lo sé —se mira en el espejo que hay encima de mi tocador, mientras se limpia
un rastro de barra de labios de los dientes con el dedo, la uña pintada de negro—. Me
va bien esta imagen... tipo Heidi se vuelve gótica.
Sin los accesorios, Sarah podría pasar por Ricitos de Oro. Es una chica playera de
piel tostada por el sol, convertida en chica
góticagrungepunkhippierockeremocoremetalfreakfashionistabriangeekboycrazyhiph
oprastagirl, de incógnito. Cruza la habitación, se inclina sobre mí, después abre las
sábanas por una esquina y se mete en la cama conmigo, con botas y todo.
—Te echo de menos, Len —sus enormes ojos azules brillan al mirarme, tan
sinceros e incongruentes con la pinta que lleva—. Vamos a desayunar antes de clase.
Es el último día del primer ciclo de secundaria, y todo ese rollo. Manda la tradición.
—Vale —digo, y después añado—: Siento haber estado tan mal.
—No digas eso, lo que pasa es que no sé qué hacer por ti. No me puedo ni
imaginar... —se interrumpe, recorre El Santuario con la mirada. Veo que el pavor se
apodera de ella—. Es tan insoportable... —se queda mirando fijamente la cama de
Bailey—. Todo está tal y como lo dejó. Dios, Len.
—Ya —se me atraganta la vida—. Voy a vestirme.
Ella se muerde el labio inferior, intentando aguantar las lágrimas:
—Te espero abajo. Le prometí a Abu que hablaría con ella —se levanta de la cama
y sale por la puerta, el ánimo que se veía en su paso hace un momento transformado
en un arrastrar de pies.
Vuelvo a taparme la cabeza con las sábanas. Sé que el cuarto es un mausoleo. Sé
que pone triste a todo el mundo (menos a Toby, que no pareció ni darse cuenta), pero
lo quiero así. Me hace sentir que Bailey sigue aquí o que puede regresar.
De camino al pueblo, Sarah me cuenta su más reciente plan para ligarse a algún
chico que sepa hablar de su existencialista favorito, Jean-Paul Sartre. El problema es
su insensata atracción por los surfistas necios, que normalmente no son los más
versados en literatura francesa y filosofía (sin ánimo de ofender) y por tanto deben
ser constantemente excluidos de la regla impuesta por la propia Sarah y que consiste
en que-sepan-quién-es-Sartre-o-al-menos-se-hayan-leído-algo-de-D. H.-Lawrence-ocomo-mínimo-uno-de-alguna-Brontë-preferiblemente
de-Emiliy, para poder salir con
ella.
—Este verano hay un simposio por las tardes, en la Estatal, sobre feminismo
francés —me cuenta—. Me voy a apuntar. ¿Quieres venir?
Me echo a reír:
—Parece el sitio perfecto para conocer chicos.
—Ya lo verás —dice—. Los tíos más increíbles no tienen miedo de ser feministas,
Lennie.
La miro. Está intentando hacer anillos de humo, pero en vez de eso le salen
pegotes de humo.
Me da pánico contarle lo de Toby, pero tengo que hacerlo, ¿no? Solo que soy
demasiado cobarde, así que me decido por una noticia menos concluyente.
—El otro día a la hora de comer pasé un rato con Joe Fontaine.
-—¡Qué dices!
—Que sí.
—Ni hablar.
—Qué sí.
—Que no.
—Te lo digo.
—Imposible.
—Muy posible.
Tenemos un aguante increíble en esto del que sí-que no.
—¡Serás pava!¡Pero qué pava desplumada!¿Cómo has tardado tanto en
contármelo? —cuando Sarah se emociona, las frases se le van llenando de animales
como si padeciera una versión en plan granja del síndrome de Tourette—. Bueno, y...
¿qué tal es?
—No está mal —digo distraída, mirando por la ventanilla.
No consigo imaginar a quién se le ha ocurrido eso de que toquemos juntos. ¿Al
señor James, quizá? ¿Pero por qué? Y buf, qué corte.
—Aquí Tierra llamando a Lennie. ¿Acabas de decir que Joe Fontaine no está mal?
¡Ostras, si el tío es increíblemente alucinante!Y me he enterado de que tiene dos
hermanos mayores: ostras al cubo, ¿no crees?
—Ostras, di que sí, Batgirl —digo yo, y Sarah suelta una carcajada, un sonido que
no termina de encajar con su cara de murciélago gótico.
Sarah le pega una última calada de su cigarrillo y lo tira dentro de una lata de
refresco. Yo añado:
—Le gusta Rachel. ¿Qué te puedes esperar de él?
—Que tenga uno de esos cromosomas Y —dice Sarah, metiéndose un chicle en esa
boca suya que padece fijación oral—. Pero la verdad es que a mí no me lo parece. He
oído decir que solo le importa la música, y ella suena como un gato maullando.
Puede que sea por lo de esos estúpidos cantantes de garganta de los que no para de
hablar, que él se crea que ella tiene alguna idea de música o algo por el estilo —
mentes privilegiadas... De pronto, Sarah empieza a dar botes en su asiento como si
tuviera un muelle debajo—: ¡ Ay, Lennie, hazlo!Dispútale el puesto de clarinete
solista. ¡Hoy mismo!Venga. Será tan emocionante... ¡Seguro que jamás ha sucedido
en toda la historia de la banda de música. ¡Que se dispute un puesto en el último día
de clase!
Yo sacudo la cabeza:
—Ni lo sueñes.
—¿Por qué?
No respondo, no sé cómo responder.
Me viene a la cabeza una tarde del verano pasado. Acababa de dejar las clases con
Marguerite y estaba pasando el rato con Bailey y Toby en la cañada. Él nos estaba
contando que los purasangres tienen unos ponys acompañantes que siempre van a
su lado, y recuerdo haber pensado: «Esa soy yo». Yo soy un pony acompañante, y los
ponys acompañantes no son solistas. No tocan como primeros clarinetes ni se
presentan a las pruebas para la Banda Estatal ni compiten a nivel nacional ni
consideran en serio la idea de estudiar en cierto conservatorio de música de la ciudad
de Nueva York, como Marguerite había empezado a insistir.
No lo hacen, así de simple.
Sarah suspira mientras gira hacia un sitio para aparcar.
—Bueno, vale, supongo que tendré que entretenerme de alguna otra manera en mi
último día de colegio.
—Supongo que sí.
Nos bajamos de Ennui de un salto, nos metemos en Cecilia's y pedimos una
cantidad vergonzosa de pasteles que Cecilia nos sirve gratis con la misma mirada de
pena que ahora me sigue adondequiera que voy. Creo que me regalaría hasta la
última pasta de la tienda si yo se lo pidiera.
Nos plantamos en nuestro banco favorito junto a Maria's, la delicatessen italiana,
donde todos los veranos, desde que cumplí los catorce años, soy la principal
fabricante de lasaña. Mañana empiezo otra vez. El sol ha estallado en millones de
pedazos esparcidos por toda la calle principal. Hace un día maravilloso. Todo brilla
menos mi corazón culpable.
—Sarah, tengo que contarte una cosa.
Se cierne sobre ella un gesto de preocupación:
—Claro.
—La otra noche pasó algo con Toby.
Su gesto de preocupación se ha transformado en otra cosa, que es lo que me daba
miedo. Sarah se ciñe a un incontestable código de conducta con respecto a los chicos.
La política es de hermandad ante todo.
—¿Algo en plan algo? ¿O algo en plan algo? —levanta una ceja hasta Marte.
Se me revuelven las tripas:
-En plan algo... Nos besamos.
Ella abre mucho los ojos y su cara se retuerce en una mueca de incredulidad, o
quizá de horror. «Es el rostro de mi vergüenza», pienso, mirándola. «¿Cómo he podido
besar a Toby?» me pregunto por milésima vez.
—Guau —dice ella, y esa palabra golpea contra el suelo como una roca.
Sarah no hace ningún esfuerzo por ocultar su desdén. Entierro la cabeza entre las
manos, me encojo... No debería habérselo contado.
—En ese momento tenía sentido, los dos echamos tanto de menos a Bails, él lo
entiende, me entiende, es el i mico que lo entiende... y estaba borracha —todo esto lo
digo con la cara enterrada en los vaqueros.
—¿Borracha? —no logra disimular su asombro. Casi nunca tomo ni siquiera una
cerveza en las fiestas a las que ella me arrastra. Después, en un tono más suave,
escucho—: ¿Toby es el único que te entiende?
Oh, no.
—No quería decir eso —digo, levantando la cabeza para encontrarme con su
mirada, pero no es cierto, sí quería decirlo y por su expresión sé que ella lo sabe—.
Sarah.
Traga saliva, aparta la vista, después rápidamente cambia de tema para volver a
mi deshonra.
—Supongo que son cosas que pasan. El sexo en momentos de dolor no es nada
raro. Salía en uno de los libros que me leí —todavía noto por su voz que me está
juzgando, y ahora además noto también otra cosa.
—No nos acostamos —digo—. Sigo siendo la última virgen en pie.
Ella lanza un suspiro, después me rodea con el brazo, con un gesto incómodo, casi
como si se sintiera obligada a hacerlo. Es como si me estuvieran haciendo una llave
de kárate. Ninguna de las dos tiene ni idea de cómo enfrentarse a lo que no nos
atrevemos a decir, ni tampoco a lo que sí nos atrevemos a decir.
—Tranquila, Len. Bailey lo comprendería —no suena nada convincente—.
Tampoco es que vaya a volver a pasar nunca más, ¿verdad?
—Pues claro que no —digo, y espero que no sea mentira.
Y espero que lo sea.

Siento la demora chic@s pero es que acabo de terminar en un campeonato y tengo toda esta semana de exámenes. Os recompenso con otra capi. BESOOOOOOOOOOS

El cielo está en cualquier lugarWhere stories live. Discover now