Capítulo 9.

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LAS CLASES HAN acabado hace dos semanas. Abu, Big y yo estamos como 

regaderas, cada loco con su tema. 

Prueba A: Abu me sigue por toda la casa con una tetera. La tetera está llena. Veo el 

vapor que sale por el pitorro. En la otra mano lleva dos tazas. Antes Abu y yo 

tomábamos té juntas. Nos sentábamos en la mesa de la cocina, al anochecer, y 

bebíamos té y hablábamos antes de que los demás volvieran a casa. Pero ya no quiero 

tomar té con Abu porque no me apetece hablar, cosa que ella sabe pero aún no ha 

aceptado. Así que me ha seguido por las escaleras y ahora está de pie en el umbral 

del Santuario, tetera en mano. 

Me tiro sobre la cama, busco mi libro, finjo leer. 

—No quiero té, Abu —digo, levantando la vista de Cumbres Borrascosas, me doy 

cuenta de que está al revés pero espero que ella no. 

Se viene abajo. De manera colosal. 

—Vale —deja una taza en el suelo, llena la que tiene en la mano para ella, toma un 

sorbo. Sé que se ha quemado la lengua, pero finge que no—. Vale, vale, vale —

canturrea, tomando otro sorbo. 

Lleva siguiéndome así desde que terminaron las clases. Normalmente, el verano es 

la época en que tiene más trabajo como experta en jardinería, pero les ha dicho a 

todos sus clientes que va a tomarse un paréntesis hasta el otoño. Así que, en lugar de 

dedicarse a la jardinería, se mete en Maria's cuando estoy trabajando, o en la 

biblioteca cuando me toca el descanso, o me sigue hasta Flying Man's y se queda 

dando vueltas por el camino mientras yo hago el muerto y dejo que mis lágrimas se 

derramen en el agua. 

Pero lo peor es la hora del té. 

—Mi pequeña, no es sano... —su voz se ha fundido en un torrente de 

preocupación que ya me resulta familiar. 

Creo que habla de mi distanciamiento, pero cuando miro me doy cuenta de que es 

lo otro. Está mirando el tocador de Bailey, los papeles de chicle desperdigados, el 

cepillo del pelo con una red de su pelo negro tejida entre las cerdas. Veo su mirada 

que recorre la habitación hasta los vestidos de Bailey, tirados sobre el respaldo de la 

silla de su escritorio, la toalla colgada de una esquina de su cama, la cesta de la ropa 

de Bailey todavía llena de su ropa sucia... 

—Vamos a guardar aunque sea unas cuantas cosas. 

—Ya te he dicho que lo haré yo —susurro, para evitar gritarlo con todas mis 

fuerzas—. Yo lo haré, Abu, si paras de acosarme y me dejas en paz. 

—Vale, Lennie —dice ella. 

Ahora no necesito levantar la vista para saber que le ha dolido. 

Cuando por fin la levanto, ha desaparecido. En ese instante me entran ganas de 

El cielo está en cualquier lugarWhere stories live. Discover now