Capítulo XXIV.

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   Sentí celos cuando los ojos de Paul comenzaron a cristalizarse. No entendía por qué lo amaba, por qué lo quería ver, y sobre todo, por qué le había dolido su muerte. Se suponía que me debía querer a mí nada más.

   —¿Usted... lo...?

   —No, claro que no —lo interrumpí—. ¿Qué caso tendría hacer eso? No hubo necesidad, alguien lo hizo por mí.

   —¿¡Lo mandó a matar!?

   —¡No! —apelé—. Y no alces la voz. Eres una falta de respeto. Agradece que no te dé un merecido castigo por grosero.

   —Pero... p-pero —sollozó—. ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo lo vio? ¿Quién?

   —Me voy a molestar si lloras por él; deberías llorar cuando follamos y te rompo el trasero.

   —Yo lo...

   —¡No lo repitas! —lo interrumpí. Supuse que iba a decir que lo amaba, y lo último que quería escuchar era eso.

   —¿Y... dónde está?

   —Lo colgué cómo llavero... ¡Paul, está muerto! ¿¡Dónde se supone que debe estar!?

   —¿En el de Liverpool? Es decir... está aquí, ¿verdad?

   —Sí, pero no irás a verlo.

   Paul se acomodó en la cama, encogió sus piernas y me miró con tristeza, junto a una pizca de súplica.

   —No insistas porque no iremos. ¿Crees que voy a permitir que llores por otro mientras yo estoy contigo?

   —¿Por qué murió?

   —Tu querido noviecito estaba envuelto en drogas. No era un santo, ni perfecto, así como tú dices.

   —Usted es perfecto de pies a cabeza.

   —Cla... ¿qué dijiste?

   —Quiero decir —carraspeó—: usted es perfecto porque así lo piensa, y somos lo que pensamos que somos, porque si no pensamos que somos perfectos, no los somos; todo está en la mente y en el querer pensar lo que queremos pensar que somos... porque eso es lo que somos... porque pensamos que está bien y eso es lo que somos.

   —¿Qué? Cómo sea, ¿te digo más? El estúpido ese venía a pedirte disculpas, pero... qué tragedia, ¿verdad?

   La mirada de él se posicionó sobre la mía de forma rápida. Supe que no fue había sido buena idea decir ese detalle, pero aún así era algo que sentía que no podía ocultar. Él necesitaba saber todo con respecto a él.

   —¿Venía a... pedirme perdón? O sea que se arrepintió por lo que me hizo, ¿verdad? O sea que sí me quería, ¿verdad?

   —Yo te quiero y con eso basta.

   En medio de su semblante triste, Paul dibujó una tierna sonrisa, haciendo que sus mejillas se tornaran más gorditas.

   —¿Me quiere?

   —¿Yo? ¿Quererte? Uh... ¿a qué te refieres?

   —'Yo te quiero y con eso basta' —repitió—. Me refiero a ese querer.

   —¿Tanto te importa que yo te quiera?

   —Creo que nadie me ha querido nunca, y... siento que... usted sí lo hace... claro, a su manera. Pero eso es lo que importa, ¿no? Que me quiera. Que usted me quiera. Eso es lo importante.

   —¿Qué dice tu trasero al respecto?

   —Mi trasero y su pene hacen buena pareja.

   No pude evitar reírme un poco.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora