Capítulo XI.

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   Me estacioné frente a una parada de bus, la cual estaba algo vacía debido a que eran las siete de la noche y a esa hora no había tanta influencia de gente. Stuart se apresuró a quitarse el cinturón de seguridad y salir del coche de manera apresurada.

   —Dame el teléfono, necesito recuperar mi aldea.

   —Eso juego es de ñoños, Stu —lo saqué de mi bolsillo y se lo di—. Juega algo mejor.

   —¡Voy a jugar a secuestrar a alguien y luego violarlo! ¡Ese será un estupendo juego!

   —Ahórrate esos comentarios —advertí.

   Stuart resopló.

   —¿A dónde irás mañana? —cuestionó.

   —Debo ir a un bar —le contesté—. Hay asuntos que debo arreglar.

   —¡Uy, don misterios!

   —Mejor vete ya, estúpido —apelé—. ¿Qué harás tú?

   —Después de esa despedida de soltero, si es que se le puede llamar así, iré a algún lugar con Astrid ésta noche.

   Me sonreí de forma pícara.

   —¡No es nada de lo que estás pensando! —se apresuró a decir—. ¡Eres un cerdo!

   —Yo no estoy diciendo nada, Stu. ¡Bueno, ya vete!

   Se posicionó en la parada de bus, sacudió su cabeza de izquierda a derecha en modo de reproche, para después meter las manos a su bolsillo y mirar a todos lados. Subí las ventanas del coche y luego me apresuré en seguir con el trayecto.

   —¿Por qué no te pasas hacia adelante?

   Paul asintió, al tiempo que hacía lo que le había indicado; logró sentarse a mi lado, se colocó el cinturón, cruzó los brazos y descargó el peso de su cabeza en el vidrio, mientras veía por el mismo con aires pensativos.

   Quería entablar una conversación, pero no sabía qué decirle o sobre qué hablar. Claramente se podía ver que estaba triste, melancólico o la combinación de ambas.

   —¿Qué sucede? —cuestioné.

   Despegó la cabeza, volteó a verme y esbozó una sonrisa de lado, para luego encoger sus hombros en un gesto de despreocupación.

   —Nada —contestó—, no me pasa nada.

   —¿Seguro? Yo creo que sí.

   —Mmhm, no. No pasa nada.

   —Dime la verdad —insté.

   —En usted. En mí. En nosotros.

   Me apresuré a mirarlo, luego volví a poner la vista en el camino. Estaba comenzando a ponerme nervioso y no sabía por qué.

   —¿En mí? —carcajeé sin ánimo—. ¿Y qué pensabas? No creo que sea lo de los amigos otra vez.

   —No, eso no —se negó—. Pensaba que... que la vida es..., es rara e irónica.

   —Eso es cierto, pero... ¿eso que tiene que ver conmigo?

   —Mucho —asintió—: yo siempre soñaba con alguien que me amara, también en compartir mi..., mi..., mi cuerpo con esa persona. Pero usted no me ama, jamás lo harás. Eso es trágico, al menos para mí porque sería bonito que alguien me amara de verdad. Y espero que no me vaya a castigar por lo que le acabo de decir.

   —Si no te haces silencio puedo considerarlo; no me gustan las cursilerías, así que mejor cállate o te voy a romper el trasero a la mitad cuando llegue a casa.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora