Ahí se encontraba, en la pista número siete, aquella pista que siempre había ocupado desde que era un niño pequeño y su madre lo había llevado a conocer lo que era una piscina, para así poder superar el miedo que le causaba el océano al ver las olas acercarse a sus pies. Era el momento con el que había soñado toda su vida, el poder competir en los nacionales representando a todo el estudiantil universitario que se encontraba apoyándole, gritando su nombre a todo pulmón, se sentía finalmente aceptado por todos los que alguna vez le habían criticado.
Sin embargo, los nervios volvían a consumirle como lo hacían cada vez que se paraba en el taco de salida, algo a lo que había logrado acostumbrarse. Sintió un leve tirón en su pie, algo que llevaba combatiendo desde ya semanas atrás, pero que mantenía oculto para no decepcionar a todos los que contaban con que triunfara aquel día. Se posicionó a la perfección, y centró todos sus sentidos a la espera del silbato que daría inicio a la final internacional de natación. El réferi hizo sonar el silbato, y se lanzó de inmediato al agua con una entrada perfecta, rompiendo el agua como si fuera una hoja de papel cortada por una tijera filosa.
Era una entrada perfecta para un terrible final: sintió que su pie derecho dejó de responder a pesar de la fuerza con que intentaba ejecutar las patadas para obtener la fuerza en su braceo y romper la resistencia del agua. Comenzó a sentir que le faltaba el aire debido a la desesperación que comenzaba a inundar sus pensamientos, y ahora el agua inundaba sus pulmones. Estaba ahogándose en mitad de la piscina, podía escuchar los gritos de la gente algo nebuloso: una mezcla de aliento hacia sus oponentes combinados con gritos de rabia de sus compañeros de equipo por estar en último lugar. No fue hasta que el réferi levantó la bandera de peligro que detuvieron la competencia y los salvavidas entraron a la piscina apresurados para poder rescatarlo, algo que apenas notaba ya que estaba comenzando a perder la conciencia.
Despertó finalmente entre gritos, sudando frío y escuchando el paso apresurado de su madre hacia su habitación. Tomó asiento en el borde de su cama, afirmando su cabeza y tratando de controlar su temblor de piernas, manejando su respiración como se le había enseñado, y con el objetivo de recuperar los latidos normales de su corazón. Finalmente, la señora entró al cuarto de su hijo y se sentó a su lado, sin interrumpirle en su terapia de relajación personal.
- Hijo ¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar de alguna forma? - Preguntó con cautela, sobando la espalda de su único niño con la mayor suavidad posible para hacerle saber que estaba presente.
- Abrázame... Por favor... - Pidió el chico sin cambiar su posición en la que se encontraba, ya que si se llegaba a mover sabía perfectamente que no podría superar su crisis de pánico, pero también sabía que necesitaba a su madre como todas las veces que algo así ocurría.
No hubo necesidad de más conversación: La madre se acomodó al lado de su hijo y le hizo recostar su espalda en su pecho, poniendo la cabeza de éste en su hombro para poder hacerle caricias, algo que el chico correspondió con leves sollozos, ya no podía contener la ansiedad que le había causado la pesadilla que había tenido. Como siempre, su madre comenzó a cantarle aquella canción de cuna que siempre le tranquilizaba desde que era un bebé, mientras su padre llegaba a la habitación con un vaso de agua y esperaba a que el chico se lo pidiera, y se quedaban a su lado como todas las noches, esperando que aquella pesadilla no volviera a ocurrir...
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•• Burbujas secretas •• YoonMin ••
Fanfiction«Fue en el momento que tomó de mi cintura en aquella piscina que supe me había enamorado del chico tatuado.» Jimin era un chico de dieciocho años que había sido seleccionado para integrar el equipo de natación de la Universidad de Seúl en el minuto...
