—Perdón —Me disculpo.

Ella mira a Oliver esperando —quizá— que en alguna medida censure lo que acaba de pasar; pero él, todavía riendo, nada más llama al mesero.

—Retire ese café por favor —pide— y traiga... —Me mira instándome a que esta vez sí pida lo que quiero y no algo para quedar bien con su mamá.

—Smoothie de fresa.

—A mí tráigame otra Coca-Cola.

—¿Algo para comer? —Nos pregunta el mesero.

—Yo no tengo hambre —avisa Magda mirando con asco las pizcas de café que cayeron sobre la mesa.

—Nosotros dos sí —contesta Oliver dejando boquiabierta a su mamá—. Yo... —Echa un vistazo al menú— una pizza personal —Hace anotar al chico—. ¿Tú? —Me pregunta con decisión pese a la nueva mirada de «Y te vuelves a poner del lado de ella» que le está dirigiendo Magda.

—Lo mismo —digo agradecida de que me ayude a no sentirme una completa idiota.

—¿Podría cambiarnos el mantel? —pide esta vez Magda empujando lejos su taza de café. Ya no la quiere.

—El mantel está bien —La corta Oliver despidiendo al mesero y ganando así otro gesto de desaprobación.

Pero el ambiente es diferente ahora. Al principio Oliver intentó no presionar a su mamá, quiso ser amable, sin embargo ahora luce molesto; y Magda, en consecuencia, cuida más lo que dice. Parece ser consciente de que su hijo, por más paciente que sea, tiene un límite.

Yo misma he visto ése límite.

Y comemos en silencio hasta que un admirador del programa se acerca a Oliver para pedirle tomarse los dos una foto.

—¿Por qué no llevas a Andrea al programa? —propone Magda consiguiendo así que Oliver vuelva a sentirse incómodo. ¿Por qué? Ella conoce nuestra situación.

—Mamá, Andrea... —Oliver no sabe qué decir.

—Es más divertido verlo por televisión —digo para no presionarlo.

—Puedes hacerla pasar como tu asistente —insiste Magda—. Karin le había dicho a Stu que necesitas una..., o puede ir como público.

No es mala idea. Incluso puedo llevar peluca. No obstante, ver la angustia de Oliver me desanima. Su negativa roza la desesperación.

—No.

—¿Es por la fotografía que se difundió en redes sociales? —Magda no cede—. Karin aclaró que es una amiga de los dos —Me mira—. ¿No añadiría credibilidad que te miren acompañando a ambos?

No sé qué decir.

—Y ahí está Rabagliati —Magda señala a Oliver una mesa lejana a la nuestra—, el que también es socio en Saveur. ¿No le pertenece también este restaurante? Deberías ir a saludarlo.

Oliver luce cansado.

—Otro día hoy estoy con ustedes.

—Ve, cielo —Magda de nuevo toma una actitud llevadera— . Karin me platicó lo tensas que están las cosas. No pierdas esta oportunidad de quedar bien.

¿Lo tensas que están las cosas?

Y como si Magda le llamase con la mente, Ravioli mira nuestra mesa reconociendo al instante a Oliver. No duda en ponerse de pie para venir a saludarle.

—Ya no hay opción —gruñe Oliver con pesadez y se levanta. Lo miro caminar hasta Ravioli para estrechar su mano y platicar.

—Que Oliver dude en llevarte al programa debería darte una clara señal de cuánto le pones en riesgo —dice Magda una vez estamos solas.

—Tenemos que pasar desapercibidos hasta que termine el programa.

—¿Sabes quién es él? —Esta vez me señala al tipo que platica con Oliver.

—¿Ravioli?

Rabagliati —Me corrige, molesta. Ay—. Socio de Saveur, el mejor restaurante de la ciudad, o por lo menos el más costoso —Magda saca de su bolso un fino lápiz labial para retocar ahí mismo su maquillaje—. ¿Sabías que el padre de Karin negoció asociarse con Rabagliati a cambio de que Oliver cocine para ellos? —La mirada altanera que me dirige también es de fotografía.

—No —acepto. Porque no..., de hecho no lo sabía.

—También lo harían socio de Becker Steak House —Parece divertirle que no sepa nada—. De ganar Oliver El chef de oro pasaría a ser celebridad. Una estrella. Mucha gente ve ese programa. ¿Tienes idea de la cantidad de contratos que le esperan? Continuar siendo la imagen de esa marca de aceites es solo el principio. Presentaciones, libros... Karin incluso negoció que tenga su propio programa.

—Magda...

—Y lo logrará sí y sólo sí continúa al lado de los Becker.

—Y tú, Karin, el señor Becker, los productores de El chef de oro, Ravioli...

—¡Rabagliati!

—Él —Hago un gesto de indiferencia con mi mano—. Todos, ¿no se han puesto a pensar en que quizá Oliver no quiere nada de eso?

—Parece que no fui lo suficientemente clara —Magda me mira como si me tuviera que explicar una vez tras otra la tabla del 1—. Ser socio de Becker Steak House, cocinar para Saveur, tener su propio programa de televisión —Eleva su voz cada que añade algo a la lista—, CONTRATOS ¿Cómo no va a querer algo así? Eres tú la que lo distrae, lo ciega.

Escucho a Magda sin opinar, Oliver tendrá sus razones para todavía no decirle lo que realmente quiere hacer.

—Por estar contigo ha pospuesto reuniones con Becker y Rabagliati pese a tener casi firmado el contrato, ¿lo sabías?

Niego con la cabeza. Me hubiera gustado saber eso.

—Sin embargo, Magda —Lo que diré a continuación no le va a gustar nada—: él tiene la opción de elegir. Siempre la ha tenido.

—Karin es una mujer con conexiones, visionaria...

¿Y yo una peste?

—Magda... —Cierro mis ojos.

—¿Tú qué has hecho por Oliver además de hundirlo?

—Habla con él  —Vuelvo a abrir mis ojos. De no ser la madre de Oliver yo...

—Eres una prostituta. 

Wow.

—Eso no es un insulto —río pese a que consiguió hacerme llorar. Es la madre de Oliver quien me está diciendo eso. 

—Eres un cáncer —sentencia y la ira en su tono es tal que un golpe en la cara hubiera dolido menos. La miro. Me odia. Me odia y, por más que yo intente ser amable, nunca me va a aceptar. 

Después miro a Oliver. Platica sin percatarse de algo va mal aquí. 

—Él... Él tiene la opción de elegir —repito de forma tajante a Magda. 

Deja de llorar. Deja de llorar. Mi voz tiembla. Deja de llorar. 

Le da gusto verme llorar. 

Y no dice nada de regreso, guarda en su bolso su lápiz labial y espera a que Oliver regrese.

—¿Pasa algo? —nos pregunta Oliver cuando está de vuelta. Supongo que nos ve «tensas».

—Tu mamá me estaba invitando a desayunar —digo gastando una broma. Deja de llorar—, y yo le decía que sí, que no hay problema —Le sonrío a Magda ¿Ni siquiera lo intentarás por tu hijo?—, que solo debo acomodar mi horario.

Ella me sonríe del mismo modo, aunque desafiante:

—Llévala al programa, Oliver —insiste—. Llévala.


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SE VIENE CULEBRÓN!!!! xD

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La buena reputación de Oliver Odom ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora