Capítulo 26

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Andrea

—Cuando camines mantén la misma postura —sugiere Oliver en lo que salimos del restaurante—; y al mover las piernas trata de no contonear la cintura y caderas —Él camina detrás de mí—. Mueve los brazos hacia delante y atrás, eso es; pero no demasiado —Llegamos a la camioneta— Ahora párate con desganada, limpia tu barbilla con desinterés y acomoda tu paquete.

Lo hago.

—Bien —me felicita.

Entramos a la camioneta recibiendo más miradas de enojo pero sin importarnos continuamos riendo.

—¡Ponme un límite! —le exijo consciente del caos que ocasioné.

—No —Se niega.

Le pregunté si no le importa que lo reconozcan y dijo que no, que después de lo sucedido anoche, nosotros dos desbaratando su cama, realmente no; que le angustia más perderme. Aun así, y porque quiero verle ganar El chef de oro para que cumpla su sueño de comprar el lugar que me mostró, trato de ser prudente y animo a continuar llevando lentes de sol y gorra cuando salimos juntos. Optó por unos Ray-Ban estilo aviador, quién diría que sería su turno de llevarlos.

Pasa por mí cuando salgo de trabajar o lo espero en casa cuando tiene otras actividades. El trato con Karin fue «dejarle» salir conmigo a cambio de que cumpliera al pie de la letra su agenda, de manera que, sin quejarse, hace más demostraciones de cocina, entrevistas en radio, televisión y sesiones de fotos. De igual forma aceptó publicar el recetario, consiguió que el señor Becker cerrara el trato con Saveur y él, en lo individual, sigue avanzando en el programa. Todo sin una sola queja.

Recuerdo las palabras de Karin:

« no comprendes. Está insoportable. Nos está haciendo la vida un infierno a todos. Lo único que te pido es: Ayúdanos a respirar. Todo será más fácil si Oliver coopera»

A él le he preguntado por todo: el programa, el libro, compañeros, la misma Karin; pero es evasivo. Terminé por convencerme de que solamente le interesa ganar el dinero que necesita para su restaurante y, entonces, deslindarse de lo demás. ¿Lo dejarán? Me preocupa pero no quiere tocar el tema, dice que todo lo tiene bajo control, que cuando estamos juntos nada más somos nosotros. Ni siquiera la atención que recibe parece emocionarle. Lo único que hace es repetir «Ya falta poco».

¿Para no escondernos?

¿Para comprar el lugar a la orilla del lago?

¿Para qué lo dejen elegir?

¿Para qué exactamente falta poco?

Lo sigo ayudando a no estresarse. Por ese motivo, por las noches, cuando no salimos, espera a que termine las clases de baile y al final, cuando mis alumnos se marchan, le doy una solo a él. Flamenco, salsa, claqué y hasta disco; bailamos de todo o simplemente pasamos el rato.

—No hemos ido al cine —digo, cansada de solo bailar.

—También hay mucho que quiero hacer contigo —Está de acuerdo.

Nos imagino viajando, comiendo cosas extrañas, conociendo gente... o simplemente yendo al cine.

Cuando caminamos me empuja o le empujo yo a él, jugamos piedra, papel y tijera para decidir quién paga las entradas e ingresamos a la sala de cine llevando con nosotros palomitas, golosinas y una sola bebida grande. Porque no, uno nunca está lo suficientemente lleno y debo recuperar la energía que pierdo bailando. Localizamos un par de butacas en las filas de en medio, nos sentamos y empezamos a intercambiar golosinas. Yo le doy Sugus y él a mí chocolates. Los Cheetos, nachos y palomitas son para ambos.

La buena reputación de Oliver Odom ©Where stories live. Discover now