Capítulo 26

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«A veces uno se da cuenta después de un tiempo, que fue bueno alejarse de todo y perder a ciertas personas que parecían indispensables en nuestra vida, y ahí darse cuenta cuanto nos necesitan o cuanto las necesitamos y poder declarar por cuales vale la pena luchar.»



Siempre hablan del karma, haces algo malo y te recalcan que el karma existe. Siempre que me lo decían me reía y no podía creer lo ingenua que era la gente, sin embargo, la ingenua era yo.

El karma en mi caso es cuando te das cuenta de que estás enamorada de la misma persona que una vez rechazaste.

Y me cuesta recordar, me duele el hacerlo. Le tengo pavor y de ahí nace la Mnemofobia.

Es horrible llorar hasta que te duele la cabeza, hasta que los ojos estén hinchados y no puedes respirar porque te duele el pecho, duele cuando nadie te entendió cuando tus lágrimas eran palabras.

No recuerdo cuando fue la última vez que lloré así, quizá cuando dejé a Arquímedes, cuando murió Amalia o cuando, no recuerdo.

Me duele recordar.

Casi en seis años que no vi a mi padre desde que se marchó y ahora ya no está y no hay una miserable tumba donde ir. Solo queda desahogarse y quedarse con los recuerdos, aunque son lo peor y destruyen es lo único que queda, lo único que me queda.

Y quizá por eso sufro, por eso no los tolero, porque me lastiman y es lo que tengo de algo que nunca más voy a tener.

Tan contradictorio.

También a veces uno se muestra desnudo con quien no debía, y no hablo de prendas sino mostrarse tal como es.

Con Arquímedes no di todo de mí, nunca lo hice porque no lo veía de tal forma más que mi amigo que me ayudó en muchas y con Erick mostré mi esencia, mi ser y sucedió lo que tenía que pasar.

Veo como el vaho de mi taza me da un escaso calor que mi cuerpo puede percibir. Me puedo concentrar solo en eso. La sala de descanso es pequeña y solo hay una cafetera con bocadillos y unas mesas para los empleados.

—Melanie, ella no tiene culpa —recalca Samara por décima vez—. Tienes que ver si o sí a algún especialista —suspira. —eres economista, Melanie y puedes...

—Claro, a la mujer de mala reputación laboral por un robo, ya lo he intentado —hago un hincapié. —Y el psicólogo lo único que me diagnostica es ansiedad, me recetan pastillas que se vuelven una jodida adicción —retengo una risa piadosa.

—Solo ve de nuevo y esta vez cuenta la historia completa y no fragmentos convenientes —recomienda y aprieto la taza para que no se caiga de mis manos. —si ocultas algo a veces cambia todo

Inhalo por inercia sigo contestando.

— ¿Sabes? Fue mucho dinero más de lo que cubre el seguro de mi padre, porque cuando me lo envió tenía un mensaje que era algo de su favorita o una cosa así —expongo aturdida todavía y con un mar de dudar remolinándose en mi cabeza. Muevo la taza viendo el líquido oscuro recorrer sus lados.

— ¿Dices qué la mitad del dinero es de tu madre? pudo ser de alguna póliza—Samara arruga el ceño ante su pregunta, bebe de su café esperando una réplica.

—Já, ni agonizando mi padre me hubiera dejado alguna póliza, te apuesto a que la dejó en nombre de la mujer con la que andaba, si así de feo suena, pero es verdad —suelto seca. — Y siento que el tema del dinero es lo que ella me oculta, porque te lo juro que no sé —dejo la taza encima de la mesa cuando casi de un sorbo la acabo sin importar que esté caliente o que me haya ardido la garganta al tomarla.

Giros Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora