Frijoles.

Concentrándome en lo que ocurrió a continuación y no en lo que sentí, la policía arribó. Pero yo no estuve allí cuando eso ocurrió, no dado que el número treinta y uno me tomó por los hombros y me dijo que volviera al hotel a ayudar con los invitados indignados y furiosos, que regresara para intentar restablecer el control y que ubicara a los fugitivos y a Dylan. Él se encargó de explicar lo ocurrido a las autoridades y también prometió ayudar a cada persona que salió afectada de alguna forma por nuestra espontánea caza del dichoso triángulo amoroso, como el vendedor ambulante, por ejemplo.

Protesté, porque honestamente aún sentía mi corazón encogerse dentro de mi pecho al pensar en que, a pesar de que no me arrepiento de la noche que compartidos en esa carreta encabezada por caballos, sí me avergonzaba y sentía mal por las consecuencias tales como el robo de ropa interior y el que terminó con al cabeza dentro de la tuba. Quería ayudar, pero él argumentó que si Shepard se enteraba que había terminado en la estación de policía ya no habría oportunidad de evitar su muerte a manos del coach.

—¿Y cómo supiste que se trataba de mí? —indago, y ella vuelve a enarcar una ceja. 

—¿En serio, Zoe? —cuestiona, tocándose el estómago sobre la vieja camiseta de Pearl Jam y trazando círculos en el lado izquierdo. Suele hacer eso cuando el bebé está inquieto, para calmarlo—. Tienes la palabra «problemas» tatuada en la frente desde que te conozco —me recuerda—, además, te falta un zapato. Cenicienta lo perdió cuando salió huyendo del baile a media noche, tú cuando escapaste del Departamento de Policía de Nueva Orleans. —Se encoge de hombros, restándole importancia. 

—No se lo digas a Malcom hasta que me vaya —suplico—. No quiero escuchar un sermón sobre el significado de lo que es ser un buen ciudadano otra vez —añado con horror.

—Yo tampoco —confiesa, tan espantada como yo—. Tu secreto está a salvo conmigo mientras respondas a tres preguntas, de forma directa y clara. —Abro la boca lista para protestar, pero vuelvo a cerrarla en cuanto me lanza esa mirada que únicamente los Shepard pueden lanzar.

—Dispara.

—¿En verdad te gusta Hensley? —Baja la voz lo suficiente para que el número veintisiete no nos oiga desde la cocina, donde se lo oye recitar algún poema de Shakeaspeare mientras se lo escucha lavar los vegetales.

—Más de lo que alguna vez pensé que un ser humano del género masculino lo haría —reconozco, recordando la forma en que sus labios se presionaban contra los míos tanto como su cuerpo lo hacía. 

¡Deja de rememorar eso, cerebro! Por tu culpa mi espidermis se asemeja a un Solanum lycopersicum.

—¿Has tenido relaciones con él?

—¡Kansas! —chillo, lanzándole el cojín a la cara, el cual atrapa antes de que este pueda alcanzarla—. Es incómodo hablar con tu ex niñera de esa clase de cosas. —Comienzo a reír, entre entretenida y avergonzada por ello. Aún no logro quitarme de la cabeza que avanzamos a primera base como para que ella llegue exigiendo saber si ya he alcanzado la tercera.

—De acuerdo, en la mayoría de los casos son culpables los que evitan contestar las preguntas, pero conociéndote estoy segura de que tu caso es uno de esos inversos. —Me tira el almohadón de vuelta, y lo atrapo únicamente para volver a estrecharlo entre mis brazos—. Última pregunta... ¿lo quieres? —Ladea la cabeza, contemplándome con fijeza y su usual intensidad.

—Es demasiado pronto para saber eso —replico, segura de que no puedo etiquetar mis sentimientos tras un tan corto lapso de tiempo. Entonces le sostengo la mirada y recuerdo su historia: ella y Malcom supieron que se querían en cuestión de semanas, menos de un mes. Y, a pesar de que Blake y yo somos una historia aparte, hay tantas posibilidades de que podamos llegar a querernos en la brevedad como de que no—. Pero prometo que, cuando lo sepa, serás la primera en saber.

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