Capítulo 1: Todos tenemos súper-poderes

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Todos tenemos un súper poder, lo sé. Por ejemplo, el poder de la chica sentada junto a mí en la clase es el de parecer atenta a lo que nuestro superior nos dice, sin embargo, está durmiendo desde hace cuarenta minutos. El poder del médico que nos dicta la clase-ateneo es hacer que un tema interesante, como lo es para mí la insuficiencia renal, se transforme en algo tan tedioso como tener que cursar temprano en la mañana en pleno invierno londinense.

Miré el reloj con deseos de que esto termine pero nada, la aguja sigue clavada en el mismo lugar y no desea moverse. Maldije internamente e intenté hacer el esfuerzo extra-humano por oírlo, pero les aseguro que ese no es mi poder.

De repente, la puerta se abre y da paso a la entrada de un médico que asoma su cabeza y parte de su cuerpo. Pero no es cualquier médico. No, no. Es de esos que solo ves en series o películas: atractivos e inteligentes, con un séquito de mujeres babeando, y otros tantos hombres odiándolo y queriendo ser él.

Sobra decir que las mujeres presentes quedamos boquiabiertas viéndolo, incluso mi compañera que dormía se despertó mágicamente. Y los hombres presentes, tensaron sus cuerpos e intentaron verse como los machos alfas de las manadas. Patéticos: ellos y nosotras, todos. Y yo más, porque llevaba regodeándome de su aspecto desde hacía días. Desde el momento en que lo vi, quedé deslumbrada por aquel pelo rubio oscuro, como oro derretido, oscuros ojos verdes y esos rasgos que eran la perdición. Lo peor de todo, es que no podía saber quién era, y había algo en él que me resultaba familiar, más allá de la atracción.

— Doctor Silverman —dijo aquel médico, tenía una voz profunda y armoniosa que iba a la perfección con su aspecto. Nuestro jefe se giró hacia él guiado por nuestra reacción, y no tanto por el llamado—. Siento molestarlo, pero estaría necesitando su presencia —comentó en voz baja, con la mirada solo en él.

«¿Y no requiere también de mi presencia?» pensé inmediatamente. Tonta de mí, él estaba a miles de kilómetros de mí; yo solo soy una residente más. Él parecía alguien importante, con presencia, y probablemente sería algunos de esos médicos a cargo de algún servicio, aunque su aspecto era de alguien muy joven para estar en aquella posición.

— Si, enseguida voy —dijo el doctor Silverman, y tras un ligero asentimiento el doctor apuesto se fue—. Eso es todo por hoy, y para mañana espero que presenten sus casos —nos dijo.

Todos asentimos, aunque podía suponer que más de uno seguía aturdido por la presencia del doctor apuesto. Agarré mi mochila y me fui. Miré el reloj y sonreí. Tenía tiempo de ir a mi casa, dormir una pequeña siesta y volver al hospital. Y así de optimista, me fui.

~~~

Maldita sea, no pude dormir ni cinco minutos. Mi mente suele ser mi aliada, pero la mayor parte del tiempo es una traidora.

Intenté dormir pero recordaba una y otra vez al doctor apuesto que ocupaba todos mis sueños, mi realidad, y mi tiempo. Para mí, dormir es importante porque nunca tengo tiempo, y cada momento que tengo debo aprovecharlo, pero esto no está bien. Nada de esto está bien.

Mi mente es una especie de película romántica con escenas eróticas, en la que viene él a mi encuentro y me besa frenéticamente sobre la camilla, mientras en la sala hay muchas personas a nuestra espera... de solo recordarlo vuelvo a tener calor y un poco de culpa por las personas en sala de espera.

— Definitivamente necesitas sexo —me dijo mi mejor amiga. La miré ofendida, podía ser que tuviese razón pero no creo que fuese el lugar. Acababa de contarle mi sueño, ella parecía tan tranquila y yo tan frustrada—. Tú fuiste la que vino aquí tras el sueño erótico —comentó. Yo puse los ojos en blanco y resoplé, mientras desataba y volvía a atar mi pelo, negro y ondulado.

—Tarde o temprano debía venir —reconocí, dando un vistazo general al consultorio médico.

— Si, hay cosas de las que no se puede escapar: los consultorios médicos, cuernos, y la muerte —respondió. Agudicé mi mirada sobre Loreley; vestía su uniforme color verde petróleo y sobre él la bata blanca. Su pelo negro estaba atado en una trenza, con el flequillo hacia un lado.

— ¿Podrías dejar de hablar así? —le pregunté y señalé a su paciente frente a nosotras.

— Tranquila, él no sabe de que estamos hablando —me dijo y miró al bebé entre sus manos—, ¿No es cierto, bebé? ¿No es cierto? Ella necesita un rápido revolcón nada más —hablaba con voz cantarina mientras movía al bebé para que no llorara, mientras esperábamos que la madre de la criatura volviera pronto.

— ¡Loreley! —chillé.

— ¡Cállate mujer! —me dijo—. Eres demasiado santurrona a veces. Ve, busca al doctor Shepherd y sácate las ganas —agregó.

Respiré hondo para poder luchar internamente con la personalidad de Loreley. La amo, pero a veces la detesto... o algo parecido. Cerré los ojos y volvió a aparecer el doctor apuesto. Alto y atractivo, tenía uno de los mejores rostros que he visto en mis 26 años, y unos labios que son pecaminosos. Según Loreley es el doctor Shepherd, pero yo lo veía más como Sloan, o quizás como Avery.

— Esto no es Grey's Anatomy —me quejé. Ella puso los ojos en blanco y se giró en círculos para hacer reír al bebé.

— Claro que no lo es —dijo—, si lo fuera, habría más sexo en nuestras vidas.

Loreley es frustrante al hacerme ver todo tan sencillo. Y ese es su poder: lo complicado lo hace simple y práctico. La detesto.

—No, no me detestas, solo te molesta que te diga la verdad —me dijo. Mi expresión se llenó de sorpresa y ella sonrió divertida—. Lo dijiste en voz alta, tonta —Oh, genial. De repente, toda su postura y su expresión cambiaron, para pasar de la amiga desestructurada a la profesional instruida. Yo hice lo mismo, pero la gente siempre suele pensar que soy más seria de lo que en verdad soy; extrañas ironías de la vida.

Loreley habló con la mamá de su pequeño paciente y tras indicaciones, ambos se fueron de la consulta satisfechos. Mientras tanto, yo permanecí a un lado para no estorbar, haciendo mi mejor papel de persona invisible, y déjenme decirles que me sale a la perfección.

— Cariño... ¿Has visto la hora? —me preguntó Loreley. Negué mirando mi reloj. «Mierda, la consulta» pensé agarrándome la cabeza en modo "pánico inminente", y agarré mi mochila para salir corriendo.

— Nos vemos luego —grité.

Y de pronto, recordé mi súper poder: siempre llego tarde a todos lados.

Sin Anestesia (SA #1) [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora