Lluvia

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El agua azotaba contra el suelo con violencia mientras el viento la movía de manera salvaje, chorros que se movían de un lado a otro sin control llevando a través de los canales que se formaban toda la suciedad recogida a su paso.

Y no parecía tener sosiego, parecía que todo iba a desbordarse, el agua desafiaba niveles de tierra y el ruido de la tormenta solo era un reflejo de los truenos azotando de aquí a allá en las copiosas nubes.

¿Cómo podría cualquier criatura protegerse de la naturaleza que no daba tregua? Si eran afortunados se habían refugiado antes de que ocurriera; como el dúo en aquella covacha, si no, se empaparían y la humedad subiría por sus huesos hasta ahogarlos porque afuera parecía que el mundo se destruiría con tanta agua helada.

Pero adentro de esa covacha pequeña y sucia había calor abrazador, fuego de humanos en celo. Tratando de amarse en ese momento en que no podían escapar ni nada, esperando que solo tal vez la tormenta se llevara las pasiones de ese instante.

Los truenos crujieron sobre el cielo ahogando el gemido de ambos hombres fuertes y jóvenes. La luz de los rayos iluminó la piel sudorosa y los músculos cincelados a base de ejercicio.

Dos amigos, dos amantes, dos humanos que solo se amaban y besaban la piel con los labios hechos de lava, sus manos acariciaban cada extensión del cuerpo que podían y al fin satisfecho uno del otro se dejaron caer en la manta vieja que llevaban consigo.

—Está dejando de llover— exclamó uno cuando el esfuerzo de amar a su compañero se había desvanecido.

Sí, se acaba la lluvia pero no sus sentimientos, en cada oportunidad posible se tocaban, se besaban y hablaban de amor. Amigos de infancia, compañeros de campo, ellos eran un dúo equilibrado que conocía los secretos de la agricultura, hombres justos, inteligentes y amables; eran buenos humanos.

O casi, si Ala no hubiese dicho que amar a alguien nacido en el mismo cuerpo era una aberración. Entonces eran monstruos, que como monstruos debían profesar su amor en escondrijos o covachas.

Ellos no podían desafiar al mismísimo Dios para estar juntos, pero después de todo su Dios era tan grande que entendería su razón al menos se decían así los hombre para apaciguar su conciencia. Pero sus vecinos, amigos o padres eran otra cosa. Si alguien se enterase entonces les prenderían fuego a los dos o los enterraban con vida.

Así que agradecían cualquier oportunidad para mostrarse sus afectos, como una tormenta inesperada que los había atrapado en su refugio o una noche de vigía en los campos. Al final, amor solo había uno, oportunidades para demostrarlo encontrarían varias.

Historias de amor, deseo, placer y muerteWhere stories live. Discover now