Drogas

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—Debes estar en drogas— contestó con una mueca.

Jamás había conocido a una persona tan alegre, que se emocionara por ir a comprar semillas de flores; ella giró sobre sí misma para que la viera a la cara —Soy demasiado pura para eso—

Su coleta rebotó cuando dio algunos saltitos dentro de la tienda mientras se movía para ver los estantes con las semillas. Cecil respiró con resignación porque si estaba tan sonriente debía ser algo bueno, no le gustaba que le sonriera a él porque siempre tenía esa sensación de querer vomitar y atorarlo en la garganta.

Sin embargo cuando ella no lo hacía sentía que no era un buen día ¿Qué era lo que le estaba pasando con esa niña? Cecil se metió las manos en los bolsillos porque no sabía muy bien qué hacer cuando esa descarga que nacía de su corazón lo atacaba en todo el cuerpo cada vez que pensaba en ella.

Cuando Lía quiso que ella trabajara en la pastelería como vendedora Cecil no estaba de acuerdo pero ahora hasta la acompañaba a comprar semillas para su huerta o lo que sea que quería hacer en la escuela, vio como Ema atacó casi al dependiente para que le diera todas las semillas e instrumentos que quería.

Tal vez ponía demasiada energía, tanto el dependiente como él solo veían que movía la boca sin parar pero cuando ella le daba esa increíble sonrisa solo asentía. No podía hacer frente a eso, desde el momento en que vio como atendía a los clientes mientras él hacía los pasteles se dio cuenta que estaba condenado a perseguir esa carita bonita.

¿Por qué? se preguntó una vez más mientras la ayudaba a cargar las bolsas que les dieron y salían de la tienda, Ema le arrebató una de ellas y antes de que pudiera protestar le dijo —Tengo tanta energía que esto se siente como una pluma—.

— ¿Qué clase de droga estas tomando? Ya dime— bromeó por última vez el hombre.

—Cecil— ella lo miró a la cara con los ojos de un modo que hizo ese destello en su corazón y las ganas de vomitar volvieran aunque todo fue tan rápido que no pudo pensar con claridad, ella volvió a sonreír —No me digas así de nuevo, mi padre puede pensar muy mal de mí—

Cecil asintió porque no podía hablar, ambos caminaron a la parada en espera de transporte y se sentaron en la banca en ese momento a solas. El atardecer comenzaba y Cecil vio como los cabellos rubios de la muchacha se tornaban dorados y rojizos por el efecto, de pronto ella recargó su cabeza en su hombro.

—Cuando esas flores estén en su esplendor, habrán madurado lo suficiente... créeme y todos se darán cuenta— dijo ella de manera suave y cantarina, guardando en sus palabras más sentimientos de los que Cecil podía saber. Cuando las flores maduraran, ella sería lo suficientemente mayor.

Y ahí estaba de nuevo esa sensación al sentir a la chica en su hombro, Cecil agradecía que tuviera las manos ocupadas porque estaba casi seguro que de lo contrario harían cualquier cosa por tocarla, por primera vez en el día Cecil dio una sonrisa pequeña frente a ese atardecer. Tal vez tenían una diferencia tan grande de edad que para otras personas no había manera en que fueran amigos o algo más, pero de su lado era sincero.

Mucha gente le preguntaba cuál era su ingrediente secreto para sus pasteles y panes ahora, porque su sabor se había convertido en algo gourmett.

Tal vez la dulzura de Ema o su sonrisa cuando lo presentaba en el mostrador y ella parecía hechizada o dispuesta a querer comer algo que había hecho él: era su secreto —Creo que el que esta drogado soy yo—. Dijo.

Un guiño feliz después del capitulo anterior.

Historias de amor, deseo, placer y muerteWhere stories live. Discover now