Hawaii

905 62 5
                                    

-¡Va corre, que no llegamos! -grité nerviosa.

-¡Que ya voy, pesada!

La pobre no encontraba la manera de cerrar su maleta y yo, encima, poniéndola más nerviosa. Afortunadamente, después de mil intentos fallidos, logró cerrarla pero nos asustamos cuando, al pasar la cremallera, sonó un crujido. La muy bestia casi la parte en dos.

-Bueno ¿ya está, no? ¡Vámonos!

Nuestros padres nos esperaban fuera. Sonriendo, ilusionados y mi madre, como en muchas ocasiones, algo emocionada y con una larga lista de " Tened cuidado con...", "Recordad esto... recordad lo otro" y un sinfín de consejos turísticos. Paul simplemente nos miraba sonriente y asentía a todo lo que decía ella. Parecían muy contentos con lo de quedarse la casa para ellos solitos <Seguro que me montan una fiesta>.

Nos despedimos entre besos y abrazos, y subimos al coche rumbo al aeropuerto. Melanie no tardó en encender la radio y poner música de la suya, de esa que es capaz de traumatizar a un niño, y no hacía más que bailar a lo loco y de reírse al ver mi cara.

Habíamos avanzado hasta una autopista espectacularmente ancha. Estábamos en un carril del centro donde unos coches nos adelantaban por la izquierda y donde nosotras adelantábamos a los que teníamos a la derecha. Precisamente en uno de esos coches viajaba un pobre niño que, asomado inocentemente por la ventana, fue testigo de los movimientos delirantes que realizaba mi compañera de viaje o, como ella dice: bailar con pasión.

Después de muchas risas y tonterías, llegamos al aeropuerto. Era la primera vez que entraba en uno pero no estaba nerviosa por volar ni nada, solo perdida, no sabía a donde debíamos ir. Melanie que, al parecer era la "entendida" en el asunto, fue la que se encargó de guiarme.

Ya estábamos sentadas, en el avión en marcha, apenas me había dado cuenta. Supongo que era porque Melanie me hablaba sin parar, sobre cualquier tema con la única intención de distraerme, pero se había quedado callada durante un momento, y acabé mirando por la ventana sin querer. Solo veía el cielo...

-¡Eh! No mires que será peor -Me giré para mirarla a ella.

-Si que vuela alto ¿no? -Puse cara de asustada.

-No tengas miedo. -Me cogió la mano, se quedó observándola y dijo- Qué suave.

-Eso no me ayuda mucho.

-En ese caso -Se acercó más a mí- cierra los ojos.

Cerré mis ojos. Sentí como me acariciaba la mejilla con suavidad y me dio un beso, seguido de otro, y de otro... Para, al final, terminar dándome el último en la frente. Luego, rodeó mi espalda con su brazo izquierdo y yo me apoye en su pecho abrazándola por la cintura.

Parecíamos una pareja normal, aunque no tenía claro si lo éramos o no. Es cierto que nos hemos besado varias veces, pero nunca lo hablamos. No me había dicho lo que sentía por mí, ni siquiera sabía si sentía algo o si solo sería algo temporal. Quería dormir durante el vuelo un poco pero, con todo esto en mi cabeza, no hubo forma de hacerlo.

***

Llegamos a la ciudad de Honolulu, hacía mucho calor. Subimos al hotel, el "Otani Kaimana" o algo así, y entramos a lo que iba a ser nuestra habitación durante todo el viaje. Con "habitación" me refiero a mansión. ¡Era grandísima! Tenía una cama rodeada de cortinas rojas de seda (Melanie me miró guiñándome un ojo), un balcón con vistas a la playa y, en general, una decoración preciosa.
Entramos al baño cuyas dimensiones recordaban a las de la propia habitación. Me fijé en la buena iluminación que había, los espejos ocupaban toda una pared y la gigantesca bañera... (a lo que Melanie volvió a guiñarme un ojo y a sonreír) y yo, con toda mi inocencia, seguía sin saber por qué lo hacía.

La hermanastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora