Montaña rusa: subida

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Abrió los ojos. De nuevo, allí estaba. En su habitación, tumbado en la cama. Estaba todo muy oscuro. No tenía ni idea de qué hora era.

Suspiró esperando poder volverse a dormir y rodó un poco por la gran cama que hasta hace varias semanas parecía más pequeña debido a la presencia de Keith. El suave y cálido tacto de las mantas era el mayor placer que podía permitirse en esos momentos. Claramente, nada podía superar a su novio que de noche le abrazaba o le cogía de la mano y alegraba su alma con cada palabra que pronunciaba.

Recordó todo lo que le había escrito con la tinta que le había regalado. Había sido un idiota al confesarle lo asustado que estaba. Seguramente Keith estaría muy preocupado.

—¡Es que Lance, no sé para qué haces nada!—soltó un gruñido.

Vale, ya no podía volver a dormir. Una vez el angustioso nudo en la garganta aparecía nada podía hacerlo desaparecer. Se levantó de la cama, se colgó el reloj y posó los pies en el suelo. Por lo frío que estaba, calculó que serían las cuatro o las cinco de la mañana.

Avanzó hasta el baño con mucho cuidado dando cada paso con precaución ya que no podía distinguir muy bien lo que le rodeaba. Se quitó el pijama deseando volver a tener el aire acondicionado en la casa. Se estaba helando. Pero pronto el agua caliente de la ducha lo solucionaría.

Últimamente se había estado duchando muchas más veces. Tal vez era porque había estado trabajando mucho más con los miembros de la academia que habían organizado clases todos los días para mantenerse ocupados y no pensar en Rolo y la guerra. Eso era lo que Lance creía creer. Pero sabía perfectamente que sólo se duchaba por el calor que le hacía sentir como si Keith estuviera a su lado.

Inconscientemente se imaginaba cosas que no debía en esos momentos. En su mente, Keith estaba ahí. En su imaginación el chico estaba justo detrás de él. Sus brazos se dirigían sin pensarlo a su torso para abrazarle. Y Lance sollozaba al sentir sus manos sobre su cuerpo. Keith le daba pequeños besos en la espalda para calmarle. Y Lance se lo agradecía sin decir nada. Era capaz de sentir cada mechón del pelo de Keith rozar su cuello cuando este apoyaba la cabeza en su hombro.

—Lo siento mucho, Lance...—la voz del galra se escuchó como un susurro.

Todo desapareció en un instante cuando abrió los ojos de nuevo. Todo estaba en su cabeza. Sabía que Keith estaba muy lejos. Sabía que todo eso se lo había inventado. Pero era lo único que podía hacer. Era inevitable que dejase de fantasear con su novio. Era lo único capaz de llenar un poco el vacío que había dejado con su ida.

Salió de la ducha y se vistió con la ropa de ballet notando como de la nada su alma se sentía llena de una extraña emoción. Se abrazó a sí mismo y con una feliz sonrisa observó al reloj dorado balanceándose con sus movimientos. Keith volvería algún día. Debía ser optimista. Iba a esforzarse por impresionarle.

Siendo consciente de la hora que era, desayunó y salió de casa buscando un lugar alejado de las casas. Necesitaba bailar. Su cuerpo se lo exigía.

Lance se encontraba en lo más alto de la montaña rusa. Pronto bajaría y todo volvería a ser oscuro, así que debía aprovecharlo. Lo sabía. De un día para otro se despertaba diferente. Unos días pensaba que Keith se había ido para siempre y otros simplemente mataba el tiempo negando esa posibilidad.

Detestaba ser así. ¿Por qué no podía aclararse?

El alteano notó que varios vagabundos borrachos se habían levantado del suelo. Le seguían con un paso lento. El chico sabía que eran guardias que la princesa Allura había mandado para protegerle. Debía admitir que aunque actuaban muy bien, le fastidiaba tenerlos todo el rato encima con un disfraz diferente cada día.

Entre arena y engranajes [Klance]Where stories live. Discover now