Capítulo 48

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Sentía que el colchón sobre el que estaba sentada se hundía y me engullía, pero era incapaz de luchar porque no me tragara entera. Álvaro corría por el pasillo llamando a todas las puertas pero yo no podía moverme. Mis amigos, mis amores, la mitad de las personas que necesitaba en el mundo para ser felíz querían abandonarme antes de tiempo. Marta, María y Paula corrieron hasta mi cama y me llamaban, me zarandeaban y me gritaban, pero yo sólo escuchaba el vacío, la nada. Vicky, mi otra mitad, mi alma gemela, la única persona del planeta que era capaz de saber todo de mí sólo con un hola, se debatía entre la vida y la muerte y yo, era incapaz de pensar en la vida si ella no estaba conmigo. No supe hacer más que vestirme con lo primero que encontré y salir corriendo con las llaves del coche de Álvaro en la mano, sorteando al resto que estaba en el pasillo entorpeciendo mi camino. Los brazos de Álvaro me atraparon por detrás, me envolvieron y me impidieron huír mientras yo me desgañitaba y me revolvía desesperada.

-¡Sueltame Álvaro, joder!, ¡quiero ir con ellos!, ¡quiero morirme con ellos si van a hacerlo!, ¡no quiero que me dejen sola!

Álvaro me dió la vuelta y me abrazó con una fuerza desmedida.

-No estás sola -besaba mi pelo con su mano en mi nuca-, dame esas llaves, iremos juntos.

Su voz, al contrario que su abrazo era débil, rota y cargada de dolor. Le miré a la cara y sus ojos desbordaban lágrimas que dibujaban un río en sus preciosas mejillas. Me rompí en mil pedazos y lloramos abrazados como si ya los hubiésemos dado por perdidos. Pero no lo estaban, todavía no.

-Nos vamos todos -dijo Dani sollozando-.

-No Dani, vamos nosotros, no puedes conducir ahora -dijo Álvaro recuperando la serenidad-. Mañana, cuando se os hayan pasado las copas volvéis, pero creo que ya tenemos bastante por hoy. No hacemos nada todos allí, no va a cambiar nada.

Lo dijo tan firme y tan convincente que ninguno rechistó, a pesar de que sé que se hubieran metido en el maletero, en el techo del coche o debajo de las ruedas con tal de venir.

-Os llamaré en cuanto llegue y tomamos decisiones -dijo cogiendome por los hombros y llevándome hasta el coche-.

Podía ver la desesperación en sus caras, el dolor, la rabia, la impotencia, todo eso que a mí se me estaba acumulando dentro y que ellos reflejaban, mientras sentía que les abandonaba envueltos en lágrimas, abrazados, casi sujetándose los unos a los otros.

-¿Seguro que quieres dejarles aquí? -pregunté-.

-Prefiero adelantarme, es mejor, no sé si están ni para subirles en el coche, quiero hacer este viaje contigo, ¿lo entiendes?

Asentí porque yo necesitaba lo mismo, necesitaba estar sola con Álvaro en esos momentos.

-Todo irá bien -susurró acariciandome el pelo, pero el tono en el que lo dijo era más para convencerse a sí mismo-.

Los kilómetros se hacían eternos. Intentaba buscar algo que me calmara, no soportaba el silencio. Y entonces me acordé de Blas, que en aquellas eternas noches llorando por Álvaro, me apoyaba en su pecho para que los latidos de su corazón me calmaran. Pero ahora no le escuchaba, ni siquiera sabía si volvería a escucharlo nunca. Y de Vicky, cuando me abrazaba y me arreglaba media vida. O de cuando, pasara lo que pasara, me decía que todo iría bien y yo sabía que era verdad porque ella estaría conmigo. Álvaro conducía despacio, sin mover su posición más que para secar sus lágrimas. Sabía que estaba tan roto como yo, pero él era más fuerte, haría lo que fuera porque yo no me desquiciara. Por eso no hablaba, sólo conducía. Cerré los ojos y les ví, abrazandome, haciéndome reír, besandose y queriendose con el amor más bonito que había visto nunca, siempre unidos, desde el instante que se conocieron. Desde aquel beso que Vicky le robó a Blas en el aeropuerto. Ellos sí estaban hechos el uno para el otro, ellos sí nacieron para estar juntos, aunque fuí yo la que los presenté, sólo me adelanté al destino. Blas, mi chiqui, el ojazos que hacía que a mi amiga se le iluminara la cara cada vez que le nombraba, ese que pasaba las noches en vela a mi lado, haciéndome reír, dejándome llorar y recordándome que Álvaro estaba enamorado de mí hasta límites que no sospecharía. Ese que se desvivía porque yo fuera felíz, que me traía café todas las mañanas sólo porque sabía, que si tomaba uno antes de poner los pies en el suelo, me levantaba de mejor humor. El que se preocupaba más por mí que por su novia y que me lo daba todo a cambio de que no derramara ni una lágrima. Una vez me dijo que se metería en el infierno para calmar mi llanto mientras me consolaba en un baño de señoras, estaba segura de que lo hubiese hecho. Ese que cantaba a todas horas hasta volverme loca, pero yo no podía vivir sin su voz. Hacía menos de un año que le conocía y no sabía como había aguantado los treinta anteriores sin tenerle a mi lado. Vicky lo era todo para mí, llamarle amiga se quedaba tan pequeño que tendría que inventar una palabra para definirla, porque nunca habría nadie como ella. Me conocía mejor que yo misma, sabía lo que necesitaba en cada instante de mi vida y era la única que sabía como me sentía siempre, porque era mi alma gemela. Siempre bromeabamos sobre hacernos lesbianas y casarnos, porque sabíamos que sería para toda la vida. No te vayas amiga, por favor, no me dejes sola, nos quedan muchas cosas por vivir juntas. Miré a Álvaro que seguía llorando y metí mis dedos entre su pelo.

Preferiré morir contigo.... (Auryn  Alvaro )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora