El Salvador

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Alnath no salía de su asombro, sin entenderlo, sin saberlo y sin todavía creerlo, estaba en el mismísimo palacio Real. Había salvado la vida de nada más y nada menos que de la sobrina del Rey y no había estado enterado en ningún momento, hasta que lograron llegar de regreso al palacio. Lo trasladaron hacia los corredores de las habitaciones pertenecientes a los criados ya prácticamente inconsciente, estaba afiebrado y muy débil, había estado perdiendo mucha sangre sin notarlo y le costaba saber qué pasaba a su al rededor cuando llegaron al palacio.

Le revisaron la herida e hicieron de todo para calmarle la fiebre, una vez que lograron mantenerlo estable, lo dejaron dormir y le acercaron comida más que deliciosa, frutas y mucha agua así en cuanto despertara, pudiera comer algo. Corina se había encargado de a la distancia mover a sus mujeres de la cocina y las muchachas de limpieza para que lo vieran cada hora por si despertaba, mientras que ella, permanecía esperando al Rey y esperando el diagnostico de su niña Selene. Fue en una de esas visitas de una de las criadas, que Alnath despertó y se encontró en la habitación casi a oscuras por completo con paños de agua helada en la frente y un olor a caldo junto a su cabeza.

La mujer lo tranquilizó hasta que recordó lo ocurrido y lo ubicó en tiempo y espacio para que comprendiera que estaba a salvo. En un comienzo le costó asimilarlo y creerlo, pero luego se dio cuenta que aquello era real: estaba en los aposentos del Rey de Francia. La criada no supo decirle mucho más de que seguramente pronto aparecería alguien para hablar con él aunque no le dijo quien ni cuándo porque no lo sabía, pero estaba segura de que no lo dejarían allí a la deriva sin más. Le repitió nuevamente de que comiera mientras tanto y que aprovechara a descansar bien, que estaba a salvo y que su herida si no, no mejoraría.

Luego de comer más que agradecido de lo que le habían acercado, esperó ansioso la llegada de alguien que le pudiera decir qué pasaría con él y cuándo debía de marcharse. Sin duda alguna, Alnath sentía que estaba yendo por el camino correcto y que Dios no lo había abandonado, todo aquello debía de ser una buena señal, pronto llegaría a destino y lograría concretar su propósito. Comprendía perfectamente que aquella escala no debería de durar mucho tiempo, por más que se tratara de estar en el palacio del Rey de Francia, no podía permitirse un retraso más, por muy espectacular que éste sea. Debería de agradecer infinidades y retomar el camino.

Para cuando se anunció Corina acompañada del doctor Navarino, Alnath ya estaba caminando de un lado al otro de la habitación todavía débil, pero mucho más nervioso y ansioso. Los regaños del doctor al verlo allí de pie y moviéndose como niño pequeño, se habrían escuchado seguramente hasta el final del corredor, Corina le agradeció de todo corazón al sacerdote por lo que había hecho por ella y su niña Selene y le aseguró que el Rey estaba aún más agradecido por tanta valentía de su parte, por tanta bondad ante dos desconocidas. Alnath preguntó por el estado de salud de ella y de Selene pero el doctor lo calló al asegurarse que más debería de preocuparse por el suyo.

Corina se quedó tras la puerta esperando en el pasillo mientras el doctor hacía su trabajo e interrogaba al sacerdote que aseguraba estar bien.

-Que la fiebre haya bajado y que puedas estar de pie hijo mio, no significa que la infección que traes en el brazo no empeore y se lleve gran parte de él -le dijo el doctor haciendo que Alnath pusiera los ojos como platos y comenzara a preocuparse.- No pasará nada si haces lo que digo, y lo que digo es que hagas reposo estos próximos dos días, que comas bien y que bebas mucha agua, estas algo deshidratado también. Le dejaré a Corina... Le dejaré a la señora Corina un medicamento natural muy desagradable al gusto pero excelente para bajar la fiebre.

-No puedo detenerme por días, tengo que seguir viajando... -le respondió el sacerdote luego de bajar la manga de su traje cuando el doctor terminó de revisarlo. Estaba recostado en la cama mientras el doctor buscaba en su maletín el remedio que le decía, en esos momentos, Corina golpea a la puerta y pasa luego de que el doctor le abriera la puerta, quería saber cómo se encontraba su salvador pues estaba segura de que Selene estaría esperando novedades, la niña había quedado preocupada por el hombre que les había salvado la vida y ella también, solo que sus propios asuntos en esos momentos le impedían pensar con mucha claridad en otras personas que no fueran ella y el doctor Nazario.

-Le enviaré con una de las criadas algo de ropa nueva para que pueda ponerse así le dejamos limpia su túnica, siempre y cuando a usted le parezca bien, por supuesto -le dijo Corina al notar que todavía estaba con su traje de sacerdote todo sucio, viejo y arruinado; si el Rey luego deseaba reunirse con él, lo que seguramente haría, no podría presentarse con tal apariencia, ella se encargaría de enviarle un buen vestuario para la ocasión.

Como Alnath ya había dejado el templo, podría desprenderse al menos por un momento de su viejo traje, pero jamás lo haría de su cruz, asi que aceptó muy agradecido la oferta de Corina y le hizo caso al doctor de aceptar también el baño de agua tibia que la mujer recomendaba para relajarse, después de todo, habían tenido todos un viaje más que complicado y él ya llevaba mucho tiempo viajando, mucho más que sólo un día como lo habían hecho Selene y su nana. Del otro lado del palacio, luego de haber sabido cómo se encontraba su hija, el Rey Antoine platicaba en sus aposentos respecto el estado de salud del guardia Armand pensando qué hacer con él. Deseaba enviarlo a la horca, pero sabía muy bien que su esposa sería una carga enorme si lo hacía y como sólo le interesaba el bien estar de su adorada Selene, acabó tomando el consejo de Bessan, y solamente le colocó un cargo mucho menor dentro del palacio para así retomar la paz que necesitaba, su esposa estaría contenta si no mataba a su amante y él no lo vería por mucho tiempo, el suficiente como para no querer hacerlo pagar por el enorme descuido que había tenido en aquella salida que le había concedido a Selene y que jamás volvería a repetirse.

Bassan tenía razón, lo importante allí era que la niña Selene se encontraba en perfecto estado de salud y no corría ya riesgo alguno, en cuestión de horas, luego de la cena, podría ir a visitarla como le había recomendado el doctor y para esos momentos, ya el Rey Antoine tenía más deseos de abrazar a su niña al saberla sana y salva que de reprenderla por los riesgos que había tomado.

Mientras tanto, Selene ya no quería quedarse en su alcoba y pensaba en Alnath, deseaba saber cómo se encontraba y la muchacha que Corina le había enviado para que la vigilara en su habitación, no le sabía dar ninguna noticia más de que estaba en perfecto estado de salud y que en esos momentos seguramente estaría descansando como el doctor le había mandado. Pero Selene no quería respuestas a medias, ella quería saber si había dicho algo, si había visto a su tío, si estaba comiendo y bebiendo agua, si le era cómoda la cama o si prefería dormir en otra habitación más cómoda. Podría estar pasando frío o podría estar incómodo, ella necesitaba asegurarse de que no le faltara nada y sentía el deseo de ser ella misma quien cuidara de él; estaba molesta porque no podía salir de su alcoba y se preguntaba porqué su propia nana desconfiaba de ella y le dejaba una espía, una cuidadora que no se despegaba de la silla junto a la puerta de la habitación. Se lo preguntaba, si; y luego ella misma se respondía: Corina sabía que si la dejaban a solas, ella se iría de paseo por todo el palacio sin preocuparse de su descanso y por eso le dejaba a alguien la tarea de acompañarla y vigilarla mientras ella también se retiraba a su habitación para dormir un poco y relajarse. Y luego de sacar todas las conclusiones, la propia Selene se decía a sí misma de que ella no saldría a pasear por todo el palacio: ella saldría en busca de Alnath y se aseguraría ella misma que estuviera a gusto en donde sea que lo hubieran ubicado.

-Se preocupa demasiado, señorita, él es un monje y los monjes, los sacerdotes, saben perfectamente vivir sin nada y en precarias formas. Ellos son de Dios y todo lo que necesitan se lo da Dios, como a todos en este mundo, sólo que nosotros también nos fijamos en las cosas materiales. -le dijo Fanny, la aprendiz de Corina que bordaba en su asiento mientras que Selene desde su cama, se recostaba para girar de un lado a otro extendiendo bien sus brazos cansados y sus piernas inquietas cubiertas por el delgado camisón- Además, una damita como usted no debería de estar pendiente de ningún hombre, es usted demasiado buena mi señora, y la reprenderán si sigue mostrándose tan pendiente del sacerdote.

-¡¿Pero qué dices, Fanny?! Yo sólo quiero que ese pobre hombre se encuentre bien, me ha salvado la vida... a mi, y a Corina, se merece cuidados.

-Si, y los está teniendo mi señora, por favor, no se moleste conmigo, no he querido decir nada inapropiado que la moleste.

Selene le sonrió con ternura, calmando sus nervios, su corazón que parecía estar corriendo. Algo la había incomodado, no molestado precisamente y pensó en esos momentos de que tal vez lo mejor si era dormir y dejar de preguntar por su salvador.

SeleneWhere stories live. Discover now