La favorita del Rey

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Los tacos de las botas resonaron en los silenciosos pasillos del palacio, uno tras otro, haciendo notar aun mas la presencia de extraños en el territorio del rey. Extraños, bueno... no tan extraños. Quien se aproximaba era nada mas y nada menos que el Duque de Quebret, estimado del rey y bien conocido en toda Francia por ya haberse casado más de diez veces.

Era un hombre cincuentón de esbelta figura, demasiado delgado y con cabello oscuro, un pequeño bigote sobre sus labios y una mirada arrogante, desafiante y hasta algo perturbadora; pues ese hombre tenía mucha fama de ser capaz de actos bajamente inhumanos.

Todo mundo lo sabía, y todo el mundo lo callaba, esas cosas no se hablaban en el palacio del rey, al menos no en los pasillos, si una que otra vez dentro de las habitaciones... Más bien todos los rumores y las historias de ese hombre con sus esposas y enemigos, eran la comidilla de la clase baja, donde hasta se asegura, que alguna que otra de sus ex esposas sobrevivientes han ido a parar.

La sonrisa pretenciosa y enorme del Duque de Quebret era ese día, la más llamativa por excelencia. Hacía semanas que esperaba concretar esa cita con el Rey y esperaba que también se encontrara presente el motivo de su visita...

Acompañado por sus tres guardias, su hermana y su hermano, se lo anuncio al Rey que descansaba en una sala del ala oeste del palacio y luego de dos minutos, le permitió el paso para el encuentro.

Su majestad, el Rey Antoine V, sabia a la perfección el motivo de la visita de Quebret, pero esperaba que no fuera tan directo como lo fue en esos momentos; aquello hizo que se pierda levemente la cordialidad de su majestad, pues poco le gustaba que todo mundo allí en París estuviera atento al momento en que se logre desposar a su adorada sobrina.

-Vengo aquí ante su majestad en busca de una respuesta ante la propuesta de desposar a su bellísima sobrina, como sabrá hace ya tres meses que falleció mi antigua y adorada esposa Jazmina y mis intenciones de casarme de nuevo están renovadas.

-Vaya valor el suyo, amigo mio, que aparece cuando ni siquiera he anunciado la intención de casar a mi sobrina... -le respondió el Rey sentado muy cómodo en su sillón tras el escritorio- Es más, ella y apenas ha estado presente en dos galas que hemos brindado en el palacio, todavía no se la ha presentado a la sociedad como corresponde; ¿Qué le hace pensar que la desposaría con usted?

-Más allá del título, mi señor, permitame decirle que le brindaría a su sobrina la mejor vida que podría desear, tendría al esposo que se merece y estoy seguro que tanto ella como yo, por supuesto, seríamos felices.

-Pues no me interesa -le dijo el Rey dejando a todos boquiabiertos. Un silencio se hizo en la sala, y el valet del Rey, Bessan, se encargó de despedir al duque y sus acompañantes para dejar a solas a su majestad.

-Si me lo permite mi señor, estaré afuera por su necesita de mi servicio -Le dijo Bessan sabiendo que el Rey Antoine no se encontraba con humor para hablar ni ver a nadie más. Bessan era el valet personal del Rey; vivía a su lado, inclusive dormía en la misma habitación del Rey para cuidar de él y de todo lo que le hiciera falta. Pero más allá del servicio que éste le brindaba a su majestad, también era consejero y muchas veces, un fiel amigo para Antoine. Era en secreto, como un hermano para el Rey, pues lo habían puesto a su cuidado cuando Antoine tenía siete años y Bessen, solo diez; se criaron juntos y Antoine no permitió que lo alejaran de su mano derecha, su confidente, su aliado y lo continuó manteniendo a su lado.

En aquel momento, El Rey Antoine v miró a su valet pensando en que debía de hacer algo al respecto con su sobrina.

-Llama a Selene, que se presente en mi despacho -le dijo

-Lamento que no será posible, su majestad, la niña Selene se encuentra de paseo por los jardines del palacio con su corte.

-Entonces llama a mi hermano.

En el límite de los jardines reales, Selene se encontraba jugando con sus amistades. Su corte era lo más parecido a lo que podría llamar amigos. Eran niñas, hijas de los integrantes de la gran corte real y tenían la edad de Selene, dos años más o algunas un par de años menos. Eran buenas niñas, pero sus padres estaban esperando la confianza que sus hijos tuvieran con Selene para ellos poder tener así, mayor acceso al Rey. Poco a poco, para ser más distinguidos por su majestad. Todo mundo allí en el palacio sabía que el Rey Antoine tenía preferencias. Pasaba con las mujeres de su corte, con sus hombres de la corte y pasaba con sus familiares más cercanos. Selene era especial para el Rey, todos sabían el porqué, había demasiados rumores... pero como ya dije, aquello eran chismes que pocos se animaban a repetir y si lo hacían, era en las habitaciones, como cuando dos amantes se encuentran y platican del Rey luego de pasar juntos la noche, o entre las damas chismosas por los pasillos más lejanos del palacio.

Esa mañana era fantástica para Selene, le había pedido tanto a su nana salir del palacio que estar tan lejos de él, aún estando dentro de su territorio, era sin duda alguna motivo de alegría. Se sentía agobiada allí dentro y necesitaba el aire fresco que se respiraba más allá del palacio, fuera de las presiones de estar vigilada todo el tiempo, y aunque no había podido lograr salir de sus murallas, al menos le habían permitido llegar al límite de los jardines reales con las niñas de su pequeña corte, cuatro guardias a una distancia prudente y su nana, la señora Corina.

Corina se encontraba leyendo un libro sentada a un costado de los árboles mientras las niñas jugaban, era el comienzo de la primavera en Francia y no podía negar que lo que decía su pequeña Selene era cierto: se sentía la libertad en el aire más allá del palacio... Aunque todavía estaban en él.

Miró a su protegida a lo lejos, corriendo con su vestido verde entre los árboles, escapando de su prima Juliette y cada vez que la miraba en silencio, sabía que la invadía el temor, el orgullo, la angustia y la felicidad. Todo junto, pero era inevitable no mirarla, no saber en lo hermosa y maravillosa que se estaba convirtiendo su pequeña... en lo lejos que había llegado sin saberlo, en el milagro que personificaba. El doctor Nazario se le cruzo por la cabeza, deseaba tanto volver a verlo... se preguntaba cuánto más tendría que esperar.

Juliette y Selene cayeron al suelo riendo cansadas por la carrera y tras de ellas, llegaron las demás niñas de la corte exhaustas. Todas en el suelo, disfrutando de la suavidad del pasto verde y el aire fresco que respiraban, se quedaron por unos segundos observando la inmensidad del cielo claro que yacía sobre ellas. Juliette se colocó boca abajo para ver a Selene de frente y ésta que tenía los ojos cerrados, los abrió para ver a su prima.

-Al sol tienes los ojos color miel, Selene... -le dijo Juliette observándola muy atenta- Es tan bonito... mis ojos celestes no se comparan con ellos.

-No mientas Juliette, mis ojos son demasiado comunes... parece ser que solamente Paul y yo hemos sido ignorado por los rasgos angelicales de la familia.

Volvieron a reír aún más fuerte y luego de un momento, se pararon para caminar hacia Corina. Ya estaban cansadas de tanto recorrer, jugar y explorar. Tenían hambre y tenían calor, el sol estaba en lo más alto y era sumamente relajante, pero estaban sudando y necesitaban un baño.

-Extrañaré esto... -dijo Juliette caminando junto a Selene, delante de las demás jovencitas de la corte. Su rostro era opaco cada vez que hablaban de aquello, era como si la tristeza golpeara a Juliette cada vez que recordaba lo que sería de ella en poco tiempo. Tan repentino había sido la noticia de su compromiso con el príncipe Camilo que la joven todavía lloraba desconsolada muchas noches en la semana, no deseaba aquello para ella, quería seguir allí en el palacio con su familia, con su libertad. ¿Por qué no casaban a Selene también? A ella no la habían dejado dar su opinión y sin embargo el Rey permitía que Selene decidiera sobre su vida como si de la mismísima reina se tratara. Los celos y el rencor que existían en Juliette hacia su prima eran muchos, pero aquel momento en el que le dijeron que se casaría, y que tendría que hacerlo porque Selene no había aceptado al príncipe Camilo, aquello había sido lo que acabo por despertar su odio. Sin embargo, sabía que todavía su prima era intocable y debería de soportar todo aquello hasta lograr golpearla en donde le doliera. Ya no le importaba, no podría cambiar las cosas, al menos no por ahora. Pero sabía que su tío no siempre estaría adorando a Selene, seguramente en algún momento se acabarían esas preferencias.

SeleneWhere stories live. Discover now