9.

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Desde que llegué hasta que me fui de la biblioteca me la había pasado más nerviosa y estúpida de lo normal; no paraba de sudar, se me resbalaba todo de las manos y estuve a punto de rodar por las escaleras al menos unas cinco veces.

Y no, no tenía nada que ver con el partido.

-Tiene que ver con el partido- me contradijo Stephanie cuando la llamé ni bien acabó mi turno y me dirigía a casa-. Es normal.

-Pero si yo ni voy a jugar.

-Pero Sam sí.

-Ay, no... Por favor, tú no, Steph.

-Ya, ya- ella se rio-. Es que tiene sentido.

-¿Qué cosa?

-Que te dé nervios verlo.

-¿Por qué?- hice una mueca.

-Mmm... ¿Quizá porque cada vez que lo haces pasa algo?

Entonces todo en mi mente se aclaró.

-Eres una genio- le dije-. Ese chico es un imán de mala suerte.

-Si tú lo dices... Ahora, ¿me dejas dormir? Es más de medianoche aquí.

-Ah, perdona.

-Descuida, sabes que vivo por el chisme.

-Lo sé- reí-. Adiós, Steph.

-Adiós.

Seguí con mi camino al edificio de tía Mel y al llegar, la encontré preparando la cena. Por suerte Pat estaba durmiendo, por lo que pude quedarme un rato con ella para preguntarle si podía salir esa noche, a lo que me contestó que sí pues no tenía turno en el hospital. Sin duda, aquello me liberó de un gran peso de encima, ya que alguien podría cuidar de Tommy mientras yo estaba en el partido, de modo que no tendría que recurrir a mi plan B que era llevarlo conmigo.

Un poco más animada debido a que todo se daba milagrosamente a mi favor, me di una ducha y luego me metí a mi habitación para pasarme un buen rato decidiendo qué me iba a poner. No tenía muchas opciones y mucho menos ahora que Bea no estaba acá y no podía robarle nada, así que opté por lo mismo de siempre: unos jeans, un suéter enorme y mi abrigo con capucha por si nevaba.

Mi cabello sí que era otro asunto, lo traía como un espantapájaros y secarlo con la secadora tan solo empeoró las cosas. Así que me dirigí al baño y empecé a rebuscar en uno de los cajones del estante un gancho que pudiera sujetar los cincuenta kilos de cabello que tenía, cuando en eso, encontré un rizador.

No tenía idea de como usarlo, pero tampoco podía ser tan difícil, así que lo enchufé y esperé a que calentara lo suficiente para luego enrollar un mechón en él.

-¡Ay!- exclamé al quemarme uno de mis dedos y tía Mel no tardó en aparecer en la puerta del baño.

-¿Qué pasó?

-Nada, nada- dejé el rizador a un lado-. Creí que podría arreglarme un poco el cabello con esto, pero no puedo.

-Oh...

-Perdona, debí preguntarte si podía usarlo- fruncí los labios.

-Pero que cosas dices, si era de tu madre- ella se acercó a mí y tomó el rizador-. ¿Puedo ayudarte?

-Mmm... Esta bien- asentí y tía Mel empezó a ondular mi cabello con tanta concentración, que entonces recordé que esto era lo que solía hacer en el pasado.

Y no sólo ella, sino mi mamá que nos hacía a Bea y a mí los peinados más bonitos de la clase cuando éramos pequeñas. Y es que mucho antes de ser enfermera, tía Mel y ella trabajaban en la misma peluquería en Florida y se volvieron amigas. Ambas eran tan unidas que cuando mamá conoció a papá, esta le presentó a su hermano para que salieran los cuatro juntos.

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