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Su meta era simple: Limpiar al mundo de la sociedad que lo ensuciaba. La Legión del Cazador era una organización de la cual él era Presidente, Fundador, Contador y Miembro. Todos esos cargos importantes coincidían en una sola cosa: estaba en números rojos. El trabajo no daba para mantener todas las necesidades que se requerían para el debido mantenimiento de las instalaciones de la base, la comida empezaba a escasear y las drogas también, eso sin contar que para surtirse de ellas, tenía que acudir a un dealer que inflaba precios y que solo se encontraba en Flaxville, eso significaba gastar medio litro de preciosa gasolina. Adrian no podía permitirse el lujo de malgastar gasolina, de por sí ya le era difícil esconderla en donde su padrastro o cualquier otra persona inoportuna, dieran con ella y su preciada galera. No obstante, aun con días en los que todo parecía ir del carajo, la suerte le sonreía y se topaba con un reflexivo Thomas Richardson.

Thomas era el hijo único del Concejal del pueblo, ambos compartían edad y algunas aficiones, tal como las drogas. En especial, la heroína. Esa mañana mientras caminaba por el centro, Thomas lo abordó y lo invitó a la "Guarida", una vieja construcción en el vertedero que ya nadie usaba. Este ya disponía de un refrigerador funcional, donde guardaban cerveza y otras cosas, un sofá medianamente cómodo, una pantalla vieja, un DVD y un sinfín de películas y revistas pornográficas. Algunos chicos conocían de la existencia de tal lugar, pero muy pocos eran invitados a pasar o se atrevían a ir, esto debido a ciertas conductas que Richardson tenía, las cuales mermaron drásticamente su vida social en cuanto fueron difundidas. Su padre, iracundo, había desmentido los rumores que ya se habían propagado como una plaga entre ambos pueblos. De eso habían pasado ya seis años, cuando el chico apenas tenía quince. Sin embargo, Adrian sabía la verdad. Lo que tanto había intentado desmentir el Concejal, era cierto, pero, como a algunos de los chicos que se aventuraban a entrar a La Guarida, eso no importaba.

Thomas significaba dinero y drogas. Y Adrian necesitaba ambas cosas.

Su reloj marcaba las doce y media de la tarde, el sol parecía irradiar su calor con cierta intención perniciosa. Afuera, se escuchaba el bronco sonido de las moscas al volar, quizá buscando algo que comer entre montañas de fierros oxidados y plástico aventado. Pero adentro la sensación era fresca, esto debido al ronroneante ventilador y a que ambos estaban desnudos. Thomas así lo había impuesto desde la primera vez que ambos habían compartido la misma aguja, esto según él para disfrutar al máximo las sensaciones que tal elixir provocaba. La verdad era muy diferente.

En un pueblo como Rogville, los consumidores de drogas son un mínimo de la población, por lo que encontrar jóvenes mujeres que compartieran esos hábitos era algo tan remoto como encontrar un dodo en los bosques circundantes. Después de la sensación inicial, el vértigo, el galopar del corazón, llegaba una que parecía ser desesperante, una sensación que acumulaba la sangre en ciertas zonas del cuerpo y que para saciar, como comprobó desde los quince años, no era necesario una mujer. Adrian había aceptado todas las propuestas que Thomas le había solicitado con cierto chantaje, en realidad era algo que no le importaba y a veces hasta disfrutaba. Era cierto que la homosexualidad era algo que La Legión del Cazador se encargaría de erradicar, pero por ahora, la organización no podía darse el lujo de terminar con el mayor benefactor de la causa. Había ocasiones en las que intentaba tomar el control de la situación, pero su anfitrión se negaba con cierta violencia. El chico Richardson disfrutaba del escaso poder que tenía en ese lugar, no se lo quitaría así nada más. Adrian aprendió que para que Thomas accediera a algo, debía de simplemente, decirlo entre líneas y no pedirlo directamente. De esa forma, algunas de sus necesidades habían sido cubiertas, tal como la despensa de la semana pasada, y el dinero necesario para comprar ciertos productos químicos. Aun así, entre todo eso, Thomas a veces demostraba cierta madera para ser parte de La Legión, aunque en la mente de Adrian eso era algo que aún no podía permitir.

—¿Supiste del tiroteo? —Comenzó Richardson.

—Sí.

—Mi papá dice que hubo negligencia, que el FBI sabe todo, pero que no quiso actuar. ¿Por qué crees que no actuarían, Adrian?

—Muchos fundamentos absurdos de nuestra sociedad se basan en mártires. A la gente que ve mierda por televisión, a los idiotas que hacen protestas por internet, a todos ellos les gustan los mártires, Tom.

Thomas lo observó con cierta consternación, tal como cuando le dices a un niño de cinco años el nombre de un elemento de la tabla periódica. A Adrian le molestaba un poco que su amigo fuera algo lento en comprender las cosas, pero también le gustaba explicar y exponer su visión.

—¿Pero inocentes?

—Si no fueran inocentes, no serían mártires, tonto. ¿Dime, Tom, tu consideras justo el que nuestro gobierno use a sus jóvenes como carne de cañón para sus propios y retorcidos fines? Te aseguro que a partir de ahora, los demócratas usaran esa matanza como pretexto para regular la venta de armas. La gente ira y aplaudirá, pero se les olvida que sin armas no somos nada. Se les olvida que a base de armas pudimos desalojar a los malditos esclavistas que solo vinieron a matar a nuestros antepasados, que a base de armas desalojamos a los malditos criminales que venden su mierda en nuestras calles, a nuestros niños. —Terminó de forma exabrupta, lanzando una maldición.

La mierda que ya consumimos... Pensó, pero Thomas pareció no pensar en ello, estaba inmerso en el mensaje. Horrorizado ante la nueva realidad que su compañero de juerga y amante le había abierto. El mundo parecía algo hostil, manejado por corporaciones y lleno de muerte, traición y conspiración.

—No está bien... debemos hacer algo. ¿Por qué nadie hace nada? —Cuestionó.

—¿Conoces a los Rockefeller? —Tom negó con la cabeza—. Bueno, ellos son los magnates judíos que manejan los hilos del mundo. Ellos imponen a los candidatos presidenciables, los precios del petróleo, el valor de la mano de obra obrera. Algunas personas han intentado hacerles frente, pero ninguno ha tenido éxito con esa tarea. Eso es porque no puedes alterar un sistema intentando descarrilarlo con solo fuerza bruta, debes hacerlo primero desde los engranajes.

El semblante de su anfitrión cambió, de uno asustado a uno curioso. Para Adrian era sorprendente como podía ser tan ambivalente con sus emociones. Sin duda eso era útil, ya que era más impresionable. Solo debía escoger las palabras correctas.

—¿Y tú sabes cómo hacerlo?

—Sé cómo hacerlo, pero no puedo hacerlo.

El anzuelo ya estaba echado.

—¿Por qué no?

—Me hacen falta recursos y gente. Gente de confianza... Te contare un secreto, Tom, porque somos de confianza, ¿no?

—Claro que sí.

—Tengo una organización secreta. Su nombre es La Legión del Cazador. El propósito de su existencia es vencer a la familia que controla a todas las familias. Engrane por engrane, tornillo por tornillo. Pero yo solo no puedo contra ellos...

—¡Te ayudaré! —Exclamó Thomas con convicción.

Ahora solo faltaba atraer el sedal.

—Gracias, Tom, pero una vez entras no hay marcha atrás. Puede ser peligroso, y por lo tanto, completamente secreto...

—Tienes mi palabra que estoy cien por ciento convencido. No importan los riesgos, tenemos que acabar con los Rockfler y tengo la gente y los recursos.

—¿Tus amigos son de confianza, Tom?

—Lo son. —Aunque eso no era cierto, sabía que mientras ellos recibieran su dosis de heroína, no dirían nada, y si lo decían, ¿Quién podría creerle a un drogadicto? Por fin, después de algunos años de soportar la humillación y de tejer en las sombras, todo parecía por fin tomar un camino.

—Entonces cítalos, en dos días tendremos nuestro primer concilio. Pero por ahora...

Richardson tomó la palabra, en su voz había un nuevo y extraño ímpetu.

—¡Tendremos que armarnos antes de que los demócratas y los Rockfler acaben con las armas!

El chico había aprendido rápido y bien. La excitación que su voz reflejaba también se acentuaba en su cuerpo. Quizá las armas podrían esperar, pues ahora, también Adrian tenía una erección.


Tan Profundo como el VacíoWhere stories live. Discover now