Introducción: La Llegada del Extraño

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«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido».

Howard Phillips Lovecraft



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La noche era cálida. Ese verano había sido especialmente así. Eso no era de extrañar, a pesar de que por el invierno el arroyo que rodeaba el pueblo se congelaba, los veranos no eran templados, eran calientes. A Carl no le importaba en lo absoluto el bochorno nocturno, esa era la única época del año donde podía usar shorts y playeras durante todo el día y toda la noche. Tal como la tradición familiar marcaba, Carl era parte del equipo de futbol de la escuela, destacándose como un quarterback que a pesar de su uno sesenta y ocho de estatura, era confiable y de buenos instintos. En las remeras que utilizaba, un número cuarenta y nueve reposaba bajo su nombre. En el pueblo lo reconocían cuando poderoso, iba y venía con su pesada Moongose a hacer las compras que su padre, Alan Johnson, le encargaba para su taller. La gente decía que Carl iba a recuperar la dinastía Johnson, la cual tenía cuarenta años sin jugar en profesionales. El último en destacar, había sido su tío abuelo Franz, el cual era un linebacker de los Grizzlis de Montana. No obstante, si ese día alguien hubiera visto a Carl, con una curiosa canastilla para picnic bajo el brazo y aun con la sensación térmica de veinticinco grados, con una camisa azul oscuro con lunetas blancas y un pantalón color caqui, muy pocas personas lo hubieran reconocido. En su rostro se enmarcaba una sonrisa que hacía juego con el brillo de sus ojos color avellana. La barba que por lo regular siempre estaba mal afeitada (con el errado pretexto que así crecería más rápido) ahora estaba ausente, su mentón y sus mejillas compartían un aspecto impoluto. Sus patillas estaban recortadas a la altura de su tímpano y su cabello negro bien peinado hacía un costado, con el aspecto desvanecido.

Si alguien le hubiera visto y le hubiera preguntado la razón de su aspecto, él se limitaría a encogerse de hombros, sonreír (aún más si es que eso era posible) y responder que esa noche era especial. Y vaya que lo era, el cielo estaba raso y el ojo blanco parecía que comenzaba a asomarse pronto tras la colina.

Tenía todo preparado para su esperada cita: Una sábana para poder recostarse sobre el pasto sin temor a alguna reacción alérgica, unos chocolates, algo de cerveza... Lo único que faltaba era ella.

La había conocido por mera casualidad en el centro de videojuegos de la ciudad, había ido con el hijo de los Forrest, con paciencia lo observaba jugar y se reía de las tontas bromas de un niño de doce años. En un principio creyó que ella era una pariente lejana del hiperactivo Jason, pero después de un momento de vacilación y animado por sus compinches, Carl reunió valor y entabló conversación con la joven. Su nombre era Danna Supo que era de ascendencia canadiense, no tenía mucho que había llegado al pueblo, trabajaba de niñera y, descubrió también, que se había enamorado a primera vista de ella. Después de conseguir su teléfono, muchas horas de platica y comentarios muy medidos, ella había —como decía Bill, su amigo— dado "su brazo a torcer". De eso ya habían pasado seis meses, ese amor que ambos compartían crecía día con día, hasta un punto culminante que era ese. Ambos compartirían sus cuerpos y mezclarían sus almas esa noche... Al menos ese era el plan.

La zona que Carl escogió era un lugar famoso por varias parejas del pueblo. Este era un mirador en Tacker Hill, el cual tenía vista de todo el pueblo y de los alrededores. El bosque y el arroyo que lo partía, el cual con la luz de la luna parecía un pequeño río de plata. Para llegar al mirador, no era necesario usar automóvil y tampoco era posible, aun cuando la cuesta no era del todo empinada y no ascendía más de cincuenta metros. Tacker Hill era una colina de setenta metros de altura, la cual era usada por campistas que querían una caminata o un picnic. El mirador o sus alrededores no contaban con más iluminación que la luz de luna, la cual bañaba el pueblo cuando hinchada se alzaba entre los astros. Según había leído Carl, ese era uno de los lugares donde la luna siempre se veía de un gran tamaño. El escenario era perfecto para una velada romántica, las estrellas titilaban estáticas, las luces del pueblo no reflejaban mucho, el arroyo seguía emitiendo su halo espectral. Una rama crujió detrás de él, lo tomó desprevenido mientras veía el panorama. Volteó rápido con un sobresalto, pero solo distinguió una sombra entre unos matorrales.

—¿Danna? —Preguntó con nervios. La chica salió de a poco, sonriendo.

—Fallé la importante misión de pegarte un buen susto. —Se unieron en un cálido beso. Carl sentía como su respiración se aceleraba a ritmo con su pulso, pero se controló. Lo primero en la lista era sentarse juntos, conversar sobre su futuro (el verano ya casi llegaba a su fin), tomar unas cervezas y posteriormente, entregarse a su amada.

Se sentaron en la sabana y observaron el pueblo, tomados de las manos. 

Tan Profundo como el VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora