C26: Hasta pronto.

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—No le hagas caso, mi esposa no sabe apreciar las tendencias de décadas anteriores —le dice Malcom a Ingrid.

No escondo la sonrisa que curva mis labios. Honestamente echaba de menos las caóticas reuniones de los Jaguars, porque a pesar de que me mudé hace poco a Owercity, la realidad es que cada miembro del equipo ha hecho su propio camino en la vida hace tiempo. Sin embargo, a pesar de que estén distribuidos en diferentes ciudades, que tengas distintos empleos y sus propios problemas y familias de las cuales ocuparse, siempre encuentran el retorno a casa; siempre vuelven a estar juntos.
Mientras permanezco aferrada a la camiseta de Ben y él me rodea con afecto, no puedo evitar hacer un pequeño viaje al pasado y otro al futuro: los Sharps son lo que alguna vez fueron los Jaguars, y los Jaguars son lo que alguna vez serán los Sharps. Pensar en eso me sumerge en un pozo de nostalgia, emoción y reflexión sin fondo, y así me quedo contemplando una de las reuniones más desastrosas que tendrá lugar en la historia. Sería aún más épica si la cereza del postre, o sea Bill, estuviera aquí.

Si Hensley estuviera aquí.

A veces me pasa que, en momentos donde estoy rodeada de personas, de repente me encuentro a solas en una sala de cine. Veo a mi alrededor con otros ojos, como si estuviera ante la presencia de una pantalla y una película se estuviera reproduciendo. Salgo de la escena para apreciarlo todo, para escudriñar la sonrisa de las personas, la forma en que ríen y rememoran aventuras del pasado, observo la manera en que se miran los unos a los otros.

Sin embargo, en algún momento hay que volver a adentrarse en la pantalla, y cuando eso pasa no puedo hacer más que pararme de puntillas sobre la vereda para abrazar a cada miembro del equipo. Dejo que Joe me haga girar en el aire como solía hacerlo cuando era niña, y me permito reír una vez más cuando Timberg cuenta la anécdota de Halloween otra vez: una vez se disfrazó de tritón y Bill me pagó diez dólares para que lo pescara con una caña de plástico.

—Supongo que volveré a verte cuando el pequeño Malcom se digne a salir. —Acaricio la barriga de Kansas y me sobresalto en cuanto siento que mi sobrino me patea—. ¿Ya se decidieron por el nombre? Dime que mi hermano ya aceptó que su hijo no se llamará Galileo—pido, e instantáneamente me giro para encontrar al auténtico Galileo Lingard y a su esposo Ottis, el que todo el mundo quiere, observándome con una ceja arqueada y una sonrisa ladeada—. ¡Sin ofender, Gali!

—No, ahora le quiere poner Albert por Einstein —suspira Kansas—.  Y Bill insiste en que lo llamemos Gualtiero por un chef italiano que supuestamente hacía una salsa de muerte. —Rueda los ojos divertida y baja la mirada hasta mi mano, la cual el bebé patea una vez más. No puedo esperar para que conozco a tía Zoe y tía Gloria, aunque pensándolo por un momento no creo que Gloria deba conocerlo hasta que tenga edad suficiente para correr. Sólo por precaución—. Pero ambas sabemos quién le pondrá el nombre.

—Tú lo harás —señalo lo obvio—, y te apoyo al cien por ciento en ello —le recuerdo. Soy consciente de que jamás dejaría que Malcom lo nombrara como el científico más popular del siglo XX o que el coach le pusiera como uno de sus ídolos culinarios—. Sin embargo, me gustaría saber cómo se llamará. ¿Por qué tanto misterio, Kansas? 

—El misterio es uno de los tantos motores de la vida, Zoe —murmura dejando que sus ojos se encuentren con los míos. La despedida está cerca, lo noto en la forma en que su mirada se suaviza y se carga con algo más que humor—. Nos incita a seguir con el fin de descubrir lo que nos depara el mañana, y el día siguiente. —Reprime una sonrisa como suele hacerlo, y en el verde y café de su mirar se vislumbra una bonanza que me envuelve el corazón con calidez—. De acuerdo, basta de palabrería. Las hormonas del embarazo me hacen más reflexiva y cursi —confiesa, sacudiendo la cabeza para alejar cualquier rastro de pensamientos introspectivos—. Antes de irme quería preguntarte algo sobre el misterioso candidato que aún no he logrado conocer.

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