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La vista era espectacular, pero al patriarca de los Hong eso poco le importaba. Sentado sobre un cómodo sillón, no veía más allá del vaso con whisky en su mano. Lo mismo y podría estar muerto, pero nadie lo sabría. Había pedido que lo dejaran en paz, sin excepciones. Necesitaba espacio para pensar, ¿en qué momento había salido todo mal? No era un santo, pero tampoco una mala persona. Su esposa había sido una mujer excelente, al menos la primera. Pero su hijo...

Suspiró y dio un largo trago. Siempre había hecho lo mejor por él. La mejor educación, los mejores tutores. ¡Cuál sería su alegría cuando decidió ser médico igual que él! Era su esperanza, su legado. Juntos habían alzado el imperio de sus clínicas privadas y el renombre que tenía su apellido. ¿Y estaba dispuesto a tirarlo todo por tener más poder? O peor aun, ¿lograrlo?

Otro sorbo, ya quedaba poco. Quizás lo había descuidado como padre, siempre ocupado con su trabajo. Pero era por su bien, para darle lo mejor. Quizás había tratado de acaparar todo, demasiado pronto. Pero, ¿qué iba a hacer? Vio oportunidades y las tomó. En retrospectiva, era muy fácil saber dónde se había equivocado, en especial a su edad. Era joven e impulsivo, exactamente como Jung. Si hubiera tomado un camino diferente, ¿habrían sido ambos iguales?

¿Quizás en el fondo lo eran?

Un sorbo más, pero ya no había más licor. Lanzó el vaso contra la pared baja del balcón, estallando en mil pedazos. Por muy frustrado que estuviera, era incapaz de lanzarlo al vacío y correr el riesgo de que impacte en alguna persona. Pero sabía que a Jung Hong no le importaría eso, a menos que pudieran vincularlo directamente. Y ahí radicaba la diferencia entre ambos. Había fuego en sus ojos, un último chispazo de los deseos de un doctor joven e idealista. Un fuego que sabría nunca vería en los ojos de su hijo.Finalmente, él y su hijo eran diferentes.

Y no dejaría que una persona tan diferente a él llevara el buen nombre de su padre y abuelo a la ruina.



La operación fue un éxito total y el paciente no corría ningún peligro de secuelas. Maki recibió halagos de la familia. Un día más en la oficina. Aun así, después de tantos años, lo disfrutaba tanto como el primer día. Aquello era lo que amaba, estaba segura. Ahora más que nunca. Quizás influyera el hecho de recibir un mensaje de Nico, y pasar un buen rato con ella al teléfono mientras esperaba a la familia del paciente, o sonrojarse de pronto en un pasillo al recordar la noche anterior. Por primera vez, sentía que podía tenerlo todo. Quería tenerlo todo.

Entonces, ¿qué le impedía lograr que su padre viera eso? De acuerdo, quizás no especificaría aun la parte referente a su vida amorosa, pero sabía que era capaz de producir mucho para el hospital. Demonios, ya producía como nadie más. Y la iban a escuchar. Sí, la iban a escuchar en ese mismo momento. Sabía que sus padres estaban libres, posiblemente tomando un descanso en su terraza privada.

Sí, la escucharían en ese preciso instante.


O quizás no la escucharían. Tras dar 10 vueltas, girar en su asiento otras 15 veces y jugar con su cabello por 10 minutos, el descanso de los padres de Maki había llegado a su fin.

-Bueno, una lástima - Dijo en voz alta, en la soledad de su consultorio - Quizás a la próxima pueda.. Sí, a la próxima. Fijo.

-A la próxima puedas qué, ¿Maki-chan?

De la sorpresa, Maki casi se cayó de su silla. Nico entraba como si nada a su consultorio, con una gruesa bufanda y unos lentes oscuros tapándole la cara, además de una gorra con visera. Al cerrar la puerta tras ella, Nico se dejó caer pesadamente sobre el asiento frente a Maki y comenzó a quitarse su camuflaje. 

Nuestro mejor momento [NicoMaki] COMPLETAOù les histoires vivent. Découvrez maintenant