El accidente.

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Quizás fuese la edad, pensó, o el hecho de haber encontrado un empleo muy lejos lo que la ponía tan melancólica.

Mirando los retratos colgados de sus paredes y la foto de su graduación sobre su mesita de noche, limpió una lágrima de su mejilla y sonrió con nostalgia. Esa niña de mejillas siempre sonrojadas y dientes ligeramente torcidos se había ido hacía tiempo, había crecido y ahora era toda una mujer; quizás no una como tal, pero pudo alcanzar la madurez -según ella- y el crecimiento personal necesario para formar parte del mundo adulto.

Luego de acomodar sus pertenencias, cerró su bolso y se dirigió a la puerta, pensando en lo increíblemente cortos que se le hicieron los últimos dos años, y en lo doloroso que era para ella irse nuevamente de su hogar; luego de mejorar los lazos con su rota familia, le dolía en el alma dejarlos de nuevo. Bajó las escaleras lentamente, disfrutando de la suavidad del barandal de la escalera, y atravesó la sala para salir de la casa. Subió sus pertenencias al baúl de su auto y luego lo cerró. Volteó para despedirse de su casa y sus seres queridos, quienes se acercaron a ella y la rodearon en un cálido abrazo, desbordante de cariño.

—Prométeme que llamarás— dijo su madre entre lágrimas, a lo que ella respondió riendo, intentando no hacer lo mismo.

—Por supuesto que lo haré, mamá— dijo antes de limpiar cuidadosamente sus mejillas empapadas, besó una de éstas y se apartó.

Su hermano se había alejado unos momentos antes y las observaba a ambas en silencio, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—¿Acaso no piensas despedirte de tu única hermana?—.

—No— dijo él con brusquedad —No es justo que me dejes aquí a soportar a mamá solo, otra vez—.

Ella sonrió y lo abrazó; a pesar de ya haber crecido, e incluso haberla superado en estatura, su hermano seguiría siendo siempre el pequeño revoltoso y divertido de la familia, capaz de sacarle una sonrisa aunque estuviesen en situaciones como aquella.

—Te extrañaré, Caleb—.

—Y yo a ti, hermana— respondió él, con una triste sonrisa.

Se separaron y no pudo evitar dejar caer una lágrima, que trazó su camino a través de su mejilla. Caleb la quitó con su pulgar y le sonrió de lado, intentando reconfortarla, sin éxito alguno. Con ojos cristalizados y un dolor punzante y creciente en su pecho, se metió con rapidez en el auto; bajó la ventanilla a la mitad para echarle un último vistazo a la casa de su infancia y a su familia, antes de encender el motor. Una vez hecho esto, arrancó y saludó con la mano mientras se alejaba, viendo por el espejito de su izquierda a su madre, aferrada a su hermano y suspiró, sabiendo que se alejaba para dar un nuevo inicio a su vida.

Condujo por unos kilómetros hasta que atravesó el límite de la ciudad, y al ver el cartel que marcaba la entrada a ésta quedarse atrás, rompió en llanto. Sus intenciones nunca fueron irse, pero había estado esperando una oportunidad laboral por largo tiempo, y la que se le presentó era mayor a la que hubiese podido pedir. Cuando la propuesta del periódico independiente 'The sneak peeker' de Richmond, Virginia, llegó a su puerta, no pudo rechazarla. Debido a su anterior experiencia en Nueva York, se vio obligada a pensar dos veces antes de tomar una decisión, por lo que tardó en comunicarles a los editores de éste su elección; cuando lo hubo hecho, sintió como una leve carga se desvanecía de sobre hombros.

Iba pensando en su experiencia en Nueva York cuando se detuvo en un semáforo. Ese trabajo realmente había sido una pérdida de esfuerzo y tiempo, no sólo por el engaño de que su nombre iba a ser reconocido por cada artículo que escribiese sino también por los problemas, tantos físicos como psicológicos que le generó. Incluso había tenido que abandonar la Universidad por un corto tiempo para mejorar, ya que el agotamiento que sentía era abrumador. Sin dudas, pensó, aquella fue una experiencia de la cual aprendió a darle una segunda mirada a las cosas y a no confiarse de una sonrisa encantadora al aceptar un trabajo.

Sacudió esos malos pensamientos de su cabeza y aprovechó para echarse una mirada en el espejo retrovisor en lo que el semáforo cambiaba: tenía las mejillas notablemente sonrojadas y algo brillosas debido al llanto; sus ojos estaban rojos e hinchados, tanto que ni un maquillador experto podría haberlos ocultado. Limpió su rostro con el puño de la camisa, dejando en ésta una apenas visible mancha de maquillaje; tomó una bocanada de aire y exhaló, despacio, acomodándose en el asiento. Avanzó al ver que la luz verde le permitía el paso, pero un sonido ensordecedor la distrajo. Volteó la vista y se encontró con la imagen de una camioneta, sin frenos, que parecía que iba a tragarse a su pequeño auto gris. Alcanzó a distinguir detrás del vidrio el rostro atemorizado de un joven e inexperto conductor, justo antes de sentir un fuerte impacto en su lado del vehículo. El golpe destruyó el frente de la camioneta y la puerta del lado izquierdo del auto, y los vidrios estallaron en miles de cristales; lo último que sintió fue un golpe seco en la cabeza, antes de que todo se volviera negro.

Sueño IndefinidoWhere stories live. Discover now