La planta

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El castaño se maldijo internamente ante los regaños de Jaime, su padre.

Sus calificaciones cada vez iban peor y no hallaba la forma de solucionar aquella suciedad de mente, llena de negatividades hacia su ser, hacia sí mismo. Lo intentaba, se esforzaba y no lo lograba. Realmente ponía sus esfuerzos. Pidge intentaba ayudar a petición de Lance, pero no daba resultado, nada lo hacía y esto hacía que el poco interés que tenía disminuyera considerablemente.

-¿¡Crees que esto es digno de un Ramos!?

Hace un tiempo comenzó a crecer un sentimiento de odio dentro del moreno, pero era un tipo de odio especial, un odio que no fácilmente se va, un odio propio. Para ponernos en un mejor contexto, una explicación metafórica seria adecuada. Hace tiempo que una pequeña semilla se implantó y poco a poco comenzó a brotar una planta en el interior del latinoamericano, a esta la conoceremos como: odio. Esta planta está hecha para morir en un proceso lento y de tortura, pero si se cuida frecuentemente esta llega a sobrevivir y vive de la manera más alegre y satisfactoria. Esa maldita metáfora representaba de la mejor manera aquella difícil situación y, si continuamos hablando de manera metafórica sobre esta planta, tendríamos cuatro hojas en un delgado pero fuerte tallo.

-¡Contéstame, Lance! ¿Qué solución le encontraremos a esto? -preguntó rígido, con mandíbula tensa y una mirada muy, pero muy molesta.

Jaime Ramos, un hombre bastante autoritario, rígido y estricto, padre de cinco hijos mayores, contando a Lance, aunque también tiene tres hermanos menores. Daniel, Jhon, Iván, Cloe y Lance. En ese exacto orden.

Un juez, un médico, un político, una forense y un fracasado estudiante. En ese orden, en el mismo maldito orden.

Era recurrente que en la casa de los Ramos se comentara el éxito de casi todos sus hijos para machacar la moral de Lance y hacer que mejore, pero al contrario, empeoraba.

¿Qué no ve que Lance ha hecho todo lo que ha podido? ¿Qué nada la resulta por mucho esfuerzo y dedicación que le ponga? No, claro que no. Para su padre nunca es suficiente, la conformidad es mediocre.

Decidió callar, ¿Qué podría decirle sin provocar un alboroto? Nada, hasta para ello no servía.

-Claro, ninguna... Estas siendo un bueno para nada, hijo y quiero lo mejor para ti pero no aportas. Mira a tu hermano, un juez de alto rango y tú aquí teniendo malas calificaciones... -dijo con cierto desprecio en su voz, algo que hirió bastante a Lance.- Así no llegarás a nada, no serás nadie, ni trabajarás. Eres un vago hijo, mejora tus calificaciones -escupió sin expresión, esas palabras y esa mirada le derrotaba.

El hombre con barba canosa se retiró a paso firme y con la frente en alto, aun con su mandíbula tensa. Dejó a un moreno de ojos de océano con dolor en estos.

Lance, inexpresivo, fue hasta su habitación intentando dejar su mente en blanco para así no dejar que aquel océano inicie una violenta marea. A medio recorrido de las escaleras apareció una de sus hermanas menores con una inocente sonrisa, Daniela, de quince años.

Gracias a Dios, aquel monstruo llamado Jaime no asfixiaba a la pobre niña con sus calificaciones y no le jodía la existencia.

-Hola, Lancey -saludó con una radiante e inocente sonrisa en sus labios.

Sonrió ampliamente mientras la miraba.

A pesar de que sus edades no eran de mucha diferencia, él era la única figura de hermano mayor que había.

-Hola, peque- dijo manteniendo su sonrisa.

Hipócrita, repitió mentalmente. Estaba siendo un hipócrita con aquella dulce niña.

-¿Podemos hablar? -preguntó la pequeña.

-¿Tiene que ser ahora? Peque, tengo tarea pendiente... Quizás en un ratico más, ¿Te parece? -dijo.

Mentiroso, se dijo mentalmente. Le mentía a ese ángel que tenía como hermana.

La chica asintió.

Él camino lentamente hasta su habitación mientras su sonrisa se borraba con cada paso. Entró, se quitó la chaqueta y sollozó por fin. Aquel océano podría romper las olas que deseara, podría tener la más violenta marea si gustaba. Sollozó, liberó ese estúpido ruido que emitía su rabia.

Entre sus dedos aprisiono la piel de su muñeca con fuerza hasta dejar una marca morada mezclada con verde. Realizó esta acción tres veces más hasta que se calmó.

Se recostó boca abaja en la cama y comenzó a pensar en diversas dimensiones en las cuales su padre lo felicitaba o le animaba amablemente, le alentaba y sonreía, le ofrecía ayuda. Lloró, una lágrima se escurrió de sus ojos cerrados. Maldijo, otra vez. ¿Por qué no era así?

Era estúpidamente débil, era un niño. Respiró profundo, buscando relajarse y no ahogarse en sus propias lágrimas hasta que sintió que la puerta se abrió y cerró. Alguien se sentó en una esquina de la cama. Ágilmente y con disimulo paso su dorsal derecho por sus ojos, limpiando los residuos de una pequeña parte del mar que contenía en sus azules ojos.

La señora Rosalía estaba ahí con una cara comprensiva. Sabía que se esforzaba y que su hijo ponía todo de sí, pero que para su esposo no era suficiente, que nunca lo era. Esta vez le dedicó una mirada distinta, una mirada con compasión y comprensión.

-¿Vienes a regañarme también, má? -preguntó con su mayor esfuerzo por no flaquear.

-No, cariño. Vengo a hablar y a consolarte, mi vida -explicó paciente.- Yo sé que te esforzaste bastante para estos exámenes, te vi y realmente valoro tu esfuerzo, pero no es suficiente... ¿Crees que puedas hacerlo mejor si se te brinda apoyo extra? -preguntó amablemente.

Oh, no. Malas noticias. Le estaba diciendo incapaz o eso pensó él.

Por un momento ese mar se había calmado, pero tras cada palabra de su madre, las olas volvieron a ser violentas y así intentar ahogarle.

Incapaz, era incapaz de superar una calificación que gracias a Dios era básica y no definía todo el semestre. De seguro repetía el curso nuevamente. Genial.

-No, no lo sé... No lo creo y prefiero no saberlo aún... -respondió serio y con frialdad.

No lo mal entiendan, ama a su madre, pero el orgullo de los Ramos era alto.

Su madre suspiró, había dañado el orgullo de su hijo y le había metido el dedo con jugo de limón y sal en la herida. Se levantó y se retiró del cuarto, cansada, pero antes de salir, le advirtió:

-Si no mejoras en el próximo examen, no te preguntaré y pagaré a un profesor de apoyo, quieras o no -escupió con ligera molestia.

La mujer se retiró y el moreno aprisionó su piel entre sus pequeñas uñas y las apretó dejando nuevas marcas en el dorso de su mano. Repitió esta acción hasta que respiró profundamente, una y dos veces, luego pasó ambas manos por su rostro y caminó hasta la habitación de su hermana para saber qué era lo que la inquietaba.

𝐊𝐈𝐍𝐃𝐀 𝐒𝐓𝐔𝐏𝐈𝐃 | 𝐒𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄 [C A N C E L A D A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora