Capítulo 9

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— ¿¡Dónde está!? ¡Quiero verla!

La voz de mi padre resuena desde el exterior del bar.

Sin saber dónde llevarme, ya que mi casa no era una opción, los cazadores pensaron que lo mejor era traerme a la pequeña y única taberna que hay en el pueblo. El dueño casi se ahoga con su pipa cuando me ha visto entrar flanqueada por el hombre barrigudo y su compañero. Unos pocos minutos le han bastado para sacar a patadas a los cuatro clientes dispersos por el local que llenaban sus estómagos de cerveza aguada y vino caliente.

— Aquí tienes, cariño —el tabernero, con voz amable y mejillas sonrojadas, por los diversos tragos de vino que le habrá dado a su bota durante mañana, me ofrece un vaso de agua que bebo bajo su atenta mirada.

— Gracias

El hombre asiente y se aleja volviendo a su lugar tras la barra. Todo a mi alrededor está hecho de madera. Desde el suelo hasta el techo, incluyendo mesas y sillas. A pesar de su aspecto algo descuidado es acogedor... si no nos fijamos en las numerosas cabezas disecadas que cuelgan de las paredes. Después de todo, este es un pueblo de cazadores y es costumbre exponer la pieza más impresionante que se haya conseguido tras la temporada de caza. Osos, alces, ciervos, jabalíes e, incluso, un solitario lobo. Sus ojos oscuros y sin brillo me obligan a apartar la mirada al imaginar a Ojos azules en su lugar.

— ¡Es mi hija, joder! ¡Apártate de mi camino!

Se escuchan ruidos de forcejo y después un golpe sordo. Los pasos resuenan hasta que finalmente la puerta de la taberna se abre de forma brusca golpeando la pared. El sonido atraviesa las tablas de madera del establecimiento sobresaltándome y sacándome fuera del asiento rígido sobre el que me encontraba.

Frente a mí, mi padre se detiene con las piernas separadas y los pies bien clavados sobre el suelo. Contiene el aliento cuando sus ojos caen sobre mí y ambos parecemos quedarnos congelados. Demasiados meses han pasado desde la última vez que lo vi, aun así, todo parece igual. Sobrepasando los cincuenta años es un hombre robusto y de estatura media. Suaves arrugas surcan su frente y el número de canas que pueblan su cabello oscuro parece haberse incrementado, siendo este el único cambio que llego a atisbar.

— ¿Amara ? —susurra finalmente dudoso.

Mis manos tiemblan al escuchar su voz y las lágrimas inundan mis ojos. Lo he echado tanto de menos.

— Papá

En pocos segundos acorta el espacio que nos separa y me estrecha entre sus brazos. Me aferro a él como si fuera un salvavidas que me mantiene en la superficie y, enterrando mi rostro en su vieja camisa de algodón, me permito hacer algo que he estado conteniendo durante mucho tiempo.

Lloro.

— Ya estás en casa, mi niña —susurra él una y otra vez mientras me mantiene cobijada en su fuerte abrazo —. Estás en casa.

En mi pecho hay un nudo que durante todo este tiempo se ha ido enredando alrededor de mi corazón. Estar lejos de casa y aislada del mundo ha sido difícil. Ahora que estoy de vuelta entre los brazos de mi padre, los hilos se sueltan desbordando el pesar que tan fuertemente retenían. Su calor y olor tan familiares provocan en mí una sensación de abrigo difícil de igualar.

Minutos después, alguien se aclara la garganta. Despego mi rostro de la camisa ahora húmeda por las lágrimas y observo a uno de los cazadores en la entrada.

Christopher —mi padre se gira ante su llamada y le lanza una mala mirada obviamente molesto por interrumpir —. Hemos llamado a un médico. Estará aquí en algo más de dos horas.

Señora de los lobos © #1Où les histoires vivent. Découvrez maintenant