Capítulo 7

118K 12.4K 915
                                    

Como cualquier otra mañana Ojos azules y yo nos adentramos en el bosque dispuestos a cazar algo que llevarnos a la boca.

Durante los primeros días de mi estancia con los lobos apenas era capaz de moverme libremente por ahí sin tropezar con mis propios pies cada dos segundos. En mi defensa añadiré que estaba débil, herida e incapacitada debido a una molesta cojera. Por esa razón se me permitió el acceso a los restos y sobras, mayormente huesos con algún rastro de carne y piel dura e insípida, que los lobos dejaban después de alimentarse. Su permisión llegó a su fin cuando me recuperé y tuve que aprender a valerme por mi misma para no morir de inanición. Cuando Ojos azules creció, la tarea se volvió mucho más sencilla hasta tal punto que ya parece un paseo rutinario.

Mi compañero peludo y yo hemos perfeccionado una táctica que, aunque aparentemente sencilla, tiene su grado de complejidad. Una vez avistada la presa, una pequeña liebre de cuerpo estilizado y largas orejas, nos separamos. Me agacho y de forma sigilosa rodeo al pequeño animal que, ignorante a los depredadores que le acechan, come tranquilamente junto a las raíces de los árboles. Desde mi posición no soy capaz de atisbar el escondrijo de Ojos azules, pero se por costumbre que se encuentra justo al otro lado. Aguardo unos segundos y, entonces, me lanzo hacia la liebre de forma desordenada y creando un buen alboroto. Asustada se impulsa hacia el lado contrario intentando alejarse de mí y es en ese momento cuando el gran lobo negro emerge de entre la vegetación y lo atrapa en el aire.

Puede parecer que él hace todo el trabajo mientras que mi única función es ser la distracción, pero, ¡oye! La comida prácticamente le cae en la boca y sin mí eso no sería posible. Por desgracia, esta vez no parecemos ser tan afortunados y la liebre consigue zafarse del débil agarre que Ojos azules tenía sobre ella. Huye despavorida dejando un rastro de pequeñas gotas de sangre sobre la tierra.

— ¡Maldita sea! ¡No dejes que escape! — mostrando sus dientes y dejando de ser el afable lobo que me acompaña a todas partes, el brillo depredador ilumina su mirada y sin preámbulos se lanza tras la liebre.

Mientras espero su retorno, me recuerdo a mí misma que cuando volvamos a las cuevas tengo que ir a chequear al lobo pardo. Todavía está algo débil y dolorido por la herida de bala que recibió hace algunos días, pero por suerte evoluciona de forma favorable. Mantener su herida limpia y libre de infección sin duda está ayudando y me hace sentir orgullosa que, a pesar de mis escasos conocimientos en la materia, haya sido capaz de evitar su muerte.

Es un poco extraño la forma en la que mi mentalidad ha ido cambiando durante estos días con respecto a él. Verlo tan débil e indefenso siendo yo quien actualmente se cierne sobre él y controla su vida, como si los papeles se hubiesen invertido, da cierta perspectiva. Incluso he estado pensando un nombre para él, no puedo seguir llamándolo lobo pardo...

Mis pensamientos se interrumpen de forma abrupta y me apresuro tras el tronco de un fornido árbol cuando escucho algo poco familiar por estos lares. Voces.

— ... volver ya... Es casi mediodía y me muero de hambre...

El sonido de voces acompañado de pasos se escucha cada vez más cerca. Agudizo el oído mientras los latidos de mi corazón crecen con cada metro que se aproximan.

— Sigamos un poco más —le contesta el otro hombre con energía —. Sería bueno que apareciese uno de esos lobos sarnosos. Me gustaría practicar mi puntería.

Ambos ríen divertidos. La tranquilidad del bosque me permite escucharlos con total claridad a pesar de los más de veinte metros que nos separan. No es difícil averiguar la procedencia de estos hombres pues su acento característico y tono elevado los identifica sin ninguna duda como habitantes del pueblo de cazadores más próximo. Mi hogar.

Señora de los lobos © #1Where stories live. Discover now