3. Devils And Demons

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Cuando sonó la alarma de su móvil, Alfred abrió los ojos, no sin parpadear numerosas veces para que se adaptaran a la luz de la mañana. Había dormido apenas unas horas, la noche anterior se le había hecho eterna: lo que empezó con insomnio derivó en un ataque de ansiedad que lo atormentó durante una hora terrible. Se frotó los ojos lentamente y con una cierta frustración al recordarlo: estaba solo en su piso y había llegado un momento en el que le había costado horrores respirar. Odiaba esos momentos, pero aún odiaba más su impotencia al no poder evitarlos, al tener que vivir con toda esa intensidad el resurgir frecuente de sus demonios incluso cuando parecía que todo iba bien.

Recordó las palabras que día sí y día también le decía su psicólogo: "Aunque te cueste la vida, vas y lo haces". Pero aquella vez no era suficiente. Todas las fuerzas que en otro momento habría tenido para levantarse de la cama y prepararse para ir a las clases del máster las había perdido al acabar tan exhausto después del ataque. En verdad, había sido el cansancio del cuadro que el catalán había vivido lo que había contribuido a que cogiera el sueño después de estar horas y horas sin poder dormirse.

Lo sintió durante unos minutos por su terapeuta, pero aquella mañana no podía simplemente "ir y hacerlo"; agarró su móvil, lo desbloqueó, entró en la aplicación de mensajería instantánea y abrió el chat para avisar a Roi, que tardó unos pocos minutos en responderle:

Lo sintió durante unos minutos por su terapeuta, pero aquella mañana no podía simplemente "ir y hacerlo"; agarró su móvil, lo desbloqueó, entró en la aplicación de mensajería instantánea y abrió el chat para avisar a Roi, que tardó unos pocos minu...

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Después de ese breve intercambio de mensajes, Alfred volvió a bloquear el móvil y esbozó una leve sonrisa al recordar el peculiar estilo de su amigo gallego a la hora de utilizar los signos de puntuación, sobre todo si hablábamos de comas. Asimismo, agradeció en silencio la discreción de Roi al no acribillarle con preguntas sobre el ataque, ya que le resultaba agobiante rememorar las sensaciones que todo aquello le provocaba y Roi, con el tiempo y a medida que había ido conociendo a su amigo, ya sabía lo suficiente como para no molestarlo y darle su espacio sin dejar de apoyarle.

Alfred se pasó media mañana en la cama, intentando dormir a ratos y durmiendo realmente en otros, y la otra media intentó hacer algo productivo aunque fuera tranquilo en casa. Fue a buscar su trombón e improvisó durante un rato, incluso aprovechó para continuar composiciones que tenía paradas, ya que no siempre era fácil acabar lo que uno empezaba, y menos cuando psicológicamente sufría esos baches. Por suerte, y gracias a su esfuerzo, llegó a la hora de comer bastante reconfortado y satisfecho, ya que había conseguido acabar una de sus canciones y, además, había empezado una nueva.

Revisó el primer borrador de la letra mientras masticaba el sándwich que se había preparado rápidamente porque no tenía ganas de pasarse mucho tiempo cocinando. Lo repasaba línea a línea: el moreno era muy perfeccionista en todo lo que hacía, y con su música era tan exigente que trabajaba en todas sus canciones una y otra vez. La presión que llegaba a ejercer sobre sí mismo podía resultar preocupante en ocasiones y, de hecho, su psicólogo le había insinuado que esa manera de ser alimentaba a la ansiedad y le había recomendado tomarse las cosas con más calma y tratar de ser más flexible con su pasión.

Pero qué fácil era decirlo.

Desde que tenía ansiedad, Alfred echaba de menos poder pasear por las calles de Barcelona durante tardes enteras. Cuando empezó con los ataques, le costaba más que nunca encontrarse en lugares llenos de gente, y el centro de aquella ciudad no era precisamente un desierto urbano. Sin embargo, amaba su ciudad y le encantaba descubrir rincones nuevos de vez en cuando, o bien recorrerse otra vez los que ya conocía como la palma de su mano. De hecho, la canción que había empezado a componer trataba precisamente del deseo de caminar tranquilamente por la Ciudad Condal.

Minutos después de acabar de comer, el chico se estaba rascando la barbilla con una mano mientras que con la otra sujetaba el lápiz encima de la libreta abierta por la página que contenía las pinceladas de esa nueva creación. Frunció el ceño, ya que sentía que a la canción le faltaba algo: era nostálgica, melancólica, y esa no era una mala característica, pero Alfred quería algo diferente e intentaba buscar matices para cambiarla, aunque fuera levemente. ¿Cómo escribir una canción que hablase de algo que añoraba sin quedarse anclado en el pasado o sin mirar atrás con nada más que tristeza?

La única respuesta que obtuvo a su propia pregunta fue la breve pero contundente vibración de su móvil. Alfred resopló, echándose para atrás durante un instante para después coger su smartphone y revisar las notificaciones. Era un mensaje de Roi diciéndole que en media horita llegaría a su piso y preguntándole si le molestaba que Ana viniera, ya que se había quedado preocupada cuando el gallego le había contado lo de esa misma mañana. Alfred le respondió enseguida que sí: la canaria era muy maja y era un hecho que ella también le ayudaba constantemente, ya que siempre había estado dispuesta a escucharle si surgía el tema cuando habían coincidido en el piso de Roi o las todavía pocas veces que el catalán había ido al bar de Capde.

Alfred aprovechó aquellos aproximados treinta minutos para poner un poco de orden en el salón: entre libretas e instrumentos, el paso del proceso creativo del músico se convertía en algo perfectamente visible cada vez que tenía lugar en la estancia, pues se podría decir que él lo vivía en todos sentidos.

Como si fuera una señal, el interfono sonó cuando Alfred acababa de cerrar la última hebilla del estuche de su trombón justo después de guardarlo. Descolgó el telefonillo y, al preguntar quién era, escuchó a Ana responder "¡Nosotros!", tal vez con un volumen demasiado alto para tratarse de la hora de la siesta para algunos vecinos, seguido de un clásico y graciosamente agitado "Ana, ¡por Dios!" de Roi.

Al pulsar el botón para que la puerta de la calle se abriera y sus amigos subieran, Alfred tuvo el presentimiento de que el día acabaría mucho mejor de lo que había empezado.

Ni él mismo sabía cuánto aún.

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¡Hola! Primero de todo, quería disculparme por no subir un nuevo capitulo antes: soy pluriempleada y a veces el trabajo me absorbe. Intentaré ser más constante, ya que de esta manera yo también estoy más satisfecha.

En segundo lugar, tengo que confesar que me ha costado escribir este capítulo. Sufrí ansiedad durante unos años y sé lo duro que puede llegar a ser. Espero no haber ofendido a nadie hablando sobre ello en este capítulo, pero creo que las enfermedades mentales aún son algo muy tabú y está bien que se les de visibilidad y que se vea que puede superarse y que se pueden conseguir grandes cosas incluso sufriendo alguna de ellas, como es el caso de Alfred. Dicho esto, acepto críticas constructivas y sugerencias de cómo abordar el tema en otra ocasión y estaría muy agradecida.

No quiero extenderme más, solo otra cosa: muchísimas gracias por los comentarios que me habéis escrito en los capítulos anteriores. Me hace muy feliz leerlos y, ahora que tengo un ratito, voy a responderlos uno a uno.

¡Hasta la próxima! :)

Clavados en un bar || OT 2017 AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora